A mediano plazo, el objetivo del gobierno es “cambiar” de raíz los principios, la mentalidad, las estructuras y las realizaciones que han favorecido a las mayorías populares y a la soberanía popular, atacando al “populismo” y convirtiéndonos en “colonia”. Lo que se busca por todos los medios es impedir que se “vuelva al pasado” tal como lo aseguró Javier González Fraga.
Desde hace tiempo este proyecto se viene elaborando en el “círculo rojo”, entendido éste como una alianza entre grupos de poder económico, financiero, mediático y judicial. Todo se aceleró con el triunfo de Cambiemos en las elecciones de 2015 y cuenta con las instrucciones y el aval del FMI, del Banco Mundial, del Foro de Davos y de otros organismos internacionales.
El gobierno funciona con el Presidente gestionando “la cosa pública” a favor de los sectores “privados” a los que pertenece (“ceocracia”, “conflicto de intereses”). Las decisiones se toman como en una “reunión de directorio”: una empresa que establece “un plan de negocios” en beneficio “propio” (de sus empresas “afines” nacionales y multinacionales.
Dicho de otra manera y para entendernos. El Presidente es el “dueño” de la empresa, los funcionarios “los gerentes” y los empresarios “los accionistas”. Los trabajadores son meros instrumentos para lograr las mayores ganancias. Esto mientras “sirvan”. De lo contrario los asalariados se transforman en eventualmente “descartables”.
Se concreta así un viejo sueño de la oligarquía argentina: “un gobierno de ricos para ricos” en un país “atendido por sus propios dueños”.
La estrategia del gobierno consiste en “ir por todo” aprovechando la oportunidad electoral que se les dio y usando el aparato del estado y la colaboración de los poderes afines. Si en el intento se producen “contratiempos” se reconocerán “errores” y se promoverán “modificaciones”. Pero en cuanto las circunstancias lo permitan se “arremete de nuevo con todo”. “Un paso atrás y dos adelante”, afirma el candidato Esteban Bullrich.
Al analizar las “marchas” y “contramarchas” hay que tener en cuenta que en la táctica del “si pasa, pasa”, muchas cuestiones de gran importancia “pasaron” y con el apoyo de amplios sectores políticos y gremiales.
No son “errores”, no son “excesos”, sino “acciones predeterminadas”, largamente elaboradas, que se adecuan a las circunstancias y tienen como propósito modificar el futuro del país… “para siempre”.
Frente a esta realidad es importante hacer una caracterización del PRO y sus socios.
Desde su lógica de elitismo político, los integrantes de la alianza gobernante y sus aliados parten de la base de que en la sociedad existen, por un lado, los que nacieron para “mandar” y, por otro, los que nacieron para “acatar”; los de “arriba” y los de “abajo”, los que “saben” y los “ignorantes”. Perspectiva que se complementa con una suerte de clasismo social que construye discursivamente una “grieta” que, en realidad, se ubica entre los que “acumulan riqueza” y los que “acumulan pobreza”, entre los que “están adentro” y los que “están afuera” del sistema capitalista, que ya no sirven ni como “productores” ni como “consumidores” y, por lo tanto, son “descartables”.
Esta mirada es la que permite sostener que los que llegan, los que “triunfan” en esta sociedad lo hacen por sus “méritos” (“meritocracia”) y los que no es porque son “vagos”y/o “incompetentes”.
A todo lo anterior se agrega una cuota de racismo cultural que divide a la sociedad entre “superiores” e “inferiores” según su origen familiar, étnico, condiciones de vida, costumbres; los “nobles” y los “plebeyos”, los “civilizados” y los “bárbaros”.
Nada de esto sería posible sin una grave carencia ética que puede sintetizarse en:
insensibilidad
cinismo, hipocresía, falseamiento, mentira
codicia, avaricia
revanchismo, odio, venganza, despotismo
impunidad (“El poder es impunidad”, decía Alfredo Yabrán)
corrupción a la vista y corrupción encubierta.
Todo lo anterior demanda, de parte del poder, un ejercicio permanente de manipulación discursiva que comienza por la autoexculpación (“si algo hicimos mal nos disculpamos y corregimos”) y culpabilización de los demás (“la herencia recibida”). Pero que incluye necesariamente burla y desprecio por los sentimientos y los comportamientos de los sectores populares (“La AUH se va por la canaleta del juego y de la droga”, “las adolescentes se embarazan para cobrar subsidios” sostiene el radical Ernesto Sanz. “El consumo en muchos sectores fue una ilusión” repite González Fraga actuando como sofista del poder de turno.
Por eso nunca hay espontaneidad en lo que hace y dice el PRO como partido, Cambiemos como alianza de gobierno y sus funcionarios: Todo es cuidadosamente guionado por Jaime Durán Barba, estratega comunicacional y director artístico y por Marcos Peña, en su condición de responsable de la puesta en escena. El resultado es que, en general, los contenidos de los discursos son vacíos y sin consistencia intelectual, pero con “buena onda”. No importan las preguntas que se reciban porque no hay interés en responderlas y aportar información para acercar a la ciudadanía a la veracidad de los hechos. Todas las respuestas están “preparadas” con anticipación y siguiendo lo que determinan las investigaciones de “marketing”.
Como bien lo señala Horacio González se experimenta sobre la “condición humana”: los miedos y deseos, la confianza y el recelo, el amor y el odio, las falencias y los vicios… para condicionar los comportamientos de los sectores sociales.
Todo esto es, dice y hace el PRO y sus socios.
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