Los actos de repudio y apoyo a gobiernos en seguidilla tienen una larga historia en la Argentina. El 2 abril de 1982 en la Plaza de Mayo vivaron a Galtieri por “recuperar” las Malvinas días después de un paro general que había terminado en la mayor movilización callejera en repudio a la dictadura. Macri eligió desmovilizar los actos por Malvinas y tuvo su acto “espontáneo” un día antes. Menem tuvo su plaza del Si luego de que la oposición hiciera la del No a la reelección. Y siguen los casos, siempre plagados de ninguneos y epítetos.
La calles argentinas han vivido el último mes en un estado de movilización permanente y creciente. Habrá que revisar con detenimiento los libros de historia para encontrar una seguidilla de marchas similar a la que hemos sido testigos. La sociedad argentina se compone de minorías intensas que, como riachos, a veces confluyen en un gran torrente, se juntan y forman mayorías. Y estos procesos siempre nacieron en las calles. Es una sociedad rebelde, inquieta, con iniciativas y un alto nivel de politización. La forma que el periodismo ha encontrado para la descripción de estos actos políticos es muy precisa: demostración de fuerza.
En la historia política argentina ocupar la calle, manifestarse, es una práctica dotada de una densidad simbólica decisiva. La política en las calles fue durante un largo período histórico del SXIX más central que el mismísimo acto de ir a votar. Quien ocupó las calles ocupó el centro del ring y, por eso, siempre el rival tendió a ningunear esas manifestaciones. Más allá de carteles y consignas, poner el cuerpo, exponerse, compone una singularidad como acto político que, si bien no es exclusiva de nuestra cultura, constituye y funda nuestro folklore político. Por eso sorprendió que a 35 de la guerra de Malvinas los actos y homenajes hayan sido de una pobreza inquietante, los actos oficiales muestran claramente la intención de no reivindicar soberanía, ni en este caso, ni en ninguno. Apenas un día antes Macri tuvo su plaza del “Sí”. La cultura argentina en forma transversal siempre sale a la calle.
No es tan común en otros países que los reclamos y reivindicaciones se expresen casi en su totalidad con una movilización. La consolidación del sufragio como herramienta de mediación y legitimación política no ha eliminado esta práctica, ni siquiera votando cada dos años, ni universalizando el voto hasta los jóvenes de 16 años. En la era de las redes sociales, de las comunicaciones electrónicas, de los medios de comunicación masivos, la costumbre de poner el cuerpo como portavoz de un discurso no se ha apagado. Muy por el contrario,
En paralelo a estos acontecimientos, ha sido también una práctica usual ningunear la movilización de los otros. Como si al hecho incontrastable del número debiera oponérsele el antídoto de la deslegitimación. A los ya conocidos epítetos que se terminaron convirtiendo en banderas “descamisados”, “cabecitas negras”, “subversivos” se fueron agregando nuevos: “van por el chori”, “les pagan 500 pesos”, “los llevan en micros”. Se puede comprobar un movimiento similar de signo contrario: “son los gorilas”, “oligarcas”, “clase media lobotomizada por Clarín”. El pequeño problema es que marcha contra marcha, ninguneo contra ninguneo, en Argentina no falta diálogo, pero sobran epítetos. Las clases medias están de los dos lados de la grieta, pero el juego de la grieta no le conviene a las políticas populares y es funcional a los proyectos de ajuste, a la derecha que pisa fuerte en América Latina. Luego de la oleada de procesos políticos populistas que vivió una buena parte del continente, la existencia de las grietas solo ha logrado estancar la fluidez de los procesos.
El pueblo quiere saber
El comienzo mismo de nuestra historia está marcado por la movilización a la plaza junto al Cabildo pidiendo, presionando por la formación de un gobierno patrio, por la recuperación de la soberanía y la formación de una Junta en reemplazo del Virrey. La frase “el pueblo quiere saber de qué se trata” quedó estampada en la memoria histórica como un mantra que se repitió hasta el cansancio en muchísimas movilizaciones.
El 23 de agosto de 1944, en ocasión de la liberación de Paris del dominio nazi, cientos de manifestantes se dan cita en Plaza Francia en Buenos Aires. El socialista Alfredo Palacios es el orador principal y en las paredes de las calles más exclusivas de la ciudad se pinta “Imitemos a París”, lo que significa acabar con el gobierno nacido del golpe militar del 4 de junio, con el presidente Farrell y sobre todo con Perón, en tanto se ha caracterizado como fascista a ese gobierno y a la política que se lleva adelante desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Se canta la Marsellesa. En noviembre se moviliza la CGT al cumplirse un año de la creación de la Secretaría en cuestión y cuando el Estatuto del Peón Rural es aún noticia que irrita a las clases propietarias. El acto es a metros de la Plaza de Mayo y hay pancartas de sindicatos, de la Unión Ferroviaria, del Sindicato Unión Obreros Fabriles del Chaco, de la FOTIA que recién en mayo fue creada. Caballos montados por hombres vestidos de gauchos. Del monumento de Roca cuelgan muchachos que siguen las palabras de los oradores, dirigentes sindicales y luego Perón.
De un lado, cantidad de asambleas estudiantiles y profesionales; del otro, huelgas y asambleas obreras. Declaraciones y petitorios. A partir de mediados de 1945 todo se potencia. El 12 de julio, convocados por la CGT, ya son más de 150.000 trabajadores los que se reúnen en la avenida Diagonal Norte mirando hacia Plaza de Mayo. Hablan solamente dirigentes sindicales y según Felix Luna fue en esa oportunidad que debutó la consigna “Ni nazis ni fascistas, peronistas”. Fue la primera demostración de fuerza contundente en apoyo a Perón. Llegan hasta la Secretaría de Trabajo y Previsión. Perón saluda desde ese otro balcón. Marcha contra marcha, porque el 19 de septiembre la Marcha de la Constitución y de la Libertad convoca a una multitud que algunos estiman en 400.000 ciudadanos y es cálculo que poco se cuestiona. Desde el Congreso hasta Plaza Francia nuevamente, itinerario distinguido. Las columnas muy organizadas llevan cartelones con los rostros de San Martín, Moreno, Sarmiento y Urquiza, así como pancartas con textos de la Constitución Nacional. Piden “Todo el poder a la Corte Suprema”. Para ellos la verdadera Nación estaba presente. Allí, entre los concurrentes camina el embajador de los EEUU, Spruille Braden, quien se había erigido como cabeza política de la oposición y se avenía al folklore argentino de movilizarse. El efecto de este acto es tal que, sólo con un poco de demora, obliga a renunciar a Perón. Es decir, no se trató de un golpe palaciego, sino de un resultado de la movilización de masas de clases medias en alianza con la oligarquía. El miércoles 10 de octubre Perón se presenta en la Secretaría de Trabajo y Previsión para retirar sus pertenencias y despedirse de empleados, colaboradores y de algún dirigente sindical. Pero en apenas horas se logra reunir a una multitud de trabajadores. Lo que habla ante ellos se transmite por Radio del Estado y aún se puede escuchar el bramido de los manifestantes, la ovación al líder y la negativa a que ése sea el final de una historia. Cuando ese sábado los trabajadores van a cobrar la quincena advierten que el feriado del 12, que Perón había decretado se remuneraría, estaba descontado. Los sindicatos discuten y por muy poco se deciden a convocar a la huelga para el 18 de octubre. Por otros hilos de la trama obrera y popular, el despliegue de masas se adelanta en pequeñas concentraciones hasta que, desde la mañana del 17, la Plaza de Mayo es el punto de convergencia. Desde las afueras de la ciudad se lanzan sobre su corazón político y ese movimiento -de los suburbios al centro- se repite en todo el país. A las 23.10 Perón apareció en el balcón y lo que vio -la enorme y poderosa presencia que lo alzaba- sin dudas lo signó para siempre. Se cantó el Himno nacional y la primera palabra que pronunció en su discurso fue “trabajadores”. Mientras Raúl Scalabrini Ortiz vio “el subsuelo de la patria sublevado”, desde la vereda de enfrente solo pudieron ver “un aluvión zoológico”. El pueblo trabajador hizo su aparición estelar en las calles antes que en las urnas.
En 1955 el golpe militar que desalojó por la fuerza bruta al gobierno constitucional vino precedido en meses por un bombardeo sobre una Plaza de Mayo cubierta de manifestantes, tanto es lo que molestaba un pueblo en la calle. Para que no queden dudas de que los golpes no son solo militares, una abigarrada muchedumbre salió a festejar el golpe y a su paso ultrajaban toda simbología peronista que se les cruce.
Las movilizaciones y actos se repitieron en forma constante a lo largo de los 18 años de exilio de Perón y para celebrar su regreso, obviamente había que organizar la movilización más grande del mundo y de la historia. El pueblo acudió de manera conmovedora a Ezeiza el 20 de junio de 1973. En esta ocasión, los que disputaban por el número de concurrentes serán las diferentes vertientes del peronismo. ¿Quién tiene la columna más larga? No fue esa duda, sin embargo, lo que termino definiendo la jornada, fueron las armas y el juego sucio de la derecha peronista de Osinde y López Rega que organizaron una masacre.
Durante la última dictadura es claro que las movilizaciones estaban prohibidas. Pero durante los festejos del Mundial 78 todas las plazas del país estallaron de gente. Los triunfos deportivos también los festejamos con movilizaciones.
Un síntoma inequívoco de que la dictadura empezaba a resquebrajarse fue que las protestas comenzaron a ganar la calle. El 30 de marzo de 1982, encabezada por la CGT Brasil de Saúl Ubaldini, se convocó a la Plaza de Mayo y una enorme cantidad de gente acudió y fue duramente reprimida: un muerto, cuatro mil detenidos y dos mil quinientos heridos. Otra vez marcha contra marcha. El anuncio de la recuperación, por vía militar, de las Islas Malvinas, nos permitió ver el extraño espectáculo de una multitud reunida en la Plaza ovacionando a un dictador. Y Galtieri no se privó de decir desde el balcón: “el pueblo quiere saber de qué se trata”.
La campaña electoral para elegir presidente en 1983 fue, sin duda, la que provocó las mayores movilizaciones. A los actos de cierre de Raúl Alfonsín, por la UCR, y de Italo Luder, por el Justicialismo, acudieron literalmente cerca de un millón de simpatizantes a cada acto. Y este contrapunto, este acto por acto, tuvo el mismo escenario con muy pocos días de diferencia: el obelisco.
Otra vez en democracia, al levantamiento carapintada liderado por Aldo Rico la sociedad le respondió con movilizaciones a las puertas de los cuarteles y una muchedumbre colmó la Plaza de Mayo para repudiar a los amotinados, desde donde Alfonsín anunció las dos polémicas frases: “Felices fiestas” “La casa está en orden”. Había negociado las leyes del perdón.
El gobierno de Menem tuvo en sus inicios un contrapunto en las calles. Ante el giro neoliberal y las resistencias que ocasionó, el periodista Bernardo Neustadt, junto con la UCD y el menemismo convocaron a lo que llamaron “la Plaza del Si”, el 6 de abril de 1990 cuando pudieron verse a esos sectores medios y altos que se manifiestan cada vez con mayor frecuencia apoyando esas políticas. La respuesta llegó el primero de mayo con una convocatoria de la coalición Izquierda Unida en la misma plaza.
En 2008, en pleno conflicto del gobierno de Cristina Kirchner con la mesa de enlace de las organizaciones agropecuarias, los actos, marchas y piquetes del sector rural arreciaron. Un gran acto en Palermo convocó a una multitud en contra de las retenciones a las exportaciones; como respuesta y para no perder la calle, fue respondido el 26 de junio por una importante y tal vez insuficiente demostración de fuerza en Plaza Congreso, en la que el grueso de los manifestantes los aportó la CGT liderada por Hugo Moyano y en la que participaron organizaciones sociales y políticas de diferentes sectores.
Durante el kirchnerismo la calle fue ocupada por grupos piqueteros, por trabajadores, por sectores afines al gobierno y también por opositores. La marcha contra la “inseguridad” que convocó el no ingeniero Juan Carlos Blumberg el 31 de marzo de 2004 logró reunir más de cien mil personas con velas, en Plaza Congreso. Y un número difícil de determinar se reunió para hacer cacerolazos de protesta en varias ocasiones.
La marcha del sábado pasado, por la “democracia” que los sectores afines al macrismo, pero, sobre todo, contrarios al kirchnerismo en particular y al peronismo en general, demuestra que, más allá de la verdadera envergadura del contingente que participó, infinitamente menor a las movilizaciones de todo el mes de marzo, ganar la calle es un aspecto central en la puja política argentina. Y si bien se discuten políticas, se debate sobre proyectos nacionales, la “demostración de fuerza” siempre es un espaldarazo a cualquier reclamo, que genera una legitimidad que los ninguneos, falsedades y mitos no logran opacar.
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