El ex canciller Héctor Timerman dijo en una carta que no sabe si podrá ver siquiera cuando lo condenen o cuando la historia lo exonere. “Gobernador Morales, si quiere un muerto, aquí lo tiene” dijo Mirta Guerrero antes de intentar ahorcarse con una toalla en el baño del penal Alto Comedero. “Hay mucha preocupación por su estado de salud, que claramente se agravó por nuevos hostigamientos del personal del servicio penitenciario” advirtió el martes la defensa de Milagro Salas. Y el miércoles, una familia que había pasado siete horas junto a un cuerpo sin vida que finalmente reconocieron como el de Santiago Maldonado expresó claramente que “el Estado nos hostigó desde el primer día”. Entre la perversión y lo insensible, estas imágenes se sucedieron toda la semana ante un país dividido entre los desbordados por una mezcla de tristeza e indignación, por un lado y la canalla de aplaudidores más los indiferentes en el otro.
Todas las escenas tienen un rasgo en común: la demolición de la persona como fin, el ataque, la persecución incesante, la humillación y la difamación. El adversario se desintegra célula a célula, reducido a lo indecible, en una tortura que ya no se practica en una pieza oscura, sino a la luz del día, incitando a la complicidad pública, buscando el aplauso y la complicidad o la desolación y el miedo.
El sistema que se está construyendo ya no busca el ocultamiento, ni medias verdades. Esas escenas se producen a la vista, reclaman la complicidad, incitan el respaldo de la horda. Como apunta Jorge Aleman, el neoliberalismo no sólo destruye valores, reglas institucionales y jurídicas, sino que va a la captura de la subjetividad para reformarla y construir una nueva subjetividad. El poder sumado del Estado, la economía, lo judicial y lo mediático que confluye en el gobierno de Mauricio Macri hace pública la escena de la persecución y destrucción del adversario. Y la impunidad ante ese acto publicitado lleva implícita la demanda, desde el poder hacia la sociedad, de asumir esa acción como propia o resignarse a la impotencia.
La corporación mediática denuncia y condena en un solo párrafo sin transición, crea un reflejo condicionado que embrutece. El hombre, o la mujer, sentados frente al televisor o junto a la radio son convocados a la ira, al clamor por una justicia flamígera impiadosa, mientras los representantes del capital concentrado les dicen en el coloquio de IDEA de Mar del Plata que con toda la legislación que defiende al trabajo es imposible hacer disminuir la pobreza. Los dueños de la riqueza convencieron a ese hombre y a esa mujer abducidos por los medios que tienen que ser más pobres para que se pueda luchar contra la pobreza.
El hostigamiento a la familia Maldonado no se entiende fuera de ese contexto. Hasta los militares de la dictadura fueron más cuidadosos en el trato a las Madres para no provocar a la opinión pública. Bastó que la familia expresara sus recelos sobre la actuación de la Gendarmería durante la represión del primero de agosto a los mapuches, para que les dispararan con toda la artillería desde todos los medios que controlan, desde los grandes diarios, hasta las operadoras de radio con la complicidad activa de muchos de sus periodistas. Todos los funcionarios que se refirieron al tema fueron despectivos hacia la familia que había perdido un ser querido. “Estamos investigando y hay un 20 por ciento de posibilidades que se encuentre en Chile” se dijo antes de que apareciera. “Congelado como Walt Disney” se dijo cuando apareció el cuerpo. La subestimación y el tono despectivo hacia la familia se convirtieron en una consigna editorial en el tratamiento de la desaparición de Santiago Maldonado. Este maltrato no es un fenómeno aislado, un “exceso” como decían los ex comandantes. Por el contrario se trata de una regla que se instaló definitivamente con este gobierno. Hay que cosificar, disminuir al adversario para desarmarlo y hostigarlo y maltratarlo para desmoralizarlo y si es posible, destruirlo.
Entre esa andanada que embrutece a sus protagonistas y seguidores, los organismos de derechos humanos y la familia han tratado de sostenerse en un lugar racional, de argumentos y pruebas, de reclamos institucionales y pacíficos. No se les escuchó una sola palabra de violencia. Son planetas que orbitan estrellas diferentes. Dos ideas de humanidad. En el mundo va ganando la más brutal, la que empobrece las ideas y los bolsillos, igual que en Argentina.
Ya ni siquiera se discute la validez de las acusaciones, si son reales o inventadas. Se puede estar en desacuerdo con el memorándum con Irán. Pero acusar de traición a la patria por una decisión institucional respaldada por el Congreso, más que como búsqueda de justicia se tiene que interpretar como revanchismo. Ni siquiera es necesario aclarar que lo acusa parte del grupo de la colectividad judía que está enjuiciado en la actualidad en la causa por encubrimiento. Los que llevan la acusación integraban la conducción de Beraja. Las acusaciones por traición a la patria prácticamente no existen en tiempos de paz. Bernardino Rivadavia acusó de traidor a la patria al general San Martin. Son acusaciones con más intención de hacer daño moral y político que de buscar justicia. Seguramente con el tiempo, la causa se va a caer y es probable que Timerman, enfermo de cáncer, no alcance a verlo. Pero habrá sido arrastrado por esta humillación, junto a su familia, justo en la semana previa a las elecciones.
Las acusaciones contra Milagro Sala tienen un trasfondo político, lo cual ha sido reconocido por los mismos radicales. El gobernador Gerardo Morales estaba convencido de que no iba a poder gobernar sin destruir antes a la Túpac Amaru. Eso también es evidente. Pero aún cuando alguien considere que los cargos tienen algo de verdadero, el maltrato, las humillaciones, la instigación a las demás presas para que la hostiguen en el penal, tanto a ella como a las otras presas políticas que integraban la Túpac, la negativa a internarla, el retiro de la psicóloga, todo ese abuso ejecutado por los jueces, sobre todo por Pablo Pullen Llermanos, no tiene ninguna relación con la causa. Hay un trasfondo más oscuro, más relacionado con la perversión, el sadismo y el regodeo con una revancha desde el poder oligárquico contra una india revoltosa. Hay regodeo, hay sadismo y hay perversión permitidas porque desde su punto de vista se trata de poner las cosas en su lugar.
Además de esta interpretación de Jorge Alemán, los escenarios de ataque brutal y denigración del adversario están descriptos desde un lugar más pedestre en el libro El arte de ganar de Jaime Durán Barba, asesor del presidente Mauricio Macri. Ese libro tiene un capítulo que se llama “Cómo destruir psicológicamente al adversario”. Allí dice que en determinadas situaciones “el objetivo era nublar su mirada con la ira para que se destruya a sí mismo. Demoler psicológicamente a un ser humano no es tan fácil de hacer, en ocasiones, el ataque político fue tan brutal que el adversario se aniquiló psicológicamente e incluso llegó al suicidio”.
Como afirma Jaime Durán Barba, la política argentina ha mutado hacia un territorio fangoso y poco explorado que opera en forma salvaje en comunión con la prensa corporativa y la mayoría del Poder Judicial. Todo es llevado a sus extremos, ya no se trata de ganarle al adversario, o a cualquiera que surja como obstáculo, ya sea un medio como PáginaI12, un movimiento social o la familia Maldonado. Ahora se trata de destruirlo, de aniquilarlo y demolerlo “psicológicamente”. Acaban de informar que Milagro Sala se “autoagredió” en el penal y que una de sus compañeras, Mirta Guerrero, trató de ahorcarse con una toalla en el baño de la cárcel. Allí está la carta de Timerman, un hombre humillado que no sabe si podrá vivir para limpiar su nombre, y están las palabras desoladas de Sergio Maldonado que acaba de recuperar el cuerpo de su hermano desaparecido hace 70 días. El cambio ha traído una nueva forma de hacer política.
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