¿La nueva alianza entre Turquía y Francia concierne solamente los temas económicos, como la entrada de Ankara en la Unión Europea, o es más bien de naturaleza política? Y, de ser cierto esto último, ¿justificará Paris la política de Ankara, incluso si resulta injustificable? ¿Llegará ese apoyo hasta la justificación del genocidio?
sta semana, la administración Obama denunció por segunda vez el apoyo de Ankara al Emirato Islámico (también designado como Daesh, su acrónimo árabe, y inicialmente conocido como EIIL, siglas de “Emirato Islámico en Irak y el Levante”).
La primera vez fue el 2 de octubre y la acusación vino del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante una conferencia organizada en Harvard. La segunda acaba de tener lugar, el 23 de octubre, cuando el subsecretario del Tesoro, David Cohen, hizo uso de la palabra en la Fundación Carnegie. Tanto el vicepresidente Biden como el subsecretario Cohen acusaron a Ankara de estar apoyando a los yihadistas y facilitando la venta del petróleo que estos se roban en Irak y en Siria.
Ante las vehementes protestas del presidente Recep Tayyip Erdogan, Joe Biden acabó presentando excusas. El gobierno turco autorizó entonces el PKK [3] a acudir en ayuda de los kurdos sirios sitiados en Kobane por los yihadistas de Daesh. O más bien eso fue lo que anunció públicamente. Pero en la práctica, el comportamiento de Ankara no ha sido nada convincente y es por eso que Washington acaba de retomar sus acusaciones.
Turquía y la cuestión de las limpiezas étnicas
Pienso que lo que le molesta a Washington no es el apoyo a los yihadistas. La actitud de Turquía hacia los yihadistas está en correspondencia total con el plan estadounidense y, al menos hasta octubre de 2014, Daesh sigue bajo el control de la CIA. Lo que Washington no puede admitir es que un miembro de la OTAN se vea implicado públicamente en la masacre que amenaza a la población de Kobane. La política de la administración Obama es muy simple: Daesh fue creado para encargarse de lo que no puede hacer la OTAN –la limpieza étnica– mientras que los miembros de la alianza atlántica fingen no tener nada que ver con ello. Pero masacrar a los kurdos de Siria no es una necesidad para la política de Washington y la implicación de Turquía sería un crimen contra la humanidad.
La actitud de Turquía se presenta como involuntaria. Y precisamente en eso reside el problema. Turquía es un Estado negacionista que nunca reconoció las masacres que ha perpetrado: en 4 años –de 1914 a 1918– asesinó 4 millones de armenios, 200 000 asirios y cristianos adeptos del rito griego y 50 000 asirios en Persia; y más tarde –de 1919 a 1925– también acabó con las vidas de 800 000 armenios y griegos. Lejos de cerrar ese doloroso capítulo de su historia, el mensaje de condolencias que el señor Erdogan emitió el pasado 23 de abril denotaba la incapacidad de Turquía para reconocer los crímenes perpetrados por los Jóvenes Turcos.
Ankara trató en el pasado de acabar con los kurdos del PKK. Y muchos huyeron hacia Siria. Al inicio de la actual guerra, el presidente Assad les concedió la ciudadanía siria y les entregó armas para que defendieran el territorio nacional. Así que para Ankara, una masacre perpetrada contra esos kurdos sería una buena noticia y ese es precisamente el tipo de trabajo sucio que Daesh podría realizar.
Implicación de Turquía en otras limpiezas étnicas recientes
Durante la guerra de Bosnia-Herzegovina (de 1992 a 1995), el ejército turco respaldó la «Legión Árabe» de Osama ben Laden que se encargó de la limpieza étnica perpetrando numerosas matanzas contra los serbios ortodoxos. Los yihadistas que participaron en aquellos hechos hoy son miembros de diversos grupos armados que operan en Siria, entre los que se encuentra Daesh.
En 1998, el ejército turco participó en el entrenamiento militar dispensado a los miembros del UCK (siglas en albanés del Ejército de Liberación de Kosovo), cuyos atentados dieron lugar a la represión gubernamental yugoslava, la que a su vez fue el pretexto que invocó la OTAN para justificar su propia intervención en Yugoslavia. Durante la guerra así provocada, Hakan Fidan, el actual jefe de la inteligencia turca (MIT), era agente de enlace entre la OTAN y Turquía. Y lo que sucedió fue que el UCK procedió sistemáticamente a la expulsión de los serbios ortodoxos y profanó sus lugares de culto. En 2011, Hakan Fidan envió yihadistas a Kosovo para que el UCK los entrenara en materia de terrorismo… antes de atacar Siria.
Durante la ocupación de Irak, Estados Unidos recurrió oficialmente a Turquía y Arabia Saudita para reconstruir el país que había invadido. La política aplicada en aquel momento provocó la guerra civil y masacres sistemáticas, principalmente contra chiitas y cristianos. Como explicó el ex consejero de la Casa Blanca para la Seguridad de la Patria, Richard A. Falkenrath, esa política estaba concebida para incrustar el yihadismo en Irak, utilizarlo allí y evitar que se moviera hacia Estados Unidos.
En septiembre de 2013, cientos de yihadistas del Ejército Sirio Libre (el grupo armado respaldado por Francia que se identifica con la bandera de la colonización francesa en Siria) respaldados por elementos del Frente al-Nusra (la franquicia de al-Qaeda en Siria) penetraron en Siria desde Turquía para tomar la ciudad siria de Maalula, violar a sus mujeres, matar a sus hombres y profanar sus iglesias. Maalula carece de interés estratégico militar. Aquel ataque era únicamente una manera de perseguir públicamente a los cristianos, ya que Maalula es el símbolo sirio de la cristiandad desde hace unos 2 000 años.
En marzo de 2014, cientos de yihadistas del Frente al-Nusra y del Ejército del Islam (dos grupos pro-sauditas) penetraron en Siria desde Turquía, dirigidos y respaldados por el ejército turco, para saquear la ciudad siria de Kessab. La población de la ciudad logró huir antes de ser víctima de una masacre. Cuando el Ejército Árabe Sirio acudió en auxilio de la población, Turquía lo combatió y derribó uno de sus aviones. Kessab presenta interés estratégico para la OTAN debido a la proximidad de una base de radares rusos que vigila la base de la OTAN ubicada en la región turca de Incirlik. Los habitantes de Kessab son armenios cuyas familias lograron huir de las masacres perpetradas por los Jóvenes Turcos.
¿La Turquía actual admite el genocidio?
Es la pregunta que se impone en la actual situación. Dado que Ankara niega que la masacre contra los armenios y las masacres contra diversas minorías –principalmente cristianas– perpetradas desde 1915 hasta 1925 fueron organizadas por el Comité Unión y Progreso, ¿no podría decirse que Turquía no considera que el genocidio sea un crimen y que simplemente lo ve como una opción política más?
La política del actual gobierno turco se basa en la «doctrina Davutoglu». Según Ahmet Davutoglu, profesor de Ciencias Políticas hoy convertido en primer ministro, Turquía debe recuperar la influencia que tuvo en la era otomana y unificar el Medio Oriente basándose en el islam sunnita.
Al principio, la administración Erdogan predicaba la solución de los conflictos pendientes desde la caída del Imperio Otomano, lo cual se definió como política de «cero problemas» con los vecinos. Al calor de esa política, Siria e Irán negociaron la creación de una zona de libre intercambio que dio lugar a un verdadero bum económico en los 3 países. Pero en 2011, durante la guerra de la OTAN contra Libia, Turquía abandonó la política de conciliación para tratar de imponerse como potencia beligerante. Y desde aquel momento se ha enemistado nuevamente con todos sus vecinos, con excepción de Azerbaiyán.
El apoyo francés a Turquía
Durante las guerras contra Libia y Siria se produjo entre Francia y Turquía un acercamiento que se ha convertido en un verdadero pacto, al estilo de la alianza franco-otomana que preconizaban el rey francés Francisco I y Solimán el Magnífico. Aquella alianza duró 2 siglos y medio y sólo terminó en tiempos de Napoleón Bonaparte, antes de resurgir brevemente durante la guerra de Crimea.
La nueva alianza entre Francia y Turquía fue ratificada por el ministro francés de Relaciones Exteriores Laurent Fabius, quien –en febrero de 2013– levantó el veto francés a la inclusión de Turquía en la Unión Europea y se comprometió a favorecer la admisión de Ankara.
Al mismo tiempo, el presidente francés Francois Hollande y su ministro de Relaciones Exteriores Laurent Fabius así como el entonces primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan y el entonces jefe de la diplomacia turca Ahmet Davutoglu montaron una operación conjunta para asesinar al presidente sirio Bachar al-Assad y su ministro de Relaciones Exteriores Walid al-Mualem. Para ello sobornaron a varios miembros del personal de limpieza del palacio presidencial pero la operación fracasó.
En el verano de 2013, Turquía organizó el ataque químico perpetrado en las afueras de Damasco y lo atribuyó a Siria. Con el respaldo de Francia, trató de lograr que Estados Unidos bombardeara la capital siria para acabar con la República Árabe Siria. Francia y Turquía querían que Washington volviese a su proyecto inicial de derrocamiento de la República Árabe Siria.
Un documento entregado al Consejo de Seguridad de la ONU demuestra que después del voto secreto de enero de 2014 con el que el Congreso de Estados Unidos aprobaba la entrega de armamento y financiamiento a los rebeldes para posibilitar la limpieza étnica en la región, Francia y Turquía siguieron armando en secreto a los yihadistas del Frente al-Nusra (o sea, a al-Qaeda) para que luchara contra Daesh. El objetivo seguía siendo el mismo, forzar a Washington a volver a su proyecto inicial.
Es importante señalar de paso que Turquía no fue el único país que armó a los yihadistas que atacaron las ciudades cristianas sirias de Maalula y Kessab, violaron a sus mujeres, mataron a sus hombres y profanaron sus iglesias. También lo hizo Francia.
Turquía soborna a los dirigentes franceses
La prensa habla frecuentemente de que Qatar soborna a la clase dirigente francesa. Pero no dice ni una palabra de las sumas colosales que gasta Turquía para comprar el apoyo de los políticos franceses.
¿La prueba de esa corrupción? El silencio de los dirigentes franceses sobre lo que sucede en Turquía (ese país ostenta el record mundial de encarcelamiento de periodistas, abogados y oficiales superiores de las instituciones armadas), sobre el respaldo turco al terrorismo internacional (la justicia turca ha comprobado que Erdogan se reunió 12 veces con el banquero de al-Qaeda, en Turquía existen 4 campamentos de al-Qaeda y ese país ha organizado el tránsito de decenas de miles de yihadistas), sobre el saqueo perpetrado contra Siria (miles de fábricas del distrito sirio de Alepo han sido desmontadas y trasladadas a Turquía) y sobre las masacres cometidas con la participación de Turquía (en Maalula, Kessab y la que probablemente tendrá lugar si finalmente cae Kobane).
Los empresarios turcos –fieles aliados de Erdogan– crearon en 2009 el Instituto del Bósforo, encargado de promover los vínculos entre Turquía y Francia. Su comité científico, donde figura como copresidenta la señora Anne Lauvergeon, tiene como miembros a la crema de los políticos franceses de la UMP, (por ejemplo, Jean-François Coppé y Alain Juppé); del Partido Socialista (Elisabeth Guigou y Pierre Moscovici), muchos de ellos muy vinculados al presidente Francois Hollande (como Jean-Pierre Jouyet) e incluso algunos ex comunistas.
Esas personalidades, algunas de ellas personas honorables, seguramente no piensan aprobar las masacres cometidas por el régimen de Ankara. Pero, de hecho, eso es lo que están haciendo.
Al aliarse con Turquía, Francia se ha hecho cómplice activa de sus masacres.
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