La multitud desnuda impone cierto temor, no son pocos ni muchos, ni llenan toda la plaza pero la ocupan en gran parte. ¿Por qué impondrían una ligera inquietud si solo invocan una democracia de artillería verbal mecanizada salida recién de un laboratorio recóndito? Quizás porque al salir a la calle esgrimen no ser lo que son; se declaran portadores de un despojamiento que no tienen, ausentes y distraídos de una politicidad que los constituye en cada átomo de su cuerpo deschoripaneado. ¿Solo “cuerpos democráticos ascéticos”? No. Primero exponen de lo que se privan, de aquello que nos los inviste; “nada de ómnibus y choripanes, nada de quinientos pesos por cabeza”. Y luego viene la proclama esencial que los mueve, “en defensa de la democracia”. Viéndolos marchar, exhiben sus vestimentas tranquilas, huidizas de heterogeneidades mayores, tanto como de sabores de ketchup al paso. Un relator de TN dijo que son clase media-alta, clase media-media y clase-media baja. Medidas de sastrería, catalogaciones para tasar ubicaciones en el teatro, en el buquebús o calcular el colesterol. Yacían invisibles, y de repente surgen para apoyar a quienes al parecer no las habían llamado. ¿Qué clase de ventriloquía era ésa? ¿Cómo sabían que un enunciado verdadero no precisa serlo si lo asociamos a un mito profundo? ¡El choripán y su linaje largo en la historia nacional, política, futbolística, rockera! El choripán del atardecer en cualquier plaza donde haya ciudadanos reales, no hologramas.
¿Eran ellos un subsuelo entumecido no atraído por ningún llamado y de repente estaban allí con sus carteles reivindicando el terrorismo de Estado? Ya muchos otros lo hacen y lo siguen haciendo, pero aquí venían con un argumento diáfano: no nos pagaron estipendio, dicen, insultando gravemente al resto de los que caminaron en largas procesiones a lo largo de historia, desde las de Santiago de Compostela hasta las del 17 de Octubre. No tenemos olor a choripán, parecen decir, pero por las dudas traemos copos de nieve, quizás la nívea base nutritiva que acompaña las jornadas de la gobernadora que “irá hasta el final”. La Marcha tenía su fuerza en decir cómo se había hecho la Marcha. El no salir de las estrecha portezuelas de hacinados ómnibus escolares. Bien. ¿Pero eran hombres libres lo que salen de la Nada? ¿Son copos de nieve contra grasientos embutidos?
Entonces, al choripán lo han convertido en un tótem, solemne ritual de arcaicas y bárbaras religiones. Este rechazo a las movilizaciones habituales donde hablan dirigentes en sus tablados y leen proclamas, tiene un aire de golpismo lingüístico. Entonces: contra el Choripán y el Golpe. Como si el choripán se hiciera de Golpe y el Golpe en que piensan, por saberlo bien ellos mismos, totalmente irreal, y se convirtiese a cambio en un gran sándwich donde las derechas de las redes y de los grandes medios encierran a la sociedad en nuevos protocolos disciplinarios. Tema para antropólogos y nutricionistas. De algo tenía que hablar esa multitud salida de lugares derogados e indefinidos, sin carteles aéreos, sin teatralidad, sin ritmos murguísticos, sin los volatineros del arte de calle de los más variados rincones del mundo popular. Esa multitud sabatina estaba excavada en la memoria electrónica del país (tanto de las sentinas secretas del suplicio como de las redes sociales contaminadoras de signos). No era la que habitualmente vemos, la del ágora apretujada, vistosa y dramática, compuesta no por una pluralidad de individuos momentáneos sino por largos momentos de una pluralidad de organizaciones y nombres colectivos.
Pero con este sábado de gloria para las neoderechas: ¿Estamos ante el origen de un milagro político notable? ¿De una multitud que no es llamada sino que hace un llamado con solo flotar etéreamente sobre el pavimento, sin tirar un solo papelito o un envoltorio de caramelo al piso? La productividad de esa Nada originaria, de esa capacidad de golpear desde un Vacío sin mediaciones, permite observar que el sábado pasado no hubo pecheras, no hubo identificaciones específicas. Nada de una manifestación donde todos dicen quienes son, capítulo tras capítulo de una compacta marcha. Es que estas son las maduras manifestaciones de una democracia popular que florece en su antropología política democrática (de corte vitalista y no formalista) para hacerse eficaz, dúctil y digna en su futura arquitectura electoral (de corte veritativo y no con falsías de ocasión). Diferentes entonces de las manifestaciones de la muchedumbre desnuda, poseída por un ascetismo agresivo y por la militarización de los sentimientos, por ahora aplicado al odio pavote al famoso sándwich nacional de emprendedores choripaneros, que deberían tratar mejor siendo sus trabajadores sujetos activos del micro-emprendimiento.
Los que salieron de la Nada salieron en verdad del interior de otra clase de ómnibus. Eran los camiones de exteriores de TN y de otra clase de sándwich, la viralización de individuos que encierra e inventa vidas desde un emparedado electrónico permanente. El golpe del que hablan es el que hacen revertir sobre su propio corazón machucado por servilismos que son insensibles a la experiencia, impermeables a la autoreflexion. No obstante, saben salir a la calle para construir una nueva oquedad sin rostro convocante, etérea, tan ligeras como volátiles. En la mano, un copo de nieve. Convocados por sustracción, apoyando a los que se sustraen, abstractos en sus cuerpos concretos en la calle, pero desnudos de sentido.
Así es esta República con apagados gritos de dolor que son audibles tras las bambalinas de una palabra que si tiene encarnadura, hay que buscarla realmente en actos del gobierno anterior, donde se insinuaba una más convincente si bien indecisa República Social envuelta en una Democracia vivaz. Ahora llegamos a la visibilidad de lo que no se deja ver (el macrismo y su aniquilamiento de la mediación política), y a la invisibilidad de lo que vuelve a mostrarse (para reclamar una nueva forma de terror). No les importa por ejemplo que se quiera bajar el costo laboral (lo que incluso puede afectarlos) sino poner en cuestión el Tótem de la Plaza, con supercherías que recrean al Choripán como alegoría de la pérdida de libertades.
Pero es al revés. Son ellos los que pierden la mediación política, los que simulan venir de un espontáneo y paradisíaco mundo sin arrugas ni tamboriles y bajan como espectros de los camiones de exteriores que en el fondo los traen con catering garantizado, para alimentarlos con imágenes y hacerlos a ellos alimento icónico mancillado de su propia libertad ilusa. ¿Son multitudes “sin aparato”? ¿Son superiores a las que están organizadas pero que no deben condescender con el vocablo aparato, pues en el fondo con él se las menoscaba? No, aquellas no son sin aparato, ni las que nos gustan y en las que participamos deben abandonar –sí reinterpretar–, sus identificaciones antepasadas, surgidas de diversas memoraciones y entretejidos políticos. Estos hacen las veces una egiptología nacional y popular, democrática y social, todo lo cual se puede descifrar con pertinencia y atinada ciencia. ¿Quiénes son entonces las víctimas de los grandes aparatos comunicacionales que les retiran toda la espontaneidad que esgrimen? Ellos, desnudos y aparateados. No fueron diferentes las multitudes de la Marcha por la Constitución y la Libertad en 1945, la Plaza de Lonardi o la Plaza de los Españoles en 2012. Plaza y Clase social establecen una genealogía oscura en la historia nacional. Todas son hijas de la gran desestabilización de la que acusan a los demás. ¿Cómo criticar este inagotable juego de espejos? Una ética de izquierda y una teoría del conocimiento popular, social y movilizador democrático, serían los polos complementarios de un pensamiento reconstituido sobre su propia memoria, la memoria de la gran marcha popular.
La iconografía de las marchas abstractas del concreto conservadorismo estamental argentino son las mismas, se asemejan en sus indumentarias, entre severas y diseñadas sin exaltaciones a pesar del cambio de las modas. Hay una uniformidad de sastrería, dobladillos, remeritas y ajuares cuyo epicentro sentimental puede surgir del pochoclo con el que salen de los Multiplex de Caballito. La muerte del autor y de la responsabilidad convocante en materia de marchas públicas –en una ciudad cuyos administradores la desean tan cerrada a ellas, como la concibió y realizó Haussmann en París hacia 1870– es el rastro por el cual se retiran las mediaciones creando la ilusión de un Estado sin voz que los necesita, los deja llegar a esos “libre pensadores” hasta las veredas de la Casa Rosada, que los esperaban con el revestimiento alquitranado de un neoliberalismo pringoso. La multitud atomizada y sustraída ejerce paródicamente una coreografía de libre circulación del ciudadano para apoyar a Gobernantes de Derecha, que se sustraen de ella pero a la que reinventan. La extraen de un aparato especializado en generar obligadas espontaneidades. La muchedumbre en su marcha acéfala ahora no debe tener a sus gobernantes ante sí, viendo a “mussolinis” vernáculos estampar sus gestos en el aire, sino verse ellos mismos desnudos como nuevas multitudes huérfanas pero que saben quién las cautiva, a qué maquinarias pertenecen.
Lo hacen, pero no saben que ellos salieron de las tinieblas de un televisor, de una luz del móvil de televisión que los llamaba, trazando ya su destino. El choripán, acostumbrado a ser metáfora –es más, nació para ello–, sabe del elogio como del vituperio. En su digna inocencia fue convertido en fetiche funesto. Pobre sociedad argentina, tan primitiva en su momento totémico, que vive deseando el momento del banquete que devoró al padre desconocido. No sabe que sus jefes son muchos de estos grandes conceptos de dominación, la remesa de ganancias, el lavado de capitales, las indemnizaciones sin fundamento a los magnates, las falsas acusaciones sobre el caso Nisman. No es entonces que no tengan jefes ni que inauguren una manifestación limpia, de esqueletos apenas carnales y de cuerpos que salen a la calle tal como se asiste a un desfile de modas. Agresivos y etéreos, lo uno en grado extremo, lo segundo en grado de inverosimilitud. No fueron convocados pero más que venir de la nada, iban a llenar el vacío del gobierno. El ágora fundante son ahora las redes con su lenguaje de “multitudes invisibles”. Viralización, hasthag, trending topic , es decir, el modo en que se van entrelazando los individuos en un espacio virtual. No anula intereses sociales, pero obligan como reparación a que la política vuelva a sus cimientos. Visibilidad, más interés social, más estilo emancipador, más auto-conciencia del origen y conclusión de una marcha. Ahora, cualquier movilización debe serlo también para tratar sobre su propio sentido heredado. Se contrapondrá una forma de manifestación a otra, la democracia de la alteridad permanente contra la democracia vacía donde hay una locución inerte, un sentido reaccionario evidenciado en la lectura de cartel por cartel, como en los cuadritos de historieta que, en este caso, cuenta la historia del más necio uso de las palabras. Y de un pseudo primitivismo que carga con los más sórdidos aparatos comunicacionales, estatales, políticos y corporativos del país.
¿Esos sistemas de diseminación entonces establecerían un círculo de control menos rígido sobre las poblaciones y lo llamarían libertad de expresión? No, porque conservan todos los restos encubiertos de esa dominación ejercida, en su desnudez de consignas, cánticos, cadencias poéticas y resonancias musicales. La multitud coaccionada deviene abstracta, se desprende de mediaciones para humillarse más a sí misma creyéndose autónoma. Luego en la calle, no hay centro, no hay foco principal de atracción, no hay palcos, no hay discursos, no hay dirigentes. Las derechas son siempre el sentimiento de que sus ritos más calcáreos ya están implantados para siempre. Con sus íntimos desprecios e injurias, se empeñaron en una supuesta crítica a la barbarie del choripán en favor del copo de nieve que disimula con su pantomima el pasado represivo y el odio arcaico con el que vuelven. Actuaban por procuración, por sustitución, por sustracción. Derechas en estado de disponibilidad y gobierno disponible. Juegan a sustraerse mutuamente. Triunfaba así por un día una osatura cremosa, la política vista como vida desnuda, pero falsa en cuanto al salir a la calle revelaban su profunda incultura. Seguramente no lo percibían así, pero eran una forma de la barbarie, bajo el dudoso rostro de creerse una forma de la civilización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario