Cuando las Madres marchaban a la Plaza de Mayo y denunciaban las desapariciones,
Mirtha Legrand decía desde su programa de televisión que todo se trataba de una
campaña anti-Argentina. Veinte años después, en tiempos de políticas de ajuste,
cuando los gobernantes les bajaban los salarios a los jubilados y docentes, "la
señora" los felicitaba por su valentía.
Cuando luchábamos por la sanción del matrimonio igualitario, ella decía que los
gays podían violar a sus hijos.
Cuando en todo el país salimos a la calle a gritar "Ni una menos", muy segura
interrogaba a una mujer sentada a su mesa "¿Pero vos qué le hiciste para que te
pegue?"
Cuando el pueblo lloraba a Néstor, sin siquiera compasión ante el dolor, se
preguntaba si el cajón estaba vacío. Cuando el gobierno no le gusta, la señora
de los almuerzos habla de zurdaje o de dictadura. O de nazismo. De acuerdo al
viento que sople más fuerte ese día.
Parafraseo el poema que erróneamente se suele atribuir a Bertolt Brecht (cuando
en realidad fue parte de un sermón que el pastor protestante Martin Niemoeller
dio en al fin de la Segunda Guerra, en 1946), que dice: "Cuando los nazis
vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era
comunista…. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo
no era sindicalista…Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque
yo no era judío". A cambio del inexorable "cuando finalmente vinieron por mí, no
había nadie más que pudiera protestar", respondo que cuando "las Mirtha Legrand"
vienen por nuestros derechos, somos muchos los que los defendemos porque somos
muchos los que luchamos por conquistarlos. Por eso es que comparto mi profunda
falta de respeto para esta mujer que tanto mal nos hizo a los argentinos y
celebro vivir en democracia, en un país cada vez más inclusivo y solidario. Un
país donde el “deber ser”, que esta clase de personas cómplices de la opresión
pregonaban y defendían, ya no tiene lugar, ni cabida.
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