Quienes opinan que es necesario conocer toda la historia para hacer verdadera justicia sobre lo que significó la dictadura militar genocida tienen razón. En realidad, siempre es necesario conocer toda la historia, el contexto político y social que determina lo que ocurre en un país. Mucho más cuando se trata de episodios trágicos como los que sucedieron después de 1976.
Un historiador podrá remontarse a los albores de nuestra historia para ir encontrando pistas, coincidencia y contradicciones de nuestro tránsito como país constituido. Yo no soy historiador pero como argentino contemporáneo tengo, al menos, un punto de inflexión. Con día y hora: las 12.30 del 16 de junio de 1955. Todos lo saben. Aviones militares de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza de Mayo, concurrida por civiles como cualquier día de semana hábil. El propósito fue matar a Perón. No lo lograron, pero asesinaron a hombres, mujeres, niños y niñas en cifras nunca precisadas. Se habla de 300 muertos.
A ver si lo ponemos en claro: ciudadanos argentinos arrojaron bombas sobre otros ciudadanos argentinos inocentes y desprevenidos. No había una guerra, no gobernaba una dictadura. El peronismo había sido elegido por amplia mayoría en elecciones limpias y seguía teniendo apoyo de, por lo menos, la mitad de los habitantes de este suelo. Gobierno democrático y de mayorías. Respondieron con bombas contra la población civil.
Pero ahí no terminó la historia. Tres meses después, mediante un alzamiento militar lograron desplazar al gobierno de Perón. El jefe del golpe, general Lonardi, lanzó un mensaje conciliador: “ni vencedores ni vencidos”. Duró poco. Un militar Aramburu y un marino, Rojas, se encaramaron en el poder y lanzaron una feroz persecución al peronismo: llegaron a prohibir cualquier palabra que hiciera referencia a Perón y al peronismo. Metieron presos a centenares de funcionarios y dirigentes del gobierno derrocado, fusilaron a militares y civiles; anularon las leyes sindicales y sociales y… ¡profanaron el cadáver de Eva Perón!, la mujer idolatrada por buena parte de los argentinos –especialmente los mas pobres– y hoy reconocida como una de las figuras más emblemáticas de la historia argentina. Ultrajaron el cuerpo, los escondieron en lugares inverosímiles y terminaron “piadosamente” sepultándolo con nombre falso en un cementero de Milán.
La persecución del peronismo duró 18 años. Otros militares intentaron encontrar una salida que se pareciera a la democracia, es decir sin el peronismo. Primero Frondizi y después Illia fueron expulsados del poder antes de cumplir sus mandatos. Finalmente, prohibieron que Perón se presentara como candidato a las elecciones de 1973.
Ahora, digo yo: ¿qué más hacía falta para que surgieran focos de resistencia popular, incluso violentos? ¿Cómo no iba a crecer la convicción de que la única forma de alcanzar una democracia real era mediante la lucha armada?. Eran tiempos en que los vientos internacionales, inspirados en la Revolución Cubana, estimulaban a muchos jóvenes a tomar el fusil.
Podrá decirse que la estrategia, por lo menos en la Argentina, no era la adecuada. Podrá reprochárseles que hayan caído en actitudes omnipotentes y brotes militaristas. Pero eran jóvenes que lucharon por un país mejor y muchos de ellos dieron la vida.
Tienen razón los negacionistas. Hay que conocer toda la historia.
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