La marcha del #1A interpeló al gobierno y a sus promesas de 2015 tanto como al kirchnerismo, al que los manifestantes temen por “golpista”. Las movilizaciones previas de marzo agitaron los corazones de las bases electorales y de los funcionarios de Cambiemos, que vieron la posibilidad de legitimarse en una épica anti-opositora. La concentración del sábado no constituye “la recuperación de la calle” por parte del gobierno, pero sí es una clara señal para los que esperan el derrumbe, escribe Pablo Semán.
Luego de lo sucedido el sábado hay algo que no se podrá decir: que las movilizaciones no cambian nada. Las movilizaciones no pueden aumentar el PBI, el nivel de empleo ni definir el tipo de cambio, pero modifican las condiciones políticas bajo las cuales intervienen los actores que tienen incidencia en las más diversas cuestiones económicas y sociales. Esta manifestación ayuda a definir la relación de fuerzas entre la oposición y el gobierno, a entender sus dilemas y sus cegueras.
El escaneo científico del gobierno, que va del focus group a la encuesta, de la encuesta al mensaje y de ahí de nuevo al focus group, fue ciego y se encontró de repente con las expectativas que ayudó engendrar: esta marcha interpela al gobierno y a sus promesas de 2015 tanto como a la oposición a la que los manifestantes temen como golpista por el simple hecho de que podría ser electoralmente competitiva. Opositores que también se sorprendieron porque en el apogeo de un período de movilizaciones estuvieron tentados de entregarse a uno de sus sueños preferidos: la política es un loop permanente entre el vacío del gobierno de la Alianza, la transición duhaldista, la revolución permanente, la derrota parcial, el vacío y así eternamente.
Los manifestantes fueron a dar testimonio de que creen en la parte propositiva y “generosa” del programa que Macri presentó al electorado cuando le fue necesario ampliar la base electoral y ablandar su mensaje.
1- Un sentido fundamental: que no se pierda la oportunidad
Seguro habrá más razones que las que citaré para que la convocatoria haya sido, para el asombro de muchos, concurrida, pero no me sorprendería que algunas de las que desarrollaré aquí estén entre las principales. Algo que pude oír de los propios asistentes e incluso de la síntesis posterior de algunos dirigentes del PRO que intentaban capitalizar el evento es una palabra que unificaba esas razones: emoción. De reconocerse en una causa, de habilitar al presidente, de oponerse a las resistencias. En mi interpretación, tratando de ser empático, y de ver más allá de la bronca antiperonista y antikirchnerista que también daba fuerza a la marcha, y a la que luego he de volver, podría haber un motivo mayor sosteniendo esa emoción: hacer que se realice una oportunidad que ellos ven como preciada y en riesgo. ¿De qué se componía esa emoción?
En un momento en que la idea fuerza “no vuelven más” cedía, los manifestantes empezaron a cantar una serie de consignas relativas a la educación en alusión, por supuesto, a la huelga docente. “Los chicos a la escuela”, “Baradel, déjate de joder” y algo así como “educar es la mejor manera para que no vuelvan más”. Aún con un ánimo antihuelguista que sólo pueden poseer los que piensan desembozadamente como patrones, hubo un límite que no se franqueó: no se insultó a los maestros y tampoco se aludió indolentemente a los salarios (como sí fue indolente, en mi opinión, la invocación a que los piqueteros trabajen, cuando lo que están pidiendo es trabajo, cuando lo que sobran son despidos). Ese límite ante el cual las consignas se detuvieron habla de uno de los motivos de la concentración: aún con todas las motivaciones defensivas que tuvo, la guiaba uno que es anterior a todos los temores y los supera. Los manifestantes fueron a dar testimonio de que creen en la parte propositiva y “generosa” del programa que Macri presentó al electorado cuando le fue necesario ampliar la base electoral y ablandar su mensaje. Para los actuales opositores podrá tratarse una impostura o de falta de información de los seguidores del presidente. Para estos últimos se trata de otra cosa: están tratando de ver y lograr que la oportunidad que se dibujó entre la primera y la segunda vuelta de 2015 tenga posibilidades de hacerse realidad. Sobreactuada o purificada de expresiones brutales, podrán decir quienes prefieran la brutalidad propia y ajena. Aunque eso, también se verá, estuvo puesto en el escenario.
Hasta aquí, y a pesar de lo se crea en piloto automático, este es un llamado de atención para el propio gobierno: en ciertos puntos el tamaño de las esperanzas de los asistentes desborda las expectativas que la performance y el actual discurso del gobierno los autorizan a mantener. Desbordan es un decir para sintetizar el hecho de que implican una demanda tal que si uno toma en serio los requisitos y plazos con que piensa en el gobierno resulta inatendible: quieren trabajo como en la época del fordismo maduro, disciplina fiscal alemana, servicios suecos y distribución del ingreso centroamericana junto con mano dura para aquellos que queden afuera por “irrecuperables” (categoría gore relanzada en la ESMA y reciclada por ya-saben-quien y ya-saben-quien y sino pregunten en los comentarios) mientras niegan lo que antes parecían saber: que el país ingresa tal vez a un sexto año en el que los puestos de trabajo crecen menos que la población económicamente activa (¡estadística completa, por favor!). Desbordan también porque a muchos de ellos la sola existencia legal del kirchnerismo les parece no la consecuencia de la democracia sino una debilidad y una adaptación al sistema insoportables. Como siempre las manifestaciones se pueblan de gritos contradictorios. Entre tantos gritos destacaré otro que estuvo presente en mis conversaciones con los manifestantes: para muchos de ellos no hay un solo político reivindicable: también fueron a decirle a Macri que se ponga las pilas casi en los límites de la antipolítica.
2- Oponerse a la oposición
Claro que además hubo algo que puede encuadrarse bajo el titulo general del oponerse a la oposición que caracteriza a las dos últimas gestiones del ejecutivo nacional y que habla de un problema mayor de la política argentina: como gobernar es, cada vez más, asignar perdidas a buena parte del electorado, incluso el propio, una de las maneras de legitimarse es la épica anti-opositora.
La primera razón para entender esta maniobra defensiva es que tiene sus matices: más allá de las consignas contra la desestabilización, que para muchos opositores pueden ser exageradas e incluso mentiras infamantes, los manifestantes parecían reaccionar ante una situación política que se puede definir más precisamente que como un golpe: la serie de manifestaciones y protestas paraliza y desgasta electoralmente a un gobierno al que además querrían ver con mejores resultados. En ese sentido esta concentración no solo interpela al gobierno reclamándole el rumbo de 2015, sino que también lo hace al desbordar sus indicaciones: mientras la conducción de Cambiemos fue pesimista sobre las perspectivas de la concentración, los que acudieron a ella reclamaron y ejercieron una respuesta política.
Para este mismo plano defensivo, una segunda razón: muchos sienten que el periodismo está siendo gratuitamente agresivo con el gobierno. Algunos se sienten abandonados hasta por Leuco. Y así como los obsesivos limpiamos lo ya limpio, muchos en el bando del gobierno se han sentido ofendidos por los amables pellizcones que le propinó al gobierno Mirtha Legrand en un programa que terminó a los besos con Antonia, Juliana y el Presidente, y empiezan a sentir que algo se quebró: los medios comienzan a ceder, según ellos, a lo “políticamente correcto”.
Esto no ocurre sin complejidades: la lógica del conflicto político en Argentina privilegia las estrategias pasivo agresivas, es decir, las de aquellos que ingresan a una relación denunciando un daño y pidiendo una reparación: aquí nadie se legitima tanto por lo que quiere como por lo que dice que teme y cuánto lo perjudicaron. Y aquí nadie es sincero: todo el mundo justifica su duplicidad y su exageración porque los otros lo harán. Una oposición que puede ganar es “destituyente” o “golpista”, nos dicen quienes defienden la presidencia que muchos de ellos definieron como un mal conscientemente menor, pero a la que en público se le rinden homenajes monárquicos.
Pero algo más -tercera razón- avivó el sentido defensivo. El mes de movilizaciones opositoras agitó los corazones de las bases electorales del oficialismo que además de presenciar multitudes opositoras encontraron motivos fundados para sus quejas: cada logro, pero también cada desmán de esas movilizaciones le puso un incentivo a la asistencia del 1A. Así como el “caer en la escuela pública” irritó a los maestros, expresiones como las de Pablo Michelli (CTA Autónoma) y Hebe de Bonafini o los anónimos del helicóptero dieron ánimos a muchos de los presentes, que encontraron en esas imágenes la confirmación empírica de sus temores. Desde el kirchnerismo suele responderse que son cuestiones mínimas y excepcionales, que “esos” “igual no nos van a querer nunca”. No se dan cuenta de que esos desafectos crecen o disminuyen en parte por la calidad de las acciones “propias” y que estas son más eficaces si no llenan de argumentos la canasta de sus adversarios.
Cuarta razón. Dije alguna vez que Fernando Iglesias era el Felipe Pigna de Cambiemos. Insisto, amplío e invito a comentar. No interesa discutir si Fernando Iglesias es o no historiográficamente correcto o si la ideología de Fernando Iglesias es más o menos que cualquier otro antiperonismo. Lo que interesa es su funcionalidad histórica: allí donde el gobierno no consigue ilusionar ni proponer un horizonte, el demócrata global con experiencia en mediatizaciones logra proponer un pasado del que huir, un monstruo al que derrotar y temer. Como Pigna o como en otros tiempos Marcos Aguinis, la sociología y la historia de masas proveen a los distintos sectores de la sociedad de aquello que no siempre puede hacer la política: una visión de los problemas y las divisiones de la sociedad. Pues bien, en la posibilidad de organizar un argumento, un temor, un camino de combate y una épica legítima, superadora de los cinismos y dobleces de uno de los lados de la grieta, la industria editorial muestra sus potencias. La cultura política como variable relevante de la vida política se nutre de la industria cultural, le moleste a quien le moleste.
En quinto lugar, hay una razón de fondo que opera en otros plazos y formas. Hemos tenido una acción colectiva contra la acción colectiva. Contra el sindicalismo, contra las manifestaciones de los excluidos, contra la acción política que no sea exclusivamente electoral (y para algunos, in pectore, hasta contra las elecciones mismas). Es el punto cúlmine de un desarrollo individualista en el que se mezclan corrientes que van desde el liberalismo clásico al anarquismo de clase media -que es el neoliberalismo- y abarca también inflexiones hedonistas y espirituales contemporáneas. Esa transformación cultural ha llegado para quedarse y ha sido explotada desde las más diversas posiciones: sin el individualismo contemporáneo no hay ni reinvindicaciones de género ni movimientos contra la burocracia estatal. Hasta ahora las fuerzas de Cambiemos han sacado de esa transformación el mayor provecho. Le queda a las fuerzas políticas que tienen otra visión de la sociedad hacer algo más que quejarse de una situación cultural a la que alguna vez tendrán que hacer suya con matices propios.
3- Recogerás la siembra de tus políticas sociales
Fueron a la movilización los más activos de aquellos que acompañaron a la entonces oposición en las marchas contra la “Resolución 125” o en el #8N, los conducidos subjetivamente por Fernando Iglesias y los brotes verdes electorales de las inversiones del gobierno en publicidad y en política social. Como apuntó alguna vez un economista que podría haber acompañado al gobierno, las inversiones se realizan más en los jubilados que en los jóvenes y ahí están los resultados: hubo en la marcha mayoría de sup40 y leve predominio de mujeres.
Insistamos en la empatía. Es muy fácil apuntar a los rostros desencajados, editar en fotografías insidiosas la supuesta torpeza de los ancianos para moverse (esos mismos que cuando se trata de la marcha contraria son el vivo retrato de la fuerza de voluntad y el desinterés). Es fácil también recortar las palabras de los otros para mostrarlos en su peor versión, sin dobleces ni réplicas como las que tenemos todos, para mostrarlos en una diferencia tan hostil como estúpida. Pero es horroroso traicionar una interlocución que, sea como fuera, nos fue dada. Sólo desde esta posición moral y profesional, que es necesaria también, es posible describir a los asistentes sin caricaturizarlos aunque sin compartir muchísimas de sus posiciones.
Fueron, obviamente, los hombres y mujeres de Barrio Norte que muchos aman odiar y representar como el paradigma de la clase media, como si la clase media no fuese más amplia, más heterogénea, más contradictoria y no incluyera como parte de ella a quienes se desbautizan en gritos contra la clase media. Por eso es que también estaban, y es importante decirlo, jubilados y personas de mediana edad que forman parte de una sufrida clase media argentina: comerciantes, tal vez empresarios PYMEs, maestras y, porqué no, aunque no se lo reconozca, parte del aparato de la provincia de Buenos Aires invisibilizado, para remarcar que esta movilización fue sin choris ni cocas, pero no sin activación, sin whatsapp ni redes sociales.
Nuestro país estratifica, asigna recursos por fenotipos, edades, vestimentas y número de piezas dentales. La mirada que da cuenta de esto no es necesariamente la que propone que esto deba ser así (si alguien quiere discutirlo lo espero en los comentarios). Pero digámoslo con todas las letras: predominaba de lejos el fenotipo europeo, las edades superiores a los 40, la dentadura completa y una indumentaria que no está al alcance de los asalariados de los 6/7 deciles más bajos de ingreso. Esa sufrida clase media que está tan lejos de los Dioses de la Ciudad de Buenos Aires y tan cerca de las villas, asentamientos y poblaciones pobres que cada diez años olvidamos que están hace veinte. El conurbano en su heterogeneidad es la tierra de Sabatellas, Tagliaferros, Maffeis y, sobre todo, Vidal. No todo es pobreza, exclusión y cumbia como suelen expresarse tanto los detractores como los apologistas del “territorio”.
4- Espontáneos y organizados: el sueño de la plaza propia
La distinción espontáneos-organizados no solo es engañosa porque oculta la intención de estigmatizar la movilización organizada de los “otros” y porque desconoce que la organización también es un valor político. Es engañosa porque organizados y espontáneos hay en todos lados en distintas proporciones y modos y sobre todo porque en las actuales condiciones demográficas, política y tecnológicas esas distinciones no tienen el valor de siempre. Es necesario entender esto para entender la política contemporánea en la Argentina: quien más quien menos puede tener su plaza propia y con ello intervenir una relación de fuerzas complejas que incluye partidos, medios, representaciones legislativas, agrupaciones de intereses sectoriales de todo tipo.
Un cambio signa la época que se inauguró en 2001: en comparación con otras épocas, es más legítimo y más efectivo protestar y esto tiene lugar en megaeventos políticos cada vez más frecuentes y ritualizados. Los últimos quince años, a diferencia de los relativamente infructuosos ‘90 y de los atemorizados 80, confirmaron las esperanzas de los que protestan: cualquiera puede sentirse derribador de gobiernos o constructor de alternativas. De diciembre de 2001 a los del #8N de 2012, pasando por las movilizaciones de la 125 o el bicentenario de 2010 y los Ni Una Menos, hay un espacio y escala de movilizaciones que difiere de la de actos y protestas tradicionales. No son revoluciones ni reuniones intrascendentes de simple reafirmación: alteran el juego político y son el resultado de factores que se asocian para producir algo que es sui generis. Son hijas de la democracia porque el exorcismo del fantasma de la represión las habilita y el pluralismo les permite albergar multiplicidad de sujetos (tipos y escalas de organizaciones, géneros, generaciones, clases sociales y los más diversos usos más allá de los predominios que marcan a cada convocatoria). También acompañan esta emergencia las nuevas tecnologías que permiten un grado tal de interconexión y velocidad de la puesta en común de sentimientos y reacciones concomitantes que lo espontáneo y lo organizado adquieren nuevos valores por un lado y nuevas sinergias por el otro. Y junto con ello son resultado de un régimen de mediatizaciones de las que se retroalimentan tanto los públicos como los protagonistas a través de las redes. Finalmente, son un producto de su propia historia: a casi todos los que apostaron a ella, la calle les ha dado resultados y esa experiencia se acumula y se transmite.
Esta movilización no fue de las más masivas, pero tuvo algunas de estas características. Fue variando con su propio desarrollo: a la primera oleada de asistentes, que llegaron desde la provincia de Buenos aires se agregaron luego los que se activaron a último momento y empezaron a llegar desde más cerca: “espontáneos” que calcularon el momento, la oportunidad y el sentido de su presencia. Entre todos ellos, movilizados en la interacción de redes, medios y liderazgos políticos, produjeron un hecho que sin duda tiene consecuencias aunque todavía no sabemos cuáles son porque su procesamiento depende de decisiones por tomar por los diferentes actores. Una de ellas es segura: el gobierno sintió la llegada de oxíogeno inesperado en medio de un mes de manifestaciones en contra y de malas noticias económicas.
5- Mensaje a la oposición
Un amigo me cuestiona que en mis notas nunca falta el párrafo “antikirchnerista”. Acepté que era relativamente innecesario y me comprometí a tratar de no hacerlo. Pero no se si no puedo contenerme o las circunstancias me justifican. No puedo dejar de pensar que la oposición tiene muchísimo que aprender de estos hechos y que las posiciones de una parte del kirchnerismo o de su descendencia política, son un obstáculo para este aprendizaje.
Para aquellos que se han socializado en un criterio político según el cual “a estos no los vamos a tener nunca”, cualquier autocontrol (ni que hablar de lo necesario: una acción reflexiva) les parece indigno. Entregados a la pasión identitaria en su versión más degradada, no se dan cuenta de que “esos” que están definitivamente alejados constituyen un número creciente, incluso entre aquellos que compartirían una forma de mirar la economía, y que ese alejamiento se construye políticamente con el estrechamiento de las convocatorias. No es lo mismo el setentismo implícitamente revisado que evocaron los Kirchner en los tempranos 2000 acudiendo a una memoria que pone en el centro luchas, solidaridades y vocaciones de justicia que la posición expresada en Plaza de Mayo el 24 de marzo, que parece enunciada para asustar y amedrentar a propios, ajenos e intermedios. Una parte de los resultados de esas acciones pudo medirse en la plaza del sábado 1 de abril: los pronunciamientos más agresivamente negacionistas ganan espacio entre los que desde un punto de vista se definen como “irrecuperables” (¡otra vez!) y vuelven inaudibles las posiciones antidictatoriales en todo lo que no sea el microclima “propio”. Hagan como quieran, pero están perjudicando a todos.
La concentración del sábado no constituye de ninguna manera “la recuperación de la calle” por parte del gobierno, que bien sabe que no quiere jugar ese desafío. Pero sí es una señal clarísima para los que esperan el derrumbe y que los automatismos de la “crisis económica” hagan el trabajo que ellos no se plantean. La oposición necesita elencos, propuestas y acciones; es decir, reconocerse a sí misma como actor político y dejar de esperar que el Apocalipsis y la segunda venida del Señor resuelvan sus tareas.
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