Con ayuda de los grupos concentrados de comunicación más influyentes del país, el PRO+Carrió dibujó un país que fotografían las primeras planas que anuncian que “el Gobierno triunfa en los distritos clave y hay paridad en Provincia” y un “amplio triunfo oficialista con un ajustado final en Buenos Aires”; un país que la mayoría no reconoce como propio o como beneficioso para sí y su familia, demostrado con cerca del 70% de argentinas y argentinos que no votaron por sus candidatos.
Hoy todos hablan de números e impugnaciones, ganadores y perdedores. Parece necesario dedicar estas líneas a recordar que las PASO no son elecciones generales, es decir que ningún ganador ganó ayer y que eso recién va a suceder el domingo 22 de octubre. Es importante tratar de comprender por qué el electorado vota como lo hace y, sobre todo, de intentar aprehender el escenario electoral rediseñado a partir de la última dictadura cívico militar y dinamitado de manera definitiva con la eclosión del 2001.
Didáctica del elector
Las cabezas de lista de los distintos espacios eligieron diferentes frases para sintetizar su posición frente al voto en estas internas de candidato único. La única definición propositiva y la que mejor expresa una posición frente a la relación del votante, los candidatos a representarlos y la realidad fue la de la Unidad Ciudadana de Cristina Fernández de Kirchner: “voten en defensa propia”. Massa se aferró a la rima consonante de las consignas de los ´70 para vocear “Ni Macri ni Cristina, Argentina”, aunque los números no le dieron la razón y quedó en zona de dispersión con miras a octubre, encerrado en su “avenida del medio”.
La jefa de campaña y candidata holográfica del PRO, María Eugenia Vidal, también se expresó en negativo para redondear con exactitud el pensamiento del grupo de Macri con la frase “Cristina representa todo lo que no quiero en la política, es la expresión más brutal de un sistema"; y tiene razón, redistribución con inclusión, latinoamericanismo y ampliación de derechos, sin presos políticos –como Milagro Sala- ni detenidos desaparecidos –como Santiago Maldonado- no figuran en los instructivos del PRO.
En el “voten en defensa propia”, tal vez radique el carozo del problema, o del mecanismo de toma de decisiones electorales en la Argentina de la segunda década del Siglo XXI. La ganadora en suspenso de las PASO bonaerenses, en línea con su primer discurso desde el llano, el de Comodoro PRO aquel miércoles lluvioso del 13 de abril de 2016, seguramente intentó que cada uno reflexione acerca de si “está mejor o peor” que el 10 de diciembre de 2015, día en que Mauricio Macri se hizo cargo de la “pesada herencia” que le dejó.
Es el convite más honesto y más oportuno que alguien puede sugerir: que nadie se deje hacer daño. Seguramente la mayoría de quienes votaron ayer lo hicieron, incluso esos 300.000 que el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, la sospechada empresa española INDRA y el Correo manejado por Jorge Irigoin, multigerente histórico de Grupo SOCMA (Sociedad Macri), congelaron para que su jefe pudiese bailar en público.
Genocidio y cambio
Transcurrieron más de 16 años desde la crisis generada por la explosión social, política y económica que el 20 de diciembre de 2001 se llevó en helicóptero a Fernando de la Rua, presidente de una alianza fallida que explotó por los efectos de la crisis de la deuda externa tan incontrolable como la que se está tomando en la actualidad y dejó decenas de cadáveres en las calles y el grito “Que se vayan todos” transformado en la síntesis del pensamiento de la mayoría de los argentinos.
La situación profundizó la debilidad de las instituciones, en especial las partidarias, generada a partir de las primeras horas del 24 de marzo de 1976, cuando las fuerzas armadas arrasaron con la Constitución y las vidas de decenas de miles de personas y comenzó la destrucción de la economía nacional como les ordenaba José Alfredo Martínez de Hoz, el organizador del golpe decidido por los grupos económicos más concentrados del país y sus socios y casas matrices extranjeras.
La represión salvaje y la ilegalización producida a partir de ese momento, el empujón social que significó la indignación popular expresada en 2001, la falta de representatividad ante demandas masivas, hicieron que los partidos se debilitaran al máximo. La fidelización, el voto cautivo, el acompañamiento emocional, fueron desapareciendo; el sufragio se hizo volátil, cambiante, y aparecieron nuevas variables que terminaron siendo determinantes a la hora de “elegir” candidatos, donde esa acción es apenas aparente.
Los partidos ya no estuvieron en condiciones de “mediatizar” la relación entre las mayorías y los sectores más poderosos. En ese resquicio se colaron los medios masivos, que forman parte de ese sector de poder concentrado. Son juez y parte, pasaron a ocupar toda la cancha en medio de una dinámica interna que, además, fue de concentración, con monopolios, oligopolios y posiciones de control de mercado aplastantes. Se produjo un aumento significativo en la influencia y el peso de las grandes corporaciones, particularmente las extranjeras, en la economía argentina.
Penetrando el capital
En medio de esa crisis, encontraron la brecha y se metieron, sin intermediaciones, los grupos económicos concentrados a través de Macri, uno de sus hombres en el país. De ese modo profundizaron su uso corporativo del Estado, primero el porteño, luego el nacional. Con el CEO de SOCMA desembarcó un sistema característico de la publicidad, basado en procesos que buscan identificar las necesidades y los deseos de los consumidores, para adaptar el discurso de la oferta y “satisfacerlos” en función de intereses secundarios, superficiales, del ciudadano convertido ahora en cliente, e incorporarles bienes y servicios y, sobre todo, su propia concepción del mundo.
En aquel territorio político en el que el sistema tradicional de partidos está debilitado y sus cuadros devaluados es en el que entraron el marketing, los focus grups, el coaching, el discurso vacío que tan bien explicó el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger. El PRO, Durán Barba, Marcos Peña Braun, María Eugenia Vidal, Gabriela Michetti, transitaron el camino… y triunfaron.
Esas transformaciones se dieron no solo en el plano material sino también en los comportamientos sociales y grupales, en las construcciones del imaginario colectivo y hasta en las tomas de decisiones individuales. Por eso se imponen preguntas como ¿defenderse de qué? y ¿qué es “lo propio”?
¿Todos sienten que deben “defenderse” de quienes causaron el aumento de la desocupación, la pobreza y la indigencia y el deterioro de los indicadores sociales como salud y vivienda, la caída del poder adquisitivo de los salarios y de los planes sociales? ¿Todos, en especial los sectores pobres y medios, creen que cada logro se alcanza a través de un ecuación en la que confluyen los esfuerzos individuales, familiares o grupales con los efectos de macro y micro políticas de Estado?
¿O habrá quienes consideran que lo deseable es lo que expresa la bonhomía de un relato de frases simples, pastorales, reiteradas y con nombre de pila, con acusaciones justicieras y denuncias permanentes? Sobre todo cuando son dichas por un muchachón de ojos claros que muchas querrían tener de yerno, por una muchacha angelical, ingenuota, casi virgen, que más de uno querría para novia…
Y ese es el punto de “lo propio”. ¿Uno es lo que es o lo que quiere ser?, más bien, uno se comporta como es o como quiere ser? Las técnicas publicitarias venden una muchacha hermosa, un auto que ni Fangio, una casa con sol, hijos rubios… y un cigarrillo. Un mundo completo y ajeno. El “cliente” solo accede al cigarrillo, pero ese humo lo instala en el centro de aquel paraíso al que nunca llegará. La política de la posverdad –que no es otra cosa que la mentira- intenta que el ciudadano se convierta en eso, en un consumidor de discursos que gustan, atraen, alejan de la diaria difícil y acercan a la jornada de esos ejecutivos sin corbata que hablan desde las pantallas de 42 pulgadas y todo lo tienen.
En ese suelo y con esas herramientas también aró el PRO. Y recogió frutos que los comicios pusieron en evidencia, el voto aspiracional es otro de los condimentos del resultado electoral.
Este es el show
La “interna” con mayor cantidad de participantes, siempre es presentada como un triunfo sobre los otros espacios, como si fuese una competencia directa.
Esta vez pasó lo mismo. El que saca más votos en cada contienda es presentado como “ganador”, o “ganadora”.
Sería bueno recordar que el domingo 13, en la Argentina, se realizaron comicios internos en todo el país, para elegir “candidatos a” y no senadores y diputados nacionales y provinciales y concejales. Es decir, nadie ganó, nadie perdió, salvo hacia adentro de las pocas primarias reales que hubo. Los mascarones de proa no se enfrentaron. Lo harán el 22 de octubre.
Uno de los pocos resultados “internos” sin reversión es el aplastante de Elisa Carrió en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ese faro que guió a Macri en las tinieblas pre-electorales del 2015, lo alejó de Massa, lo arropó con sus denuncias antikirchneristas seriales y guardó bajo candado, por ahora, sus denuncias documentadas hacia la “familia corrupta” que él encabeza. Sin dudas, ella será electa diputada nacional por el distrito, arrastrando a varios conmilitones hasta la Cámara.
Ese desempeño del partido vecinalista que ayer se recibió de nacional, más las ventajas logradas por “el equipo” Cambiemos en Córdoba, Jujuy, Corrientes, Entre Ríos, La Pampa, San Luis, Santa Cruz, Mendoza y Neuquén, sumadas al excelente desempeño en la Provincia de Buenos Aires -solo dos puntos por debajo de Cristina Kirchner- daban para festejo, baile y globo.
Pero no les alcanzó. No soportaron que una Kirchner ganara, reviviera y se pusiese a la cabeza del distrito de más peso electoral y mayor valor simbólico del país, la provincia de Buenos Aires. Víctima de su propio error de “nacionalizar” esa votación “perdible” el mandatario quiso que el festejo fuese solo amarillo. Sonó Tan Biónica y fueron felices por anticipado, a pesar de que Frigerio, sabía por qué Esteban Bullrich estaba casi 7 puntos por encima de Unidad Ciudadana y que al autorizar la carga de votos de la Tercera Sección Electoral, con la mítica Matanza siempre peronista adentro, Cristina remontaría automáticamente y superaría al “mejor ministro de Educación de la Historia” por 1,5 puntos.
En cuanto terminaron los movimientos espasmódicos sobre el tablado de Cambiemos, Unión Ciudadana empezó a descontar puntos. Rápido al principio, con una diferencia de 1,99% a las 0.43, cayó a 1,23 pasada la una, traspuso la barrera de la unidad 14 minutos después, cuando las planillas mostraron un 0,89%; media hora más tarde estaba a solo 0,32% de distancia y para arrimarse a 0,18 tuvo que espera una hora. Eran las 3.07 cuando al tablero del infarto que manejó Frigerio desde las pantallas de INDRA no le quedó otra que mostrar que el oficialismo tenía el ataque kirchnerista a solo 0,07%.
A las 3.51 cuando CFK empezó a hablar, pidió perdón por el bochorno del conteo y la desinformación y la Junta Nacional Electoral marcaba que los números estaban 34,15 a 34,14% y faltaba escrutar más de 300.000 votos de Ensenada, Malvinas Argentinas, Florencio Varela, Moreno, Merlo, La Matanza, J.C.Paz, Berazategui y Ezeiza, donde Unidad Ciudadana duplicaba los registros del macrismo. Es decir, al terminar el discurso en el que la ex mandataria anunció su victoria a las 4 y 15 del lunes 14, el goteo debía haberla presentado arriba por más de un punto.
No fue así. Pararon de tirar miguitas electorales a las 6.01. El Ministerio del Interior decidió suspender el conteo del 5% de sufragios restante con una diferencia favorable a su candidato de 6.915 votos, apenas 8 centésimas. De todas las provincias en las que hubo elecciones a senadores o diputados nacionales, solo Catamarca supera a Buenos Aires en cantidad de votos no escrutados con un 6,05%.
El resultado no cambiará. La suma definitiva mostrará que Cristina Kirchner ganó y Bullrich realizó una excelente elección, gracias a que María Eugenia Vidal logró que la gente lo identifique con la “marca” Cambiemos, porque si los ciudadanos son clientes, están condenados a consumir determinada marca. Por el contrario, los pueblos puestos a hacer política no abrevan en supermercados, se movilizan, se organizan y reinician la marcha.
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