En un día como el de ayer, hace 56 años, se abría una nueva etapa histórica en Nuestra América. Batista y sus esbirros, junto a sus mentores y compinches norteamericanos y la oligarquía pro-yankee, huían de La Habana y se consumaba el triunfo de la Revolución Cubana. A partir de ese momento nada sería igual en Latinoamérica. El certero instinto del imperio no se equivocó, y desde su inicio la Revolución fue combatida a muerte, hostigada, saboteada, aislada, y sus líderes fueron objeto de innumerables atentados, igual que su pueblo. Fue víctima del criminal bloqueo comercial, financiero, migratorio, informático más prolongado de la historia universal, que todavía sigue aunque ya ha sido herido de muerte y sus promotores y ejecutores confesaron su fracaso.
Todas las armas se utilizaron con tal de destruirla. Pero no pudieron, y a pesar de ese furioso ataque garantizó para su población índices de salud, educación, acceso a la cultura y al deporte, y a la seguridad social iguales o mejores que los de los países capitalistas desarrollados. Y además, hizo del internacionalismo socialista, de la solidaridad internacional, una bandera indeleble de lucha y llevó a sus médicos, enfermeros, educadores por todo el mundo, cuando sus detractores enviaban tropas y descargaban metralla. Y cuando su auxilio fue requerido para librar la batalla decisiva contra el racismo, el apartheid y los restos del colonialismo en Africa allá fueron los cubanos y en Angola derrotaron definitivamente a los baluartes de la reacción, como lo atestiguara repetidamente un emocionado Nelson Mandela. Si esa Revolución (así, siempre con mayúsculas) hubiese sido aplastada, la historia de América latina y el Caribe, y nuestras pequeñas biografías, habrían sido completamente diferentes. Por eso, nuestra eterna gratitud y nuestra deuda con la Revolución Cubana –con Fidel, Raúl, el Che, Camilo, “Barbarroja” Piñeiro, Almeida y los hombres y mujeres que lucharon bajo su conducción– es enorme e impagable. De ahí que nuestra solidaridad y defensa de la Revolución Cubana deba ser incondicional, permanente y activa, como lo fue en la campaña que hizo posible la liberación de “Los 5”. Hoy seguimos en la lucha, más que nunca, porque el imperio se apresta a cambiar de táctica para lograr, apelando al “poder blando” (¡un peligroso eufemismo!) lo que por más de medio siglo no pudieron obtener por la fuerza. Pero Cuba, con el apoyo de todos los pueblos de Nuestra América, resistirá y derrotará también la sinuosa embestida pergeñada por Washington.
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