La victoria de Lenín Moreno en Ecuador pone tempranamente en jaque a la teoría de “fin de ciclo” regional: el candidato del correísmo triunfó precisamente por haber ilustrado con claridad el peligro del retorno conservador a su país, tras las experiencias en curso en Argentina y Brasil. Gana por las profundas transformaciones sociales en Ecuador durante la década de gobiernos de Rafael Correa Delgado, pero además por saber transmitir el impacto de las regresivas políticas económicas implementadas por Macri y Temer, quienes veían en Lasso un hipotético nuevo aliado regional.
El triunfo de Moreno oxigena a un conjunto de gobiernos nacional-populares, progresistas y de la izquierda continental. Y, sobre todo, puede servir de impulso a ese espacio de cara a las elecciones presidenciales que vienen: México, Paraguay y Brasil, en 2018, y Argentina en 2019. Alguno dirá que el candidato de Alianza País ganó por apenas dos puntos. Es verdad. Macri lo hizo por la misma diferencia, e intenta ejecutar transformaciones de indole estructural, regresivas para las mayorías, como si las urnas lo hubieran colocado por encima del 60%. Temer, que ni siquiera sacó un voto propio, implementa drásticas medidas, como el congelamiento de la inversión social por el plazo de dos décadas y la ley de tercerización laboral a la que se oponen las centrales sindicales. Por eso era importante, en el caso de Ecuador, evitar un triunfo de Lasso, que aunque sea por la mínima hubiera significado un brusco giro de la política económica del país.
Para Lasso, el slogan de “cambio” fue una bendición derivada del duránbarbismo durante el primer tramo de la campaña, cuando logró meterse al ballotage desplazando a Viteri. Pero, a su vez, los quince meses de gobierno de MM se colaron de lleno en la recta final rumbo a la segunda vuelta, aguandole la fiesta al banquero. Es que la derecha regional no tiene un solo ejemplo de gobierno por el que pueda decir: “ahí está el camino”. El México de Peña Nieto, el de los 43 de Ayotzinapa y el “gasolinazo”, no lo es. Tampoco Temer y Macri, tal como hemos visto, por sus políticas de shock. Menos el Paraguay de Cartes, cuya policía viene de reprimir -un muerto mediante- las protestas contra el intento de reelección del mandatario. Y PPK, salpicado por las revelaciones de Odebrecht, se suma al pelotón. Hablamos de países donde, además, ha existido una considerable concentración del ingreso para los sectores más pudientes, exactamente a la inversa de lo sucedido en los países con conducciones posneoliberales, donde el coeficiente de Gini ha demostrado mayor igualdad. Con la derrota de Lasso, Ecuador evita mirarse en el espejo de ese bloque de países.
Visto a nivel regional, el triunfo de Lenín podría llegar a ser un punto de inflexión. Un momento bisagra para América Latina y el Caribe. Dependerá de la evolución de las próximas elecciones, donde en casi todos los casos que mencionáramos previamente las variantes nacional-populares, progresistas y de la izquierda encabezan los sondeos. Pero ese será otro cantar, y para eso falta. Primero Correa deberá juramentar a su primer vicepresidente como nuevo Jefe de Estado de Ecuador. A fin de cuentas, las tesis de “fin de ciclo” y sus agoreros se han topado con un caso que demuestra que la puja política entre dos modelos contrapuestos está más viva que nunca en el continente.
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