Nos equivocamos cuando creemos que cada uno de los actuales conflictos armados es diferente a los demás. Casi todos se insertan en un contexto general que enfrenta al «Imperio Estadounidense de Occidente» con los países del grupo BRICS, que a su vez trata de oponerle «un orden internacional alternativo». Ese enfrentamiento también se plantea en el plano militar y el sector financiero.
Un amplio arco de tensiones y conflictos se extiende desde el este de Asia hasta el centro de ese continente, desde el Medio Oriente hasta Europa y desde África hasta Latinoamérica. Los «puntos candentes» a lo largo de ese arco intercontinental –como la península de Corea, el Mar de China Meridional, Afganistán, Siria, Irak, Irán, Ucrania, Libia, Venezuela y otros– presentan historias y características geopolíticas diferentes, pero están al mismo tiempo vinculados a un factor común, que es la estrategia con la que el «Imperio Estadounidense de Occidente», en declive, trata de impedir el ascenso de nuevos actores estatales y sociales. El temor de Washington resulta comprensible a la luz de los resultados de la cumbre de los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), celebrada en Xiamen, China, del 3 al 5 de septiembre.
Al expresar «las preocupaciones de los BRICS ante la injusta arquitectura económica y financiera mundial, que no tiene en cuenta el creciente peso de las economías emergentes», el presidente Putin subrayó la necesidad de «dejar atrás la dominación excesiva del limitado número de monedas de reserva».
Esto es una clara alusión al dólar estadounidense, que constituye casi 2 terceras partes de las reservas monetarias mundiales y es la moneda con la que se determinan los precios del petróleo, del oro y de otras materias primas estratégicas, lo cual permite a Estados Unidos conservar un papel predominante, imprimiendo dólares cuyo valor no se basa en la capacidad económica real de los propios Estados Unidos sino en el hecho que esos dólares se utilizan como moneda mundial. Sin embargo, el yuan chino ingresó hace un año a la canasta de monedas de reserva del Fondo Monetario Internacional –junto al dólar, el euro, el yen y la libra esterlina– y ya Pekín está a punto de abrir contratos para la compra de petróleo con yuanes convertibles en oro.
Los países del grupo BRICS demandan además la revisión de las cuotas, o sea de la cantidad de votos que se atribuyen a cada país en el Fondo Monetario Internacional (FMI) –Estados Unidos ostenta más del doble del total de los votos que poseen juntos 24 países de Latinoamérica (incluyendo México) y el G7 tiene el triple de votos que los países del BRICS.
Washington observa con creciente preocupación la asociación entre Rusia y China: los intercambios entre esos 2 países, que deberían alcanzar los 80 000 millones en 2017, van en constante aumento, a la vez que aumentan también los acuerdos de cooperación ruso-china en los sectores energético, agrícola, aeronáutico, espacial así como en materia de infraestructura. La compra anunciada de un 14% de la compañía petrolera rusa Rosneft por parte de una compañía china y la entrega pactada con China de 38 000 millones de metros cúbicos de gas ruso a través del nuevo gasoducto Sila Sibiri, que entrará en funcionamiento en 2019, abren el camino hacia el este a la exportación de recursos energéticos rusos, mientras que Estados Unidos se empeña en tratar de bloquearle el camino al oeste, hacia Europa.
Al comprobar que está perdiendo terreno en el plano económico, Estados Unidos no encuentra nada mejor que poner la espada en la balanza, recurriendo a la fuerza militar y a su influencia política. La presión militar de Estados Unidos en el Mar de China Meridional y en la península de Corea, las guerras de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, en el Medio Oriente y en África, el espaldarazo de Estados Unidos y la OTAN a Ucrania y su subsiguiente enfrentamiento con Rusia, son parte de la misma estrategia de confrontación mundial contra la asociación ruso-china, cuyo carácter no es sólo económico sino también geopolítico.
También es parte de esa estrategia el plan tendiente a torpedear el grupo BRICS desde adentro, trayendo nuevamente al poder las fuerzas de derecha en Brasil y en toda Latinoamérica. Esto quedó confirmado por el comandante del Comando Sur, el general Kurt Tidd, que está preparando contra Venezuela la «opción militar» que mencionaba el presidente Donald Trump. En audiencia ante el Senado de Estados Unidos, el general Tidd acusó a Rusia y China de ejercer una «influencia maligna» en Latinoamérica para hacer avanzar también en ese continente «su visión de un orden internacional alternativo».
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