En dos años, el mercado mundial de las fuentes de
energía ha sido presa del desorden. En primer lugar, la oferta y
la demanda cambiaron considerablemente. Cambiaron después los flujos
comerciales y, finalmente, también cambiaron los precios, que
se derrumbaron estrepitosamente.
El mito de la escasez
La pérdida de impulso de la economía de los países occidentales y de algunos países emergentes provocó una reducción de la demanda mientras que la continuación del crecimiento en Asia, por el contrario, la hizo aumentar. Resultado: la demanda global prosigue su lento desarrollo. En materia de oferta, no sólo ningún Estado productor ha visto derrumbarse sus capacidades de producción sino que algunos incluso las han visto aumentar, como China, que ahora reúne importantes reservas estratégicas. En definitiva, el mercado dispone de amplios excedentes.Esta primera constatación contradice lo que fue la verdad supuestamente irrebatible de los medios científicos y profesionales de los años 2000. Según ellos, la producción mundial de hidrocarburos estaba a punto de alcanzar su punto más alto y el mundo se encaminaba hacia un periodo de escasez en el que algunos Estados se derrumbarían y estallarían guerras por los recursos naturales.
Al regresar a la Casa Blanca, en enero de 2001, el vicepresidente Dick Cheney formó inmediatamente un grupo de trabajo para el desarrollo de la política nacional en materia de energía (National Energy Policy Development o NEPD), grupo que el Washington Post calificó de «sociedad secreta». En medio de reglas de seguridad draconianas, los consejeros de la presidencia organizaron audiencias a las que citaron a los patrones de las grandes empresas del sector de la energía, a los científicos más reconocidos y los jefes de los servicios de inteligencia. Y llegaron a la conclusión de que no había tiempo que perder: el Pentágono tenía que garantizar la supervivencia de la economía estadounidense apoderándose sin demora de los recursos del «Medio Oriente ampliado». No se sabe con precisión ni quién participó en ese grupo de trabajo, cuáles fueron los datos utilizados, ni tampoco las etapas que siguió en su reflexión. Todos sus documentos internos fueron destruidos para que nadie conociera las estadísticas que había utilizado.
Fue ese grupo el que aconsejó iniciar las guerras contra Afganistán, Irán, Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia y Sudán –programa oficialmente adoptado por el presidente Bush Jr. en una reunión realizada en Camp David… el 15 de septiembre de 2001.
Recuerdo que vi en Lisboa, en un congreso de la AFPO, al secretario general de aquel grupo de trabajo de la Casa Blanca. El hombre había presentado un informe sobre el estudio de las reservas anunciadas, la inminencia del «pico de Hubbert» y las medidas que había que tomar para limitar el consumo de energía en Estados Unidos. En aquel momento, me convencieron su razonamiento y su seguridad al exponerlo.
Con el tiempo comprobamos que ese análisis es completamente falso y que las 5 primeras guerras (contra Afganistán, Irak, Irán, Líbano, Libia y Siria) fueron, por consiguiente, inútiles, a pesar de tratarse de un programa que aún se mantiene en marcha actualmente. Este enorme error en materia de previsión no debe resultarnos sorprendente. Es simplemente consecuencia del «pensamiento de grupo»: una idea se impone poco a poco dentro de un grupo sin que nadie se atreva a cuestionarla, ya que nadie quiere arriesgarse a verse excluido del «círculo de la razón». Es lo que se ha dado en llamar «el pensamiento único». En este caso, los consejeros de la Casa Blanca partieron de la teoría malthusiana que dominó la cultura anglicana del siglo XIX… y se mantuvieron dentro de esa teoría, según la cual la población aumenta a un ritmo exponencial mientras que los recursos sólo aumentan a un ritmo aritmético. A la larga, no puede haber suficientes recursos para todos.
Thomas Malthus pretendía oponerse a la teoría de Adam Smith, quien afirmaba que el mercado, cuando se mantiene libre de toda reglamentación, se regula por sí mismo. En realidad, el pastor Malthus encontraba en su teoría –no demostrada– la justificación de su propio rechazo a contribuir a resolver las necesidades de los innumerables pobres de su parroquia. ¿Para qué alimentar a aquella gente si los numerosos hijos de aquellos infelices ya estaban condenados a morir de hambre en el futuro? El gobierno de George W. Bush se componía entonces fundamentalmente de WASP e incluía a numerosas personalidades provenientes de la industria del petróleo, comenzando por el vicepresidente Cheney, ex patrón de Halliburton, compañía productora de equipamiento destinado a la explotación de hidrocarburos.
Si bien es cierto que el petróleo es un recurso no renovable, y por ende destinado a agotarse, nada permite creer actualmente que ya esté a punto de terminarse. En 2001 se razonaba en función del tipo de petróleo que se extrae en Arabia Saudita, el que se sabía refinar en aquel entonces. No se pensaba que podían explotarse, por ejemplo, las reservas de Venezuela, de las que hoy se sabe que bastarían para satisfacer el conjunto de las necesidades mundiales al menos durante un siglo.
Hay que observar que la teoría del «origen humano del calentamiento climático» probablemente no es mucho más seria que la del pico petrolero. Como mínimo también tiene el mismo origen malthusiano, además de tener también la ventaja de enriquecer a sus promotores a través de la Bolsa de derechos de emisión creada en Chicago y popularizada para enseñar a los occidentales a reducir su consumo de energía proveniente de fuentes fósiles, o sea a prepararse para vivir en un mundo donde el petróleo sería escaso y caro.
El fin de los precios artificiales
El alza del precio del barril hasta 110 dólares pareció confirmar la teoría del equipo de Dick Cheney, pero su posterior caída a 35 dólares muestra que se trata de un razonamiento erróneo. Al igual que en 2008, la caída de los precios comenzó con las sanciones europeas contra Rusia, que desorganizaron los intercambios a nivel mundial, provocaron un desplazamiento de los capitales y, en definitiva, hicieron estallar la burbuja especulativa del petróleo. Esta vez la caída de los precios se vio estimulada por Estados Unidos, que vio en ella otro instrumento capaz de llevar al hundimiento de la economía rusa.
La caída se agravó cuando Arabia Saudita la creyó favorable a sus propios intereses. Al inundar el mercado con su petroleo, Riad mantenía el precio del barril de Arabian light entre 20 y 30 dólares. Con ello destruía la rentabilidad de las inversiones en las fuentes alternativas de energía y garantizaba a largo plazo su propio poder y sus propios ingresos. Incluso logró convencer a sus socios de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) para que apoyaran esa política. Los miembros de ese cártel decidieron preservar su autoridad a largo plazo aunque esos les costara ganar mucho menos dinero durante algunos años.
Así que los bajos precios del petróleo, inicialmente estimulados por Washington en el contexto de su ofensiva contra Moscú, acabaron por afectar también la economía de Estados Unidos. En dos años se perdieron en todo el mundo más de 250 000 empleos en el sector de la energía, pero cerca de la mitad de esos puestos de trabajo desaparecieron precisamente en Estados Unidos y el 78% de las plataformas petroleras estadounidenses han sido cerradas. Aunque el retroceso de la producción no ha sido tan espectacular, lo cierto es que Estados Unidos probablemente ha perdido su independencia energética, o está a punto de perderla.
Y no es Estados Unidos el único país en esa situación. Todo el sistema capitalista se ha visto afectado. En 2015, las pérdidas de Total ascendieron a 2 300 millones de dólares, las de ConocoPhillips alcanzaron los 4 400 millones, BP perdió 5 200 millones, Shell 13 000 millones, Exxon 16 200 millones y Chevron cerca de 23 000 millones.
Esta situación nos devuelve a los tiempos de la «Doctrina Carter», en 1980. En aquella época, Washington se atribuía el derecho a intervenir militarmente en el Medio Oriente para garantizar su propio acceso al petróleo. Posteriormente, el presidente Reagan creaba el CentCom, para aplicar aquella doctrina.
Hoy en día se extrae petróleo en casi todo el mundo, y en formas bastantes diferentes, y ha desaparecido el espectro del «pico de Hubbert». Esto permitió al presidente Obama ordenar el desplazamiento de las tropas del CentCom hacia la región del PaCom (teoría del «giro hacia Asia». Según puede observarse, ese plan se ha modificado con la acumulación de tropas en el este de Europa (EuCom). Y puede sufrir nuevas modificaciones si los precios del petróleo se estancan en 20 o 30 dólares por barril. En ese caso, cesará la explotación de nuevas fuentes de hidrocarburos y se producirá un regreso al petróleo del tipo Arabian light. Se plantea, por consiguiente, la cuestión del reposicionamiento de las fuerzas de Estados Unidos en el Medio Oriente.
Si Washington sigue ese camino, también tendrá probablemente que modificar los métodos del Pentágono. La teoría straussiana del «caos constructor», aunque permite gobernar inmensos territorios con muy pocos hombres en el terreno, exige mucho tiempo antes de permitir la explotación de grandes recursos, como ya puede verse en Afganistán, Irak y Libia. Quizás haya entonces que volver a una política más sensata, renunciar a la organización del terrorismo y aceptar la paz, para poder comerciar con los Estados… o con lo que aún quede de ellos.
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