Rafael Correa decidió demorar una semana atrás su aterrizaje en Quito para aguar
la “caravana de luto”, una protesta automovilística convocada por el dirigente
derechista Andrés Páez, que pretendía copar el extrarradio del aeropuerto
capitalino cuando el presidente retornaba de una gira por Europa. Finalmente, el
líder de Alianza País y su comitiva realizaron su chek- in en el Mariscal Sucre
pasada la medianoche, mucho más allá de lo pautado, mientras la concentración
opositora se iba dispersando en la medida que los conductores de las cuatro por
cuatro quiteñas daban un giro para retornar a sus casas. “El Mandatario aseguró
que si se hubiese topado esa caravana con la escolta presidencial se hubieran
producido graves incidentes”, comenta el diario ecuatoriano El Telégrafo. La
caravana de Páez no es una patrulla perdida de la oposición. En todo el país,
principalmente en las grandes ciudades, los sectores medios o medios altos
vienen arropándose en las últimas semanas con la estética y la narrativa de los
indignados europeos –titulan sus movilizaciones con una letra y número para
fijar la fecha en el imaginario colectivo– pero con un programa radicalmente
opuesto: “Que se vaya Correa. Abajo sus leyes impositivas”, proclaman.
El jefe de Estado ecuatoriano no es un gran jugador de fútbol pero, en términos
políticos, suele hacer buenas fintas para esquivar escenarios adversos. A un mes
de la llegada del Papa Francisco a la mitad del mundo, y pese al declive del
precio del crudo –que afecta al principal rubro exportador del país–, Rafael
Correa decide, finalmente, dejar en suspenso las reformas impositivas que
pretendían gravar con más peso la herencia y la plusvalía –que no es un homenaje
a Karl Marx, sino el encuadre ecuatoriano que nomina los altos patrimonios– para
“pacificar el país” –y así subir la sensación térmica pro clima papal– aunque,
en el camino, haya que resignar algo de caja en plena debacle petrolera. “El
retiro temporal de los proyectos de ley por parte del Presidente Correa abre
espacio para la despolarización de todos los ecuatorianos”, tuiteó en sintonía
con Correa, Ernesto Samper, número uno de la Unasur con oficina permanente en
Quito, donde está la sede de la nave central del organismo que lleva el nombre
de Néstor Kirchner.
Rafael, el Eternauta
El pensamiento de Rafael Correa tiene dos grandes vertientes: su identidad
religiosa jesuítica –que lo llevó a enfrentarse a diputados de su partido que
impulsaban proyectos despenalizadotes del aborto– y su formación económica
heterodoxa, con postgrados en el exterior como parte del combo. Pero, además, el
líder ecuatoriano se ha transformado en un gran conocedor de escenarios
golpistas domésticos. Cinco años atrás, Correa parecía un personaje de Héctor
Oesterheld cuando se apersonó en un levantamiento policial, que bajo un reclamo
salarial intentaba ser la mecha de un golpe suave, para dialogar con los
oficiales y no tuvo más remedio que blindarse con una enorme escafandra para
mitigar el baño de gas lacrimógeno eyectado por los oficiales rebeldes. Ahora,
no hay gorras ni violencia explícita en la primera línea de las movilizaciones
opositoras, que parecen ser la versión suave de las feroces guarimbas
venezolanas, pero sí un claro consignismo revocatorio en sus voceros.
“Las protestas en Ecuador tienen una característica: el lujo. Los vehículos en
que andan los manifestantes son muy lujosos y expresan las preocupaciones de los
sectores pudientes que no entienden que todo el país debe vivir mejor, no sólo
ellos. Los que protestan son grupos muy pequeños, pero son muy violentos y ahí
esta el riesgo”, describe el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño en entrevista
con la cadena Telesur. Pudiente, violenta, y algo impaciente podría agregarse.
En definitiva, la reforma impositiva de Correa no implicaba la nacionalización
de la banca ni la desdolarización de la economía. En concreto, la reforma al
impuesto a las herencias solo afectaba al 2% de la población y estaba dispuesto
que la tasa a la plusvalía comenzaba a regir para las personas que ganan, como
mínimo, 24 salarios básicos. Correa quería pasar la gorra a la punta más fina de
la pirámide, pero la casta local no lo dejó.
Correa y los otros
Ecuador cumplirá su década (ganada o perdida, según quién lea el período)
correísta dentro de dos años, en coincidencia con un nuevo comicio presidencial;
donde, incluso, el economista ecuatoriano más famoso podría conseguir un nuevo
bonus track en el Palacio Carandolet. Indudablemente, la caliente coyuntura
ecuatoriana está acelerando los tiempos políticos. Luego de que el alcalde de la
poderosa, y con aires separatistas, Guayaquil, Jaime Nebot, expresará que el
Ejecutivo buscaba la “paz de Rafael, y no la de Francisco” con el retiro de los
proyectos impositivos, Correa retrucó en twitter con un mensaje picante: “Ya se
lo dije a Nebot: láncese a Presidente en el 2017, y ahí sí me presentaré, y lo
venceré incluso en Guayaquil. Él es del 2% afectado”.
Evidentemente, con todo lo bueno, y de lo otro, que implica la
hípercentralización política, en Ecuador todas las noticias políticas satelitan
alrededor del sol Correa.
“Ahora es la clase media urbana quien se proyecta como un posible actor en el
escenario. Las movilizaciones, asedio y cerco al gobierno tienen características
militares. Se ha inaugurado así un calentamiento de las calles con miras a
constituir un actor y referente político consistente que dispute el poder a la
Revolución Ciudadana”, esgrime Carlos Pazmiño de Flacso Ecuador. “Por qué
llegamos a pensar aumentar impuestos por la baja del crudo. Teniendo recursos,
conociendo los problemas internacionales, (Correa) no tuvo la capacidad para
tener una estrategia adecuada y entonces estamos cosechando el hecho de que no
hay una transformación en la matriz productiva”, contrapone Alberto Acosta, ex
ministro de Correa y actual líder de un movimiento político que agrupa varias
organizaciones sociales. Rafael Correa desensilló su proyecto impositivo.
Seguramente, el paréntesis se prolongará hasta que Francisco finalice su visita
papal.
Impuestos progresivos: Rafael correa pretendía gravar con más fuerza la herencia
y los altos patrimonios. La letra chica del proyecto afectaba a menos del 3% de
la población. La baja del crudo motivó la iniciativa
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