El año termina con un enorme cambio en América latina: por el compromiso de normalización de relaciones entre Washington y La Habana, ya nunca el rechazo a Cuba será una de las condiciones del alineamiento pleno con los Estados Unidos. No será una opción disponible para los gobiernos de América latina ni una opción buscada o forzada por la Casa Blanca. Esta novedad, tan razonable ahora, tensó las relaciones en el continente no solo en los ’60 y los ’70, como fue tan recordado en los últimos 15 días, sino de manera renovada y vigorosa en los ’90, los años de Carlos Menem y Jorge Mas Canosa.
Ya era absurdo, porque en 1991 la Unión Soviética se desplomaba sin remedio, pero la cuestión cubana aún tenía gran valor como símbolo y como realidad dentro de los Estados Unidos.
Los emigrados cubanos más recalcitrantes contra Fidel Castro crearon en esa época la Fundación Cubano Americana en cabeza de Mas Canosa. Su misión fue el lobby, la colecta de votos en Florida y Nueva Jersey, la obtención de fondos incluso en contacto con el narcotráfico y el tejido de lealtades en la región. Para Menem y su sistema de construcción de poder y negocios fue la ocasión de matar dos pájaros de un tiro.
- Por un lado, garantizaba una vía de salida de dinero negro en Miami y una articulación en la Argentina donde fueron piezas del ajedrez económico, por poner dos casos, el jefe de la bancada de diputados y luego ministro del Interior de Menem José Luis Manzano y la ucedeísta Adelina Dalesio de Viola.
- Por otro, Menem se comprometía con los sectores más duros de los Estados Unidos en una prueba de amor que incluía nada menos que a Cuba.
Las rutas de dinero negro fueron parte importante de la inserción internacional del menemismo. Por eso resultó clave no sólo el consulado en Miami, donde los diplomáticos leales eran premiados y los sospechosos eran perseguidos o cambiados de lugar en días, sino la embajada en el Vaticano, el sitio donde por ejemplo Esteban Caselli tejió puentes de planta con el secretario de Estado Angelo Sodano, el mismo que figuró entre los primeros reemplazados por el papa Francisco. En ambos casos los grupos de poder argentino eran proveedores, o sea que figuraban en la escala más alta de un mosaico que se tejía desde 1973, el comienzo de la época de gloria de la organización fascista Propaganda Dos. Menem no hizo más que sumarse a un dispositivo que abarcaba a la banca vaticana y la Agencia Central de Inteligencia. Si se ponen los hechos en el contexto histórico es fácil ver que los mundos no eran cronológicamente distantes.
El tiempo de oro de las operaciones internacionales fue la década de 1980, la última de la Guerra Fría.
La democracia argentina experimentó su transición todavía en plena guerra entre las dos superpotencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Raúl Alfonsín pagó costos por sus posiciones activamente pacifistas en América Central y respetuosas con Castro, pero no cambió de postura. La política exterior de Néstor y de Cristina Fernández de Kirchner está en la misma línea con la diplomacia de la transición.
Menem, que en 30 años de democracia fue el extremo opuesto junto a Fernando de la Rúa, asumió la presidencia en el mismo año de la caída del Muro de Berlín y la asunción de George Bush padre. Su inclusión en el Plan Brady (títulos de la deuda a cambio de activos de empresas públicas) fue un plan que abrazó apenas llegó al gobierno. El año de la implosión soviética fue el del inicio de la Convertibilidad, con Domingo Cavallo ministro de Economía y Guido Di Tella canciller. De entonces son, también, las relaciones carnales como expresión sintética del mundo que Menem estaba dispuesto a abrazar.
¿Es lógico suponer que tremendo aparato se frenó en seco el día en que la URSS se desmoronó? Si se toma uno de los personajes de esa época todo se entiende aún mejor. Vernon Walters (1917-2002) fue un jefe clave de la inteligencia norteamericana, interlocutor y supervisor de los militares de Sudamérica, contacto entre la CIA y el Vaticano con Juan Pablo II cuando el objetivo era que una Polonia sin legitimidad comunista alguna se cayera velozmente y con estrépito, garante de la Operación Cóndor de colaboración entre los servicios de inteligencia del Cono Sur, soporte de los contras nicaragüenses que peleaban contra el sandinismo, fabricante de los guiños a los altos jefes argentinos en la guerra de Malvinas, embajador de Ronald Reagan en Naciones Unidas y ante la Alemania reunificada y operador de negocios de las grandes corporaciones. ¿Alguien puede pensar que Walters actuaba solo y que de un día para otro el aparato del que formaba parte perdió su relativa autonomía financiera e institucional y se convirtió en un grupo de simpáticos viejitos en retiro ejerciendo la autoayuda mientras contaban historias a sus nietos?
En una entrevista concedida al diario El País que publicó Página/12 en el 2000, Walters contó que cuando llegó a Alemania anunció que el Muro caería.
“Toda mi vida me he dedicado a saber lo que iba a pasar”, relató. “Práctica. Quien no sabe lo que va a pasar es porque cierra los ojos. Muy poco antes de la caída del Muro, comí con el embajador soviético en Alemania Oriental. Me dijo: ‘El Muro durará cien años’. Yo hablo ruso también: le recordé la última estrofa de la Internacional, donde se habla de la erupción final del volcán. ‘Habrá erupción –le dije–, pero no la que tú esperas.’ Los rusos se acababan de ir de Afganistán. Derrotados. Si habían aceptado irse así, no iba a ser, precisamente, para emplear su fuerza en Europa. Rusia estaba vencida.”
Es justo la época de decadencia soviética y falta de suministros de petróleo, más la retracción en la compra de azúcar, en que Cuba vivió el llamado “período especial”. Incluso cubanos muy cariñosos con Fidel dicen hoy que jamás volverán a subirse a una bicicleta. En el período especial usaban la bici para grandes distancias. Autos no había, o había muy pocos, pero tampoco transporte público. Ni siquiera camiones. Esa etapa es la del recrudecimiento de la actividad de los grupos más violentos en Miami y del armado de una red cubana para desbaratarlos en la propia Florida. Fue entonces que cayeron presos los agentes cubanos que quedarían en la historia como Los Cinco. Uno de ellos, el que los lectores de Página/12 conocen por su relato de cómo robó un avión en Cuba para que su historia de emigrado fuese creíble en Miami, y cómo ni siquiera contó los planes a su mujer, que llegó a considerarlo un traidor, es René González, el primero de Los Cinco en ser liberado. No hace mucho: 2013. Los otros tres fueron puestos en libertad recién el mismo 17 de diciembre último, el día en que el presidente cubano Raúl Castro habló en simultáneo con el presidente de los Estados Unidos Barack Obama para anunciar la pronta normalización de relaciones.
Un mismo piolín hilvana las historias de la Guerra Fría plena y las historias de la decadencia. Parecían estar dadas las condiciones para que en cualquier momento cayera de maduro que el embargo no sólo perjudicaba a Cuba sino que era ineficaz y –peor– inconveniente para los Estados Unidos, pero los planetas recién se cruzaron con Francisco como Papa, con Fidel observando pero en retiro de la presidencia y con un presidente norteamericano desahuciado por el Congreso, con poco que negociar y sin otros objetivos que hacerse un lugar en la historia y garantizar la continuidad de la maquinaria electoral demócrata con una sólida base hispana.
Los cálculos, además, ya no chocaban contra los intereses de los cubano-norteamericanos. Una encuesta de junio realizada por la Florida International University mostraba que el 68 por ciento estaba de acuerdo con restablecer los lazos diplomáticos. Entre los jóvenes el número trepaba al 90 por ciento. El 69 por ciento opinaba a favor de aflojar las restricciones para viajar a Cuba. El 53 por ciento decía directamente que probablemente votara por un candidato que propusiera la normalización diplomática. Y el 71 por ciento decía que el embargo no había funcionado bien.
Las encuestas indican una diferenciación clara entre la media de los norteamericanos y las posiciones muy conservadoras típicas de los republicanos más duros. Sin embargo hay un matiz: incluso apoya el fin del anacronismo con Cuba alrededor del 30 por ciento.
Según el sondeo ABC/Langer, apoya la normalización diplomática el 64 por ciento de los norteamericanos. Entre los muy conservadores el apoyo llega al 36 por ciento.
Las cifras de CNN/ORC muestran un respaldo del 63 por ciento (45 por ciento entre los conservadores).
El fin del embargo recibe el apoyo del 68 por ciento del norteamericano promedio y del 42 por ciento de los conservadores según ABC/Langer. Para Reuter/Ipsos los números son del 40 y del 28 por ciento, respectivamente.
Terminar con las restricciones a los viajeros es una medida muy popular. Para ABC/Langer están de acuerdo el 74 por ciento de la media y el 51 por ciento de los conservadores, para la CNN/ORC el 67 y el 58 y para Herald/Bendixen el 47 y el 56 por ciento.
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