Las banderas de Cuba y EEUU en la sala del Palacio de las Convenciones,
donde se produjeron las conferencias de prensa de las delegaciones oficiales a
la Ronda de conversaciones entre Cuba y EEUU, en enero de 2015.
Gran parte del debate en los Estados Unidos en las últimas semanas se ha
centrado en deshacer los efectos de más de 50 años con Cuba, a la vez que The
Wall Street Journal ha caracterizado este período entre ambos países de “largas
tensiones en sus relaciones”.
Sin embargo, Cuba ha experimentado estos años de “largas tensiones en sus
relaciones” de un modo muy diferente al de Estados Unidos. En Cuba, este período
de “largas tensiones en sus relaciones” ha significado medio siglo de esfuerzos
sostenidos por parte de los estadounidenses para el cambio de régimen en la
Isla, incluidas punitivas sanciones económicas y aislamiento político, una
invasión, decenas de planes de asesinato contra los líderes cubanos y años de
actividades encubiertas, incluyendo el sabotaje a la agricultura, la industria y
el transporte cubanos.
Pero eso es solo una somera aproximación. De hecho, la memoria cubana tiene más
largo alcance en el pasado, son 150 años de la política de Estados Unidos
dedicados a obstruir la soberanía nacional cubana y la autodeterminación. La
injerencia de Estados Unidos en los asuntos cubanos ha chamuscado un camino que
está en la memoria de Cuba, y que debe tenerse en cuenta como contexto en el que
Cuba se acerca al diálogo con los Estados Unidos.
Es por eso que los cubanos se acercan a los Estados Unidos con cautela. Esta es
la razón por la que el presidente Raúl Castro habló el 17 de diciembre del
compromiso de Cuba “de ser fiel a nuestros ideales de independencia”. Los
defensores estadounidenses que han dado la bienvenida a iniciativas para renovar
el diálogo diplomático con Cuba y las relaciones normales en el contexto de
décadas de aislamiento político y sanciones económicas, no han podido producir
los resultados deseados.
La nueva política, de acuerdo con el presidente Barack Obama, servirá para
“poner fin a un enfoque obsoleto.” Hizo hincapié en la necesidad de “probar algo
diferente.” La vieja política, dijo, “no ha funcionado”. Por supuesto, la
política no ha “funcionado”. Por supuesto, una nueva política está muy
justificada. Pero también es cierto que los defensores de un cambio de “enfoque
obsoleto” deberían andar con cautela, porque en Cuba no se requiere de mucha
imaginación política para inferir ominosamente el significado más amplio de los
pronunciamientos que justifican el abandono de una política que “no ha
funcionado” – ¿no ha funcionado para qué?- y que necesita “algo diferente”
-¿para el cambio de régimen?- ¿Se deduce que lo que ha cambiado es el medio y no
los fines? De hecho, la razón de cambio de la política ha avanzado con el
argumento de que las relaciones diplomáticas normales proporcionarán a los
Estados Unidos “la oportunidad de influir en el curso de los acontecimientos”,
como ha dicho Obama.
Tampoco estas sospechas de las autoridades cubanas se calmarán con reuniones muy
publicitadas y aparentemente obligatorias entre las delegaciones visitantes
estadounidenses y los disidentes. Solo habría que imaginar los gritos de
indignación en Estados Unidos si una delegación oficial cubana se reúne con
representantes de Occupy Wall Street.
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