Antes del discurso del presidente de Estados Unidos sobre Irán, el Departamento de Estado sostuvo en un encuentro con la prensa que el Hezbollah exporta el terrorismo a través del mundo por cuenta de Teherán. Uniendo la palabra a la acción, el Departamento de Estado anunció una recompensa por el arresto de dos comandantes del Hezbollah. Pero, ¡oh sorpresa!, no dijo ni una palabra de las victorias del Hezbollah sobre los yihadistas, ni de los 800 millones de dólares que el Guía de la Revolución iraní, Alí Khamenei, acaba de ofrecer a la resistencia libanesa.
Posteriormente, al hacer uso de la palabra, el presidente Donald Trump insultó profusamente el legado del imam Rulah Khomeiny así como a los Guardianes de la Revolución y al Guía. Trump se hizo además eco de todo tipo de viejas acusaciones, de las que incluso ya había sido exonerado el Hezbollah desde hace tiempo, y sentó las bases para acusarlo de estimular el resurgimiento de al-Qaeda.
Antes de que el presidente terminara su intervención, el`precio del petróleo había subido en 85 cents el barril ya que el mercado apostó a un cese de las inversiones petroleras iraníes. Durante las siguientes horas, todos los países occidentales y Rusia dijeron deplorar la agresividad de Donald Trump, mientras que Israel y Arabia Saudita la aplaudían.
Sin embargo, las únicas decisiones que anunciaron el presidente Trump y el Departamento de Estado fueron la recompensa mencionada anteriormente y la “decertificación” del acuerdo 5+1 ante el Congreso de Estados Unidos –esta última no es una decisión vinculada a las relaciones internacionales sino solamente un tema de política interna estadounidense.
Pero el acuerdo del 14 de julio de 2015 fue adoptado por el Consejo de Seguridad de la ONU y sólo ese órgano internacional puede echarlo abajo. Por supuesto, todos los diplomáticos saben que tras ese acuerdo multilateral, Estados Unidos e Irán adoptaron un protocolo bilateral secreto que determina sus papeles respectivos en el Medio Oriente ampliado. En el momento en que escribo estas líneas, nadie puede decir si el presidente Trump ha cuestionado o no ese protocolo. Por consiguiente, todas las reacciones ante su discurso del 13 de octubre y ante los anuncios del Departamento de Estado son puro teatro.
Las clases dirigentes de Estados Unidos e Irán se han apasionado siempre sobre el tema de las relaciones mutuas. Ya en el momento de la Revolución iraní de 1979, la administración Carter estaba tan profundamente dividida que el secretario de Estado Cyrus Vance y el consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski se enfrentaron entre sí y amenazaron –los dos– con dimitir si el presidente no seguía su consejo. Finalmente se impuso la opinión de Brzezinski, quien tuvo que disfrazar de toma de «rehenes» lo que en realidad fue la detención de los espías que trabajaban en la embajada de Estados Unidos en Teherán y se ridiculizó con el fracaso de su intento de liberarlos. A partir de aquel incidente, las relaciones de Washington con Teherán siempre han sido una sucesión de mentiras mediáticas sin relación con la realidad.
Desde el punto de vista iraní, el Reino Unido y Estados Unidos son depredadores y mentirosos que colonizaron y explotaron Irán y que hoy siguen aplastando a otros Estados que aún no se han rebelado. Es por eso que los iraníes acostumbran a designar al Reino Unido como el «Satán pequeño» y a Estados Unidos como el «Gran Satán». Según el ayatola Alí Khamenei, cada hombre digno de serlo tiene el deber de luchar contra las perversas maniobras de esos dos países. Por otro lado, no todo es obligatoriamente malo entre los anglosajones y no hay razones para dejar de hacer negocios con ellos.
Durante la administración de Bush hijo, el vicepresidente Dick Cheney estuvo todo el tiempo conspirando con Londres y Tel Aviv para atacar a Teherán. Creó para ello el secretísimo Iran Syria Policy and Operations Group (Grupo de Política y Operaciones en Irán y Siria), alrededor de su hija Liz Cheney, y de un hombre experimentado en materia de operaciones secretas: Elliott Abrams. Y se planteó sucesivamente la posibilidad de bombardear Irán con armas nucleares y de respaldar un ataque aéreo israelí contra ese país desde aeropuertos alquilados a Georgia. Pero sucedió exactamente lo contrario: el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y el jefe del estado mayor conjunto estadounidense, el almirante Mike Mullen, se reunieron en secreto el 2 de marzo de 2008, en Bagdad. Al derrocar a los talibanes afganos y al presidente iraquí Saddam Hussein, Estados Unidos eliminó a los enemigos de Irán y favoreció la influencia regional de ese país.
Bajo la administración Obama, la Casa Blanca trató de derrocar al presidente Ahmadineyad organizando la revolución de color de 2009. Tratando de sacar enseñanzas de fracasos anteriores, se puso en contacto con los opositores reunidos alrededor del ex presidente iraní Hachemi Rafsandjani. En 1983-1986, cuando el Consejo de Seguridad Nacional organizó la operación Irán-Contras, el coronel Oliver North y el sempiterno Elliott Abrams habían recurrido a un diputado iraní, el jeque Hassan Rohani, quien los puso en contacto con el hodjatoleslam Rafsandjani. Fue precisamente con estos personajes iraníes que la administracon Obama comenzó a conversar, en Omán, en marzo de 2013. Y gracias a una pirueta política, el candidato respaldado por el presidente Ahmadinejad no fue autorizado a presentarse a la elección presidencial que el jeque Rohani ganó 5 meses más tarde. Desde su llegada a la presidencia, Rohani comenzó a negociar oficialmente el acuerdo 5+1, que él mismo había concebido durante las negociaciones secretas en Omán.
Donald Trump, por su parte, mantuvo un discurso violentamente anti-iraní a lo largo de su campaña electoral. Su primer consejero de seguridad nacional, el general Michael Flynn, mantenía una posición similar. A pesar de ello, desde su llegada a la Casa Blanca, en enero de 2017, Trump ha ido eliminando uno a uno todos sus consejeros anti-iraníes –con excepción de Mike Pompeo, el actual director de la CIA. Por el contrario, sus 3 principales colaboradores –su director de gabinete, general John Kelly; el secretario de Defensa, general James Mattis; y el secretario de Estado, Rex Tillerson– son pro-iraníes.
Resulta por cierto interesante observar que, en el momento de la nominación del secretario de Estado, la prensa favorable a Obama anunciaba como una certeza que el puesto quedaría en manos de… Elliott Abrams. El presidente tuvo un largo encuentro con él, lo interrogó sobre sus relaciones con el jeque Rohani, lo acompañó hasta la puerta… y nombró a Tillerson.
Pudiera ser que el presidente Trump echara abajo el acuerdo irano-estadounidense en una jugada irreflexiva y, lo que sería mucho más grave, que arremetiera contra los Guardianes de la Revolución. Pero es mucho más probable que, una vez más, todo sea una comedia para apaciguar a sus aliados israelíes y sauditas. No podemos olvidar que Donald Trump no es un profesional de la política sino un promotor inmobiliario y que actúa como tal. Trump cosechó su éxito profesional sembrando el pánico con declaraciones excesivas y observando las reacciones que esas declaraciones provocaban entre sus adversarios y socios.
Para saber cuál de esas dos hipótesis es la correcta, tendremos que esperar por las sanciones contra los Guardianes de la Revolución. Veremos entonces si son realmente serias o si no van más allá de la manera de actuar que caracteriza a Trump y de la farsa tradicional de Estados Unidos frente a Irán.
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