El nuevo califa otomano, Recep Tayib Erdogan, no está loco, pero es muy ambicioso y esto lo está llevando a jugar con fuego. Un paso más en esta dirección ha sido la aprobación por el parlamento turco, de su propuesta para que sus tropas puedan ser introducidas en territorio sirio.
Desde el comienzo del conflicto en el país árabe, el gobierno del AKP desechó su proclamada política de “cero conflictos con sus vecinos”, y se convirtió en la base fundamental de aquellos que perseguían derrocar al gobierno de Bashar al Assad. Coordinaron con los Estados Unidos y sus socios de la OTAN, así como con las petromonarquías del Golfo, para dar toda clase de apoyo y facilidades a las bandas terroristas y takfiríes, permitiéndoles penetrar por su larga frontera después de recibir debido entrenamiento y el correspondiente armamento. Turquía ha servido de base para la coordinación política entre las muchas organizaciones que pretenden llegar al gobierno en Damasco, y ahora, después de propiciar la creación del Frankenstein llamado “Estado Islámico” (también conocido como DAESH en árabe), se han sumado a la coalición auspiciada por Washington, para supuestamente combatirlo, en una acción que tratan de presentar con carácter humanitario, pero que persigue realmente, darle cobertura a la imposición de sus intereses intervencionistas en Siria e Iraq.
Por otra parte, el gobierno de Ankara ha condicionado su participación en la lucha contra el DAESH, a que los EEUU prioricen sus ataques contra Damasco, para en primer lugar, deponer al gobierno de Bashar al Assad.
El actual gobierno turco ambiciona ocupar territorios y recursos de ambos países, o al menos controlar parte de sus fuentes energéticas y los oleoductos que transportarían estos a puertos del Mediterráneo, considerados de interés estratégico. En momentos en que aparecen proyectos de mapas con nuevas fronteras, que se habla de un Siques-PIcot 2, y de la creación de nuevos Estados, la movida de Erdogán parece ser coherente, muchos políticos turcos nunca estuvieron de acuerdo con quedarse sin el petróleo de norte de Iraq y toda la zona que incluye Kirkuk y Mosul.
Es muy significativo que la actividad militar del llamado “Estado Islámico”, se haya desarrollado fundamentalmente a lo largo de la frontera turca y avanzado vertiginosamente, con fuerzas compuestas por miles de combatientes, organizados como un ejército regular, con blindados y artillería, para atravesar la frontera iraquí, donde han ocupado, en muy poco tiempo, extensos territorios y tomado ciudades como Mosul y otras de significativa importancia.
Este hecho reactivó la guerra en Iraq y provocó la caída del primer ministro Maliki, cuyas buenas relaciones con Teherán y Damasco venían molestando a Washington y sus aliados. Sin embargo, los del DAESH han evitado enfrentarse a los kurdos iraquíes, que en sus tres provincias autónomas desde hace tiempo mantienen una buena colaboración con Turquía, Estados Unidos e Israel.
No ha sido igual con los kurdos sirios, integrantes del Partido de la Unión Patriótica (PYD), quienes defienden su territorio y son acusados por las autoridades turcas de constituir una rama del PKK.
El gobierno de Ankara también se está arriesgando a provocar un conflicto con Irán y Rusia, países con los que mantiene relaciones económicas y comerciales muy importantes. La extensión de esta guerra en la región ya ha afectado las exportaciones turcas a Iraq y al Kurdistán y los combates parecen extenderse de tal forma que podrían trasladarse incluso a su propio territorio.
Por otro lado, EEUU, por boca de su vicepresidente Joe Biden, acaba de criticar al gobierno turco por dar apoyo e introducir en el conflicto sirio a grupos takfiríes y terroristas. Estos, que ahora la llamada coalición pretende destruir desde el aire, es probable que como ha sucedido en ocasiones anteriores se transformen y pasen a la clandestinidad, para aparecer después en cualquier capital occidental, con espectaculares acciones terroristas. En EEUU y en la UE no debían olvidar la amarga experiencia del atentado contra las Torres Gemelas.
El gobierno de Obama, empeñado en derribar a Bashar al Assad, ha cometido muchos errores, no ha sacado bien las cuentas y persiste en mantener su dominio hegemónico en el Medio Oriente, posiblemente orientado por el Partido Sionista, que es en definitiva quien domina en Washington. La creación de coaliciones con aliados sectarios, extremistas y corruptos, promueven el terrorismo, no lo terminan. Es un cáncer, que lejos de ser curado, hace metástasis y provoca el deterioro, y al final, la muerte de quienes lo promueven.
Las soluciones al terrorismo y a estos complicados problemas deben buscarse respetando la legalidad internacional y el derecho a la autodeterminación de los pueblos, no utilizando bombas.
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