El 1 de agosto la Pachamama no alcanzó a arder el primer trago de ruda y caña cuando en la Patagonia de tobillos mapuches la Ñuke Mapu volvió a beber sangre de los suyos y suela milica. Ese día cien gendarmes toparon el territorio de la comunidad Lof en Resistencia Cushamen, en Chubut. Tenían armas negras y obesas, golpearon a niños y mujeres, quemaron las rucas. Santiago Maldonado compartía el acampe que mantenían los mapuches desde la detención del lonko Facundo Jones Huala. Cosía sus pulseras de hilo y piedra cuando la Gendarmería irrumpió sin papeles ni órdenes judiciales, que así es como llegan las instituciones a los pueblos empujados al borde del mundo. Mientras algunos curzaban el río para escapar, Santiago corrió por donde pudo pero, dicen, se vio a los gendarmes cargarlo en una camioneta con rueda y motor del estado argentino.
Hace siete días que Santiago está desaparecido en un país donde desaparecer no es esfumarse bajo el arte de la magia. En un país donde el estado, con rueda, motor y sangre, desapareció para siempre decenas de miles de cuerpos, de historias, de futuros.
Es un símbolo Santiago Maldonado porque es un desaparecido en nombre de la criminalización de los pueblos preexistentes. Es decir, los pueblos que preexisten a los que gobiernan, a los que legislan, a los que pontifican en los medios, a las empresas que llegan a extraer, al poder político cómplice, a la Justicia sectorial, a los ricos que llegan a quedarse con la Pacha, la Mapu, la tierra o como se le quiera llamar desde la cabeza qom hasta las rodillas mapuches. Desde Salta a Chubut, desde Formosa a Neuquén, donde los preexistentes, los que están aquí desde el mismísimo origen, mueren por desnutrición, por falta de agua pura, por tierras yermas que les dejaron como migajas donde no crecen las semillas ni la esperanza, donde los espíritus no se quedan entre los árboles porque el desmonte los dejó desnudos en medio de la nada.
El contexto de la desaparición de Santiago es la cárcel de Facundo Jones Huala, líder del Lof Cushamen. Dice Darío Aranda: “su comunidad cometió el pecado en 2015 de recuperar tierras en la estancia Leleque, propiedad de la multinacional Benetton, el mayor terrateniente de Argentina con un millón de hectáreas”. A esa insolencia de los preexistentes que vienen resistiendo cinco siglos y mil vidas “sobrevinieron denuncias, juicios, represiones hasta que en 2016 Jones Huala fue enjuiciado por un antiguo pedido de extradición a Chile. El juez confirmó la existencia de tortura a testigos, liberó a Huala y la causa tramitaba en la Corte Suprema. El 27 de junio, luego de una reunión entre los presidentes Mauricio Macri y Michelle Bachelet, el lonko mapuche fue detenido en un retén de Gendarmería por el mismo pedido de extradición, y trasladado a Esquel”.
Ese contexto implica los desalojos sistemáticos en cada embestida de los capitales internacionales que compran las tierras de la Patagonia como inversión futura. O en cada irrupción petrolera. A pesar de que en esas tierras hay preexistencia. Hay gente que vive, que sueña, que atesora historias, que espeja amaneceres, que cría ovejas, que acumula veranadas, que teje mantas para el invierno, que techa sus rucas con manojos de junquillo y paja brava.
Son los Bennetton, los Turner, los Joe Lewis, hasta los intocables como Emanuel Ginobili. El ídolo dorado que compró veinte hectáreas en Villa la Angostura sin interés en la preexistencia que un día acampó en las tierras para recuperarlas. Y el hombre que en 2016 ganó 14 millones de dólares en la NBA les inició un juicio de desalojo.
Los gobiernos no avistan a los pueblos preexistentes desde sus miradores de privilegio. No los ven hasta que deben mandar la Gendarmería al desalojo. Y la justicia y las policías provinciales para arrinconarlos en tierras inservibles. Cuando resisten los llaman terroristas. Los acusan de violentos mientras les aplican la violencia del estado. Bullrich y Nocetti como escudos del macrismo hablan de Maldonado para limpiar a la Gendarmería mientras les aplican a los mapuches la ley antiterrorista que impulsó y votó el kirchnerismo.
¿Tiene la ausencia de Santiago Maldonado la fuerza de lo simbólico? Tal vez esa figura urbana bonaerense, de flamante vecindad en El Bolsón, que dejó sus artesanías para plantarse junto a la comunidad Lof en Resistencia Cushamen, sea un cable frágil en la conexión nodal de la cultura. En esa huella marcada de siglos en la infinita Patagonia. Que no tiene apellidos terrantenientes ni ambición petrolera. Y que está desaparecido. Como van desapareciendo a los originarios y preexistentes. Para bajar la persiana de la vena más bella de la historia.
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