Se apuran las últimas costuras y descosidos del mapa electoral. Aun con más
intuiciones que data completamente certera, porque todos apuestan a la escondida
hasta último momento, la impresión es que esos tejes y manejes ya no podrán
determinar algún cambio sustantivo de las opciones en juego.
El derrumbe impresionante e irreversible de Sergio Massa, en sus aspiraciones
presidenciales, es el mayor motivo de especulación y cálculo. La fuga del
pugilista Francisco de Narváez era lo único que le faltaba. Con seguridad, nunca
se vio que un personaje político de trascendencia mediática semejante,
proyectado hace apenas dos años como figura indetenible de las grandes ligas,
haya sufrido el abandono y hasta el desprecio de virtualmente todos sus barones
acompañantes. ¿Era el destino natural de lo que fue mucho más el imaginario, la
invención y las necesidades de la prensa opositora, que sus probabilidades
reales de liderazgo y construcción? Muy posiblemente. Lo cierto, a esta altura,
es que ya ni siquiera puede sostenerse con certeza el arrastre que tendría Massa
aun si se bajara a una candidatura a gobernador bonaerense, solo o colgado del
universo macrista-radical. La devaluación de su imagen es tan potente que
inclusive se conjetura el riesgo de comprarse un pelotazo en contra, porque
además se reforzaría la idea del rejuntado a costa de lo que fuere. Algo de eso
huele Mauricio Macri, y su alter ego ecuatoriano que insiste en recomendarle la
descontaminación de aromas peronistas mientras acuerdan la candidatura a senador
de Carlos Reutemann entre, claro, otros varios signos de que la limpieza
profunda es ma non troppo. En el bando macrista también se preguntan si el ex
Fórmula Uno será tan conveniente o taquillero como lo pintan. Por lo pronto,
afirmó que apoya a Miguel Del Sel “hasta ahí nomás”, en factible sintonía con la
vergüenza ajena que provoca el cómico por fuera de sus votantes y, justo, cuando
parecen crecer las chances del kirchnerista Omar Perotti. Igualmente, es dable
inferir que, tanto como en Buenos Aires con el dueto Rodríguez Larreta-Michetti,
les puede salir bien apostar a la confrontación interna que en lo ideológico no
es ninguna. En el flanco oficial también tienen lo suyo, si es por terminar de
enfocarle a la estratagema más adecuada. Interrogantes que espolean al
kirchnerismo. ¿Fue y sigue siendo correcto acotarle el espacio a Daniel Scioli
todavía más, marcándolo por izquierda a través del discurso de Florencio
Randazzo y con la esperanza de que el gobernador no gane las primarias por gran
diferencia? ¿No sería mejor jugar al ministro para la gobernación y,
presumiblemente, acabar con el asunto? ¿O es más plausible lo primero porque el
candidato bonaerense que lleve el Frente para la Victoria –quien fuere– ganará
cómodo en cualquier caso? ¿Y alguien sabe lo que finalmente hará Cristina? ¿Y
los aspirantes a vice deben ser significativos e influyentes? ¿Está escrito o
corroborado en alguna parte que alguien vota teniendo en cuenta al segundo de
una fórmula? Es apenas una porción, aunque sí la más atractiva, de lo que se
resuelve por estas horas. La pregunta estructural es, o sería, si alguna de
estas especulaciones tácticas altera el escenario de que, entre agosto y
octubre, habrá que decidir entre continuar globalmente hacia delante –sin la
épica personal/presidencial de todos estos años, ni de lejos– o retornar
globalmente a las andadas menemistas. Cristina viene de decir, en una de las
enunciaciones de campaña más elementales y profundas, que la clave es qué se
propone hacer con el Estado, en su sentido de protagonista y guía como regulador
de los desequilibrios de clase o en el de juez favorito de los grandes grupos
económicos. No hay lugar para no estar de acuerdo con eso, siempre que se admita
la discusión dentro de los marcos de un sistema capitalista y no bajo los
efluvios que la época estipula como fantasías testimoniales. Y sectarias, en
ejemplos varios.
Ajeno al panorama electoral, pero fuertemente interpelante en lo tanto que resta
por hacer desde las políticas públicas además de los cambios culturales de la
propia sociedad, el miércoles se produjo una manifestación igual de impactante
que inédita frente a la violencia contra las mujeres. Fue una foto que recorrió
el mundo y, de nuevo, como con el juicio y castigo a las genocidas, como con el
matrimonio igualitario, los argentinos brindamos ejemplaridad positiva. “La
rebelión de las víctimas” fue el inmejorable título de la columna que escribió
la colega Marta Dillon, en Página/12 del día siguiente, y quizá sea también el
más adecuado para definir esa marea de cansancio, protesta, denuncia, grito, que
ganó las calles en casi todo el país. Escribió Dillon: “Algo (...) se habrá
modificado; la púa sobre el disco no hará sonar la misma canción porque ahí
estará la memoria del chirrido, ese que se escuchó ayer, ese que decía basta.
Basta dicho de mil maneras, en innumerables carteles, buscando responsables aquí
o allá pero siempre convergiendo en el mismo punto: ese donde ancla la libertad
de cada una, la propia autonomía, la soberanía sobre nuestros cuerpos (...).
Igual que en la Plaza, son las conversaciones con otras las que reponen las
certezas y dejan fluir a la alegría de haber estado ahí, en ese lugar como un
caldero donde la alquimia fue posible y ahí, donde había dolor, hubo un
estallido de poder; fugaz como un orgasmo, puede ser, pero así de inolvidable.
Ahí querremos volver. Desde que empezó a gestarse esta convocatoria que llenó
las plazas públicas de más de ochenta ciudades del país, se tejieron muchas
hipótesis sobre cómo sería, para qué, a quién se reclama, quién es el enemigo,
cuál es la denuncia. Sobre cada una de estas cosas se pusieron palabra, que
podrán revisarse en documentos escritos y testimonios tomados en la vía pública.
Pero lo mejor sucedió donde tenía que suceder, en la calle, ahí donde cada
cuerpo contaba, ahí donde se opuso la resistencia de estar juntas, porque así es
como sí podemos”.
Ya que de colegas se trata: ayer fue el Día del Periodista y, con todo el pudor
que es menester al autorreferenciarse, éste que firma se permite reproducir el
cierre de su columna del año pasado ante esta misma oportunidad, que a su vez
fue prácticamente lo mismo del año anterior. De alguna manera es renunciar a
pretensiones de originalidad, pero si hay firmeza en las convicciones de lo que
uno piensa y dice no está mal reiterarlas de esa forma, de vez en cuando. “Podrá
decirse, con razón, que ésta no es la etapa más gloriosa del periodismo
argentino, pero sí la más sincera. La más desnuda. Es para celebrar y se lo
debemos a que la política volvió a tener peso. A que ya no se trata de que las
corporaciones pueden asentar un discurso único en eterno favor de sus intereses.
A que los debates públicos son ardientes gracias a que aquello, la política,
reinstaló la chance de dar pelea cultural y concreta, con posibilidades de
éxito. Se gana y se pierde, pero los privilegiados de siempre ya no pueden dar
ganado el partido sin jugarlo. Crece la cantidad de gente que no come vidrio,
tenga la inclinación que fuere, en torno de nosotros. Medios, y periodistas
individualmente considerados. Más o menos ya todos saben –valga el oxímoron– que
detrás de esta actividad hay el juego del poder, la puja por influir
ideológicamente y, en consecuencia, la importancia de no comprar a sola firma.
Hay operaciones y operetas de prensa como pocas o ninguna vez se ha visto. Hay
títulos tramposos a mansalva. Hay demasiada nota mal escrita. Hay que por
perseguir síntesis extremada lo simple se convierte en simplote. Hay ausencia,
no total, de grandes plumas. Hay violaciones seriales a la diferencia entre
sintaxis gráfica y oral. Hay que la noticia no vale a secas, sino e
inevitablemente con música de fondo. Hay la orgía del uso de potenciales. Hay
exceso de copiar, cortar y pegar, y de que con una sola fuente basta y sobra.
Pero también hay que, aun con todas esas deficiencias, errores, horrores,
manipulaciones, se sumaron medios y voces que disputan hegemonía y construcción
de sentido a los ganadores que ya no ganan así como así. Hay periodismo que es
sindicado como ultraoficialista. El ‘ultra’ ni siquiera hace falta: en la
hipocresía del ideario liberal y cualunquista, periodismo y simpatías con el
gobierno de turno deben llevarse obligatoriamente mal. A sabiendas, confunden la
necesidad de preservar pensamiento crítico con oponerse porque sí. Y así también
resulta habilitado hablar de un periodismo opositor, ultra o a secas, que en
algunos casos persiste en designarse como constitutivo de medios libres, o
independientes. Continúa consumiéndoselos, y cómo, pero no desde creerlos
vírgenes (no, de mínima, generalizadamente). Esto es, en sí mismo, una victoria
importante hacia la honestidad intelectual. Para ponerlo en lenguaje de
chascarrillo o chicana: los K y sus periodistas militantes o afines serán lo que
serán, pero vos no me vengas con que sos una carmelita descalza. Está ese
resentimiento por los negocios perjudicados, los accionistas que debieron
dividirse, la afectación de símbolos, la desmonopolización del fútbol
televisado. Ahora resulta que una parte de los negocios pasó al Estado; y que
ese mismo Estado, que ya no es de ellos ni de sus amigos en soledad, reparte
cartas de otorgamiento de licencias de radio y tevé. Eso también implica la
posibilidad o concreción de corruptela, aunque lo trascendente será si el
resultado final es o no mayor democratización en el número y calidad de voces
mediáticas. Pero vos, ustedes, todos, no jueguen de carmelitas”.
Por eso la conclusión es literalmente la misma que la del año pasado. Una vez
más, felicidades a los que no nos creen independientes de nada. Y a quienes nos
reconocen como los actores políticos que somos.
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