27 sept 2015

Un cuento chino (de terror): LA HISTORIA DE UNA MUJER QUE VINO DE CHINA A TRABAJAR Y TERMINO CUATRO AÑOS EN EL MOYANO

Meijuan, al salir del Moyano, junto a la terapeuta, la abogada y el traductor que la asistieron.
Llegó a la Argentina en 2007 para trabajar en un súper chino, pero en 2010 se descompensó y la encerraron en el neuropsiquiátrico. Su caso es un ejemplo de los efectos perniciosos de la manicomialización. El Ministerio Público de la Defensa se ocupó de rescatarla.

Meijuan Z. baja con lentitud los 16 escalones que separan el adentro y el afuera del Hospital Neuropsiquiátrico Braulio Moyano. Lleva la boca semiabierta, como de asombro, y los ojos cegados por el sol que la recibe en la vereda después de más de cuatro años de encierro evitable. Nacida hace 30 años en la localidad de Lien Chiang, en la provincia china de Fu Chiang, Mei llegó a Buenos Aires en 2007, a los 22 años, con una historia de pérdidas por las muertes de su padre y de los abuelos paternos que la criaron. Vino llamada por un primo para trabajar en un supermercado y “ganar mucha plata”. En 2010, luego de una fuerte discusión con la mujer de su primo, se descompensó y la llevaron por primera vez al Moyano. El tratamiento ambulatorio duró un tiempo, hasta que llegó la manicomialización, siempre compleja como su nombre lo indica, y en el caso de Mei, agravada por barreras ideomáticas y culturales que la condenaron a la oscuridad, hasta que pudo ser rescatada por abogados, psicólogos y psiquiatras del Ministerio Público de la Defensa (ver aparte).

Meijuan, a fuerza de encierro, entiende bastante el castellano, pero lo habla muy poco. Cuando llega a la vereda, luciendo la camperita verde que le regaló la gente del Consulado chino en Buenos Aires, estalla en un grito que desmiente a los que afirman que chinos y coreanos no pueden pronunciar la erre: “Madrrina”, dice alargando la incidencia de la decimoquinta consonante del alfabeto castellano. La destinataria del saludo es Cecilia del Rosario Fernández, que trabaja como acompañante psicoterapeuta en el Moyano. Cecilia asistía a otras dos pacientes y con Meijuan se adoptaron mutuamente. Tal es la euforia de Mei que pega otro grito y saluda a los que la están esperando con la mano alzada y dos dedos que forman la “v” de la victoria.

“Estoy contenta porque vino mucha gente que estaba preocupada por mí; mi madrrina era la que me sacaba a pasear para que conozca la calle.” Dice que no se acuerda cuándo se conocieron, pero sí que fue “en el parque del hospital y siempre que la veo grito ‘madrrina, madrrina’”. Cecilia le dice a Página/12 que lograron comunicarse con gestos y dibujos, hasta romper la barrera del idioma. Mei estuvo un año largo en un estado de incomunicación total, hasta que conoció a Cecilia y más tarde a Chao, el traductor con el que hablan el “chino mandarín”, idioma universal en su país, con el que logran dialogar las personas nacidas en distintas regiones y que hablan dialectos diferentes, indescifrables para unos y otros.

Mei llegó a la Argentina en 2007. Vivía en China con sus abuelos paternos, porque cuando niña sus padres se separaron. Ella quedó al cuidado de su padre, que murió cuando ella tenía 12 años. Su mamá había formado otra familia y la había abandonado, por eso la criaron sus abuelos paternos. Mei cursó estudios terciarios y trabajaba en una empresa. Cuando murieron sus abuelos, su primo Lin Daxi la invitó a que viniera a trabajar con él en el supermercado Asia Oriental.

En 2010 tuvo una discusión con la mujer de su primo, sufrió una descomposición y la llevaron por primera vez al Moyano. De allí en más sufrió varios ingresos y salidas, a la vez que se fue desligando de sus primos, las únicas personas con las que tenía relación en Buenos Aires. En 2007 no se había formado la Unidad Letrada del Ministerio Público de la Defensa, conducido por la defensora general de la Nación Stella Maris Martínez. El equipo de la Defensoría fue creado luego de la sanción de la ley 26.657 de Salud Mental y tomó conocimiento del caso a través del Juzgado Civil 38 de la Capital Federal.

Mei había ingresado al Moyano el 12 de julio de 2011 y en principio se dejó asentado que era una internación de “carácter voluntario”. El 12 de octubre de 2012, el equipo del Servicio Santa Isabel del Hospital Moyano diagnosticó que la paciente china presentaba “un cuadro de descompensación psicótica con juicio desviado, implicando riesgo cierto e inminente”, motivo por el cual determinaron que se trataba de una internación de “carácter involuntario”, lo que recién ahí habilitó la intervención de los especialistas del Ministerio Público de la Defensa, tal como está previsto en el artículo 22 de la ley de Salud Mental (ver aparte).

A partir del contacto con el equipo interdisciplinario de la Defensoría, con la acompañante psicoterapeuta y con el traductor, se tejieron lazos con ONG de la comunidad china y se logró que Mei tuviera contacto, vía Skype, por Internet, con una amiga de la infancia que completó la información que se tenía sobre la familia de Mei.

Cecilia del Rosario Fernández precisa que “ya van tres cumpleaños de Mei que nos conocemos; ella cumple años el 5 de octubre”. Asegura que ella la seguía “todo el día, hasta que una vez me pidió agua, le compro una botella y se la doy, pero no me deja ir y me dice: ‘No, con vos agua’”, dándole a entender que su sed era de compañía.

“Desde entonces siempre nos sentábamos a conversar con otras pacientes y ella siempre repetía: ‘vos, madrrina’. Una vez le pregunté si yo era parecida a su madrina, pero ella me replicó ‘no, vos madrrina’”. Cada vez que se encontraban en el parque, esa era la forma en la que la saludaba. “Al principio me costaba entenderla, pero logramos hacerlo por medio de señas, de dibujos, ella me contó que con su papá cultivaban arroz”. Alguna vez la encontró en el parque “en estado catatónico, mal, y yo me resistía a llevarla a la guardia porque la iban a medicar. Te puedo asegurar que a través de la charla, de un dibujo y de hablar por medio de señas, la podía rescatar. Yo creo muchísimo en la cuestión del afecto porque logramos una relación afectuosa profunda entre las dos”.

“Por medio del afecto, podíamos revertir ese estado; otros días la encontraba llorando en el parque, con los ojos hacia arriba, no me reconocía, y después de hablarle y hablarle, nos íbamos a tomar un café. Es posible que los médicos no me lo puedan creer, pero era lo que pasaba. Otra vez se quería venir conmigo después de un paseo que dimos, con permiso, y me hizo toda una escena, se tiró al piso. Yo no quería dejarla en ese estado porque la iban a inyectar, de manera que le dije ‘bueno Mei, si vos no querés ir al pabellón, me voy yo. Empecé a caminar hacia el pabellón, ella me siguió, por medio del dibujo empezamos a hablar, se calmó, se acostó, me saludó y me dijo ‘chau madrrina’”.

Cecilia no trabajaba con Mei, tenía otras dos pacientes, pero después se puso a su disposición, sumando horas de trabajo sin remuneración alguna: “Es muy inteligente y tenía una gran necesidad de ayuda. Un día vino con una libretita donde tenía anotados el nombre de su defensora y el del juzgado en el que estaba su caso”. La psicoterapeuta se comunicó con el juez a cargo y allí formalizó su relación profesional con Mei, que ya existía desde el plano afectivo, siempre ad honorem. La tarde en que Mei salió del Moyano, con Cecilia se fueron de compras, gracias al aporte económico que hizo una ONG de la comunidad china en Buenos Aires.

Chao, el traductor, es en realidad músico, toca el cello en la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires. “Hace dos años empecé a trabajar con Mei, fue una historia fuerte, pero ella fue muy abierta conmigo y por eso no fue complicado comunicarme con ella y conocer su historia”. El secreto es “ganarse la confianza” de la persona a la que se debe asistir. “Yo le entré por el lado de amigo, no del traductor, le hice saber que yo estaba de su lado, porque ella la había pasado muy mal”.

La forma en que llegó Chao a ser el traductor concuerda con el laberinto por el que tuvo que atravesar Meijuan: “Llegué gracias a otra paciente que habla mi dialecto y que nadie puede comunicarse con ella. Una chica que trabaja en la Defensoría que es oriental conoce a un violinista del Colón que se casó con una taiwanesa que sabe que yo soy cantonés, que hablo el cantonés y entonces me llamaron para probar. Esa fue la cadena que se hizo para llegar a Mei”.

Chao subraya que en China “hay muchísimos dialectos, lo mismo que en España o en Italia”. Apenas salió del hospital, Meijuan se comunicó telefónicamente con su amiga de la infancia, una de las personas que estarán con ella en China. Luego de escuchar la conversación, quiso saber qué había dicho Mei: “Imposible saberlo, habló en su dialecto, yo no entendía ni una palabra”, afirma Chao, el desconcertado traductor mientras se ríe y se abraza con Mei. “Suerte que no-sotros tenemos la educación del chino mandarín, que es el idioma universal en China; de lo contrario, sería imposible”.

Meijuan ya viajó esta semana a China. Los que la vieron partir desde Ezeiza, afirman que la despedida fue con risas, con la “v” de la victoria y con el grito de guerra: “Madrrina”. Se llevó consigo donaciones de la comunicad china en Argentina y de ahora en más vivirá en una casa “remodelada a nuevo” por el gobierno de la región de Lien Chiang en compañía de un tío suyo y con la cercana presencia de su mejor amiga. Tendrá una obra social y un equipo médico que la ayudará a reencontrarse con su historia y su cultura, después de más de cuatro años de oscuridad.

Internada sin criterio

“En otro contexto, Mei hubiera podido salir de la descompensación que había sufrido y seguir un tratamiento ambulatorio fuera del ámbito manicomial, pero lo que pasa es que algunos pacientes, por falta de recursos en lo que es el ‘afuera’, terminan estando internados más tiempos que el necesario”, explica a Página/12 el psicólogo Mariano Laufer Cabrera, quien asistió a Mei, junto con la psiquiatra Daniela Domínguez y el psicólogo Lucio Laffitte. En el caso de Mei, ella “estuvo más de cuatro años internada sin criterio de internación, lo que genera una serie de efectos iatrogénicos (alteración del estado del paciente por el tratamiento médico) para las personas”, resaltó Laufer Cabrera.

“Esta situación estuvo agravada por la dificulta de no hablar el idioma, porque de haber tenido un traductor desde el inicio esto hubiera facilitado mucho las cosas”, señala la psiquiatra Daniela Domínguez. Luego precisa que “las internaciones necesitan tener un tratamiento intensivo que no era posible por la barrera del idioma; hacer una psicoterapia si uno no se entiende con el paciente es muy difícil”.

“Fue una experiencia de lo más traumática porque ella estuvo unos meses en tratamiento ambulatorio y después más de cuatro años internada, sufriendo el aislamiento propio del manicomio, pero también el aislamiento cultural, idiomático, al estar separada de su contexto sociocultural, lo que deja un montón de efectos perniciosos”, insiste Domínguez.

Aunque está claro que el de Mei es un caso especial, extraordinario, son muchos los “pacientes sociales, que siguen internados por falta de recursos que permitan sostener una vida por fuera del manicomio, a veces por ausencia de familiares o por falta de recursos de esos familiares, que deberían ser ayudados por los efectores de salud, por los Estados”. La psiquiatra resaltó que la Ley de Salud Mental “lo que busca, precisamente, es que esto no ocurra, para que las internaciones sean sólo en el momento agudo y que se dispongan los recursos necesarios para que las personas se puedan sostener en el ámbito comunitario”.

Por eso ocurre que “se prolongan las internaciones una vez que la persona está compensada porque no hay adónde, no hay un afuera, no hay una red de contención comunitaria que permita sostener a esas personas”. La situación se agrava por la falta de presupuesto para las instituciones intermedias de salud mental donde se realizan los tratamientos ambulatorios. “El presupuesto sigue siendo destinado, mayoritariamente, a las instituciones neuropsiquiátricas, a los hospitales monovalentes y no se abra el circuito hacia los servicios comunitarios de salud mental”.

Plantearon la necesidad de que se abran “salas de atención de salud mental en los hospitales generales, porque la ley apunta a que las internaciones por situaciones agudas sean breves, en hospitales generales, y que después los pacientes sean derivados a los centros comunitarios”. Los pacientes, en los neuropsiquiátricos, “están como en una burbuja, en un ámbito donde te despiertan a una hora, te hacen la comida; si esto se prolonga, es difícil volver a una vida en la que se tienen que hacer de comer, despertarse solos e ir a trabajar; tienen que desandar un camino que nunca tendrían que haber recorrido”.

La odisea del rescate

A partir de la sanción de la Ley de Salud Mental, en el ámbito del Ministerio Público de la Defensa, a cargo de la doctora Stella Maris Martínez, se crea la Unidad de Letrados, cuya función es la de intervenir en los casos de internación involuntaria de personas mayores de edad. Lo que hacen los abogados de la unidad es asumir la defensa técnica de la persona internada. “Esto implica que somos los abogados de la voluntad de la gente que está en esa situación”, explica a Página/12 la abogada Soledad Valente, quien asumió la defensa de Meijuan.

La tarea supone ver regularmente a la persona internada en alguna institución, saber lo que esa persona quiere, hacer valer sus derechos y tratar de lograr que la internación involuntaria “sea lo más corta posible”. En el caso de Mei, la Unidad de Letrados intervino a partir de 2012 y siguió paso a paso la etapa más difícil de la internación.

“Al principio ella nos dijo que tenía un esposo y un hijo en la Argentina; con la ayuda del área Migrantes de la Defensoría del Pueblo, que nos ayudó para que tuviera una documentación, empezamos a buscar en los hospitales públicos para confirmar que había tenido un hijo, pero después nos dimos cuenta que lo que había dicho no era así y tenía que ver con la situación que ella estaba viviendo”.

Los abogados investigaron entonces la posibilidad de que fuera un caso de trata de personas, pero tampoco era eso lo que estaba pasando. Desde 2012 interviene Chao, el traductor, muy importante para comunicarse con Mei, incluso para mejorar el tratamiento, dado que la barrera de la idioma llevaba a que se trabajara con ella sobre un diagnóstico “hecho a ojo, sin una total certeza”.

Las cosas comenzaron a clarificarse cuando Mei decidió que quería regresar a su país y en ese afán recordó casi en forma milagrosa el teléfono de un primo que vivía en China y que les hizo el puente con una amiga de la infancia de Mei, con la que se comunicaron. “Para ella fue muy importante reencontrarse con esa amiga y eso fortaleció sus deseos de regresar a China”. Luego empezaron los contactos con la comunidad china en la Argentina y con el Consulado de ese país, con la Organización Internacional de los Migrantes, con Aerolíneas Argentinas para gestionar un pasaje hasta algún destino cercano, ya que la compañía no llega a China. Una ONG china hizo una colecta que finalmente permitió completar el costo del pasaje y reconstruirle una casa en el país donde Mei vivirá en compañía de un tío suyo.

“Ahora va a estar en su comunidad, con gente de su familia, con una amiga que la adora, mejor que en un lugar en el que estuvo incomunicada por su situación, por el idioma y por la cultura, tan diferente a la nuestra que a veces se pensaba que era un delirio lo que decía, cuando en realidad era algo que tenía que ver con su cultura, con sus costumbres”, recalca Valente.

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