EEUU es un país con 300 millones de habitantes, con la economía más grande
del mundo, moviliza las fuerzas armadas más poderosas sobre la tierra y
tiene la ‘máquina’ propagandística-cultural más rica en la historia de la
humanidad. Para manejar este enorme poderío ha tejido a lo largo de décadas,
más de dos siglos, un aparato político capaz de enfrentar retos y movilizar
millones de personas. El sofisticado engranaje es la llamada democracia.
El núcleo central de este complejo sistema lo controla un conjunto de
instituciones e individuos que en EEUU es identificado como el “establishment”.
Son los guardianes del orden establecido y son los responsables de mantener
la hegemonía sobre los diferentes sectores del país de tal manera que los
cambios no perjudiquen los intereses creados. Cada cuatro años convocan
elecciones para elegir líderes políticos, incluyendo al presidente de EEUU.
El proceso es supervisado por el establishment para garantizar que no se
produzcan sorpresas y no sean elegidos candidatos que se salgan de las
normas aceptadas.
Entre las normas, la más importante es garantizar la reproducción del
sistema que protege los resortes económicos de propiedad y represión
(violencia). Para lograr este fin, el establishment cuenta con dos partidos
políticos: uno más conservador (Republicano) y el otro más liberal
(Demócrata).
En la campaña electoral de 2016 salió a relucir dentro del Partido
Republicano una masa electoral que respaldó al candidato menos comprometido
con el orden tradicional: Donald J. Trump. Su mensaje se dirige a una
población electoral de hombres ‘blancos’ frustrados sin empleo, sin vivienda
propia y sin seguridad social. Esa masa sorprendió a los ‘expertos’ y arrasó
en las primarias. Le dio a Trump los delegados que lo van a coronar
candidato Republicano.
Los ‘conservadores’ que planteaban políticas de austeridad fiscal, así como
servicios de salud y educación privados fueron desplazados por Trump. El
candidato multimillonario de Nueva York no le hizo caso a los postulados del
segmento conservador del Partido Republicano. Incluso, durante las
primarias, fue ambiguo en muchos puntos sacrosantos para las iglesias
evangélicas (aliadas estratégicas del Partido Republicano). En cambio, Trump
arremetió contra los migrantes mexicanos, los afronorteamericanos, las
mujeres y los musulmanes. Prometió acabar con los tratados de libre
comercio, destruir militarmente al ‘Estado Islámico’ y “rescatar nuevamente
la grandeza de EEUU”.
Trump parece entender que las capas medias norteamericanas que constituían
la base de los partidos políticos de EEUU, durante la segunda mitad del
siglo XX, en la práctica han desparecido. Logró conectar con el votante
medio norteamericano que quiere rescatar un imaginario del pasado que
pareciera mejor. Este sector del electorado cree que los migrantes, las
mujeres y los musulmanes son sus enemigos.
El mensaje de Trump logró despertar este sector de la derecha política que
no tenía un abanderado. Rechazan, igual que Trump, a los empresarios que
exportaron sus empleos a otros países. Durante las primarias Trump desplazó
el centro tradicional de la derecha norteamericana a posiciones más
radicales. La estrategia de Trump será, a partir de junio, atraer a los
jóvenes frustrados del Partido Demócrata que apoyan al senador Bernie
Sanders. Cree que éstos no apoyarán a la candidata demócrata Hilary Clinton,
que consideran demasiada comprometida con el status quo.
Si Trump gana las elecciones, cuenta con el apoyo estratégico de un
relativamente pequeño pero poderoso sector del establishment que ha sido
marginado del poder desde los tiempos de Nixon. Se trata de los antiguos
capitanes de la industria norteamericana desplazados por el sector
financiero ‘globalizado’. En política exterior, Trump es ‘alumno’ de Henry
Kissinger quien promueve un acercamiento a Rusia, contrario a la posición
prevaleciente en los círculos dominantes de EEUU.
Trump quiere convertir a Rusia en un aliado “subordinado” igual que las
otras antiguas potencias europeas. Incluso, visualiza a la OTAN moviendo sus
tropas del centro de Europa hasta las fronteras de China. Es la política de
‘contención’ tan acariciada por Kissinger en sus buenos tiempos.
Ideológicamente, Trump es un populista de derecha, que movilizará a los
norteamericanos contra los partidos políticos como una táctica para las
elecciones, pero no creará un movimiento político capaz de retar el
establishment. En este sentido, Trump no tiene una agenda política fascista,
aunque su discurso lo aparenta.
Si llega a la Presidencia, Trump dice que sus proyectos serán pagados por
trabajadores extranjeros. Sin embargo, serán los trabajadores
norteamericanos que llevarán la mayor parte de la carga (incremento de
impuestos y pérdida de más empleos) para financiar sus proyectos de
expansión y ‘grandeza’ que promete en sus arengas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario