Desde el inicio de la crisis que vive Ucrania, no son pocos los trabajos periodísticos que han intentado vincular estos hechos con un resurgir de la llamada Guerra Fría entre Rusia y Estados Unidos.
Esta hipótesis la reafirman las acciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia en su intento por seguir los designios de su verdadero líder: Estados Unidos. Lo han intentado de diversas maneras, desde maniobras militares cerca de las fronteras con Rusia, hasta declaraciones que caen en las más baratas demostraciones de fuerza, que revelan ignorancia incluso de sus propias directrices.
Recientemente asumió el cargo de Secretario General de la OTAN el noruego, Jens Stoltenberg, y menos de una semana después de su asunción viajó a Polonia, donde escenificó lo que pudiera calificarse como un vano intento por hacer valer las capacidades de la OTAN.
De visita en territorio polaco, país que se ha prestado como punta de lanza de la OTAN contra Rusia, Stoltenberg afirmó que el bloque militar puede “desplegar sus tropas donde quiera”.
Si tenemos en cuenta que desde el inicio de la crisis ucraniana la OTAN ha incrementado notablemente su actividad cerca de la frontera con Rusia y que en su Cumbre recién finalizada en Gales anunció planes de crear un grupo de respuesta rápida con infraestructura en Europa del Este, dichas palabras no deberían sorprendernos, salvo que ponen de manifiesto que al nuevo secretario general de la Alianza le queda un trecho por andar en materia de dominar los documentos que marcan el accionar de ese bloque militar.
Sucede que expertos rusos han reaccionado ante las palabras de Stoltenberg advirtiendo que contradicen el Acta Fundacional OTAN-Rusia de 1997.
El director del Instituto de Evaluaciones Estratégicas ruso, Serguéi Oznobischev, considera que el nuevo jefe de la OTAN aún no ha comprendido las especificidades de su cargo ni estudiado detenidamente los documentos básicos relativos a las relaciones OTAN-Rusia. En su opinión, lo que dijo Stoltenberg sería una violación “porque el Acta Fundacional estipula, en particular, que la Alianza no desplegará contingentes militares de forma permanente en el territorio de los nuevos países miembros”.
La OTAN, calificada por algunos analistas como una “organización burocratizada, políticamente dividida y escasamente operativa para enfrentar los retos y amenazas a la seguridad euroatlántica”, busca desesperadamente credibilidad a nivel mundial. Se ha aprovechado de la crisis en Ucrania para lograrlo, aunque de manera infructuosa.
Tampoco la lograron cuando los bombardeos indiscriminados sobre Yugoslavia en 1999, o durante su agresión a Libia en 2011, para no hablar del fiasco en Siria, tema sobre el que ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo cuando su amo de turno, el presidente Obama, en agosto de 2013 dijo: ¡Vamos a la Guerra!
Así, sería oportuno que algún amigo le sugiera a Stoltenberg un poco de mesura a la hora de brindar su apoyo a Polonia y a los países bálticos ante el presunto peligro ruso; pero más importante sería que el nuevo Secretario General de la Alianza se estudie los documentos y acuerdos firmados, para que no haga el ridículo con declaraciones que poco aportan a la paz y seguridad internacional.
Otra posibilidad, menos feliz y más peligrosa, es que Stoltenberg esté abonando el terreno para que en algún momento la Alianza renuncie a los acuerdos de 1997 con Rusia y despliegue sus tropas “dondequiera”, un paso que solo reforzaría la teoría de una nueva Guerra Fría, en pleno siglo XXI.
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