En las palabras iniciales de este ensayo, el Che le explica al editor que lo ha esperado, como disculpa, que lo ha terminado mientras viajaba por África. No exagera. El 14 de marzo de 1965, dos días después de que el texto se publicara en Marcha en Montevideo, regresa el Che tras cuatro meses de viajes, como alto representante de Cuba, a la Unión Soviética, Nueva York, una larga gira por África y una breve estancia en China. Desde que salió el 17 de marzo de 1964 a Ginebra ha recorrido medio mundo, y también ha estado en muchos lugares de Cuba en sus labores como ministro de Industrias. Al mismo tiempo, ha librado una crucial batalla de ideas en el seno de la Revolución Cubana y de la conciencia del pueblo, exponiendo, defendiendo y divulgando la posición y el camino más revolucionarios.
El socialismo y el hombre en Cuba es un opúsculo, un manifiesto; está repleto de ideas que se enuncian, breves y muy fuertes, organizadas por un fino hilo de acero. El aire del texto llama al lector a no quedarse pasivo, a actuar. Pero no fue producto de un rapto: esta es una obra de madurez. En cuanto a fijar su posición y lanzar sus ideas principales al ruedo, cumple la función de ser su manifiesto comunista, y la proclama de una revolución que le explica al mundo la verdadera naturaleza del socialismo y el camino que se necesita recorrer. El comunismo ya no es el fantasma que recorre Europa, sino el planeta, y ahora les habla a todos desde los países que no habían sido, los que no habían tenido personalidad propia: las colonias. Al mismo tiempo, este trabajo teórico tan rico es el anuncio de una obra marxista que vendrá.
En cuanto a la nueva etapa de la vida del Che que comienza con abril de 1965, El socialismo y el hombre en Cuba es el prólogo, la introducción a la fase inicial de una tarea intelectual. Pero ella es una de las dos tareas que emprendió al unísono. La otra es el combate directo internacionalista, la subversión mediante la praxis, que lo llevará primero al Congo, después a Bolivia.
El alcance de este ensayo se comprende mejor si tenemos en cuenta las preguntas que enfrenta y los condicionamientos que tuvo. Lo referente al individuo, a la organización de la sociedad y a las relaciones entre uno y la otra son, a mi parecer, los temas generales fundamentales del pensamiento social. Otros asuntos de tanta monta como, por ejemplo, la libertad, la conducta, la justicia, la moral, lo político, los sistemas y los conflictos, no pueden pensarse ni comprenderse sin atender a sus vínculos con aquellos grandes temas generales. El pensamiento europeo que llamaron moderno elaboró un amplísimo venero de preguntas, tesis, concepciones teóricas, métodos y proposiciones de estados personales y sociales a lograr, que se expresaron en tendencias, escuelas y polémicas. Ofrecieron, a la vez, grandes logros y nuevos problemas.
Los cambios sociales hacia sociedades más justas y humanas, y el mejoramiento y la perfectibilidad de los seres humanos, son dos objetivos principales del pensamiento social, cuando pretende actuar y tener funciones más allá de su ámbito intrínseco. En la Europa moderna, ellos se desarrollaron en íntimas relaciones con el despliegue de las sociedades capitalistas, su naturaleza, sus contradicciones y sus conflictos.
En ese marco fue que surgieron la teoría social y la propuesta comunista de Carlos Marx, pero ellas son imperecederas porque fueron antítesis de la correspondencia de las ideas con sus condiciones de existencia, y el anuncio de un nuevo antagonismo que solo podría ser resuelto por una revolución que acabara con todas las dominaciones y volviera capaces de crear una nueva cultura a los seres humanos y las sociedades liberados. Pero tanta subversión, y tan temprano en una época de crecimiento de las potencialidades imperialistas de un nuevo sistema de dominación que se volvía mundial, no logró ser viable. En Europa, la hegemonía burguesa supo incluir y subordinar al socialismo en el mundo despiadadamente colonizado no parecía ni siquiera planteable.
El triunfo y la consolidación de la Revolución Bolchevique fueron un salto colosal hacia adelante, que crearon una grandiosa e insólita experiencia y un laboratorio de nueva sociedad no capitalista, fomentaron una ola de esperanzas, dieron nuevos sentidos a las rebeldías a escala planetaria y ampliaron el objeto del marxismo. El capitalismo imperialista vivió un largo período de crisis entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial, y en la posguerra se vio obligado, en los países que llamaban desarrollados, a mejores repartos de la renta, políticas sociales, estados de derecho y sistemas políticos representativos; también se vio forzado a reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos colonizados. Mientras, la Revolución Bolchevique había sido liquidada por algunos de sus propios protagonistas en los años treinta. La Unión Soviética, sin embargo, se convirtió en un poderoso Estado, autónomo dentro de la geografía económica mundial, y protagonizó una epopeya colosal en 1941-1 945, decisiva para la derrota del nazismo.
El mundo en que creció el joven Ernesto Guevara y se convirtió en el Che, vivió la aparición de una nueva época. Nuevas revoluciones triunfaron en países que habían sido colonizados y neocolonizados ―en lo que ahora llamaban Tercer Mundo―, y los pusieron en el centro de la actividad de liberación y anticapitalista. Surgieron nuevas identidades, representaciones, ideas y demandas que implicaron a cientos de millones de personas.
La actuación política de los pobres y las clases subordinadas se multiplicó, como alas radicales en muchos procesos y de manera autónoma en otros. El mapa del globo terráqueo se pobló con numerosos nuevos países que aprendían a hacer coordinaciones entre ellos y con organizaciones en lucha.
La nueva época exigía un pensamiento propio que fuera capaz de liberarse de toda colonización y rompiera la hegemonía del “Primer Mundo” sobre las ideas. Al mismo tiempo, necesitaba asumir la propuesta marxiana de basar las ideas y la actuación sobre el antagonismo entre burgueses y proletarios y no sobre negociaciones y arreglos convenidos con las clases dominantes, ni sobre retornos ideales a supuestos paraísos perdidos. Sus protagonistas podían contar, para las revoluciones teóricas y prácticas, con la conversión maravillosa de la teoría en política lograda por Lenin. Pero al trascender la pura acción, o ir más allá de las grandes palabras, todo se volvía terriblemente difícil y era fácil extraviarse. La aparente paradoja de ser ortodoxo y hereje al mismo tiempo era, en realidad, el único camino. Es decir, asumir de manera crítica ―que es la sola manera de asumir realmente― y crear sin temor alguno a la desmesura, el desafuero y el error, que es la única manera de crear.
Tenía que ser entonces un pensamiento crítico sin concesión alguna: eso no era una opción. Y tenía que ser capaz de ver hechos, procesos y potencialidades donde el ojo común o amaestrado no veía nada, analizar las realidades con todo rigor y honestidad, pero sin rendirse a ellas, utilizar el extraordinario acervo de ideas precedentes en vez de ser utilizado por recetas o manipulaciones en nombre de ese acervo, romper las prisiones del campo de los pensamientos posibles y entrar en territorios nuevos no abiertos antes, enarbolar el papel decisivo de la voluntad y de la praxis, indicar los caminos acertados y las conductas reclamadas por la política y la moral, postular los instrumentos idóneos y fijar las metas inmediatas y los fines irrenunciables. Profetizar, como ejercicio del juicio que no teme alimentarse con la pasión y la convicción, y prefigurar a la persona y la sociedad que deben forjarse en el horno de la revolución y de los procesos de liberación.
Todo eso buscaba y todo eso realizó Ernesto Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba. Pero no escribió este testimonio impar de su grandeza intelectual a título personal. Lo hizo en nombre de la Revolución Cubana, como un llamado al mundo desde la primera revolución socialista latinoamericana, una exposición de la naturaleza de la opción de liberación plena que ya estaba al alcance del planeta en la segunda mitad del siglo XX, la opción que reúne ―al inicio extrañamente― la máxima ambición humana con la cualidad de ser, al cabo, la única viable. Y lo escribió para la Revolución Cubana. El Che ha acompañado a Fidel, el máximo líder y guía político e ideológico del proceso, a lo largo de la tormenta revolucionaria de nueve años de luchas y creaciones, de vencer imposibles.
Próximo a salir a pelear como dirigente cubano internacionalista, el Che escribe un texto que pueda servir a la solución acertada de un problema fundamental: qué socialismo asumir, quiénes lo crearán y cómo se crearán a sí mismos durante el proceso, cómo debe ser la transición socialista, cómo se irán congeniando el poder y el proyecto, cómo lograrán más fuerzas, cualidades superiores y desarrollos los seres humanos y la sociedad que se interrelacionan. Hay que identificar bien las metas, los instrumentos, las vías, la estrategia y las tácticas, los peligros y los enemigos.
Entre tantas batallas que libra a la vez, Cuba debe plantear bien, y ganar, una contienda que se volverá decisiva: la naturaleza que debe tener la sociedad de liberaciones que construye y el alcance de su proyecto de creación de una nueva cultura que sea radicalmente diferente al capitalismo, y superior a él.
La antigua separación entre un socialismo cubano y uno partidario del movimiento comunista de orientación soviética se había resuelto a través del triunfo del cubano, mediante la insurrección victoriosa y la revolución socialista de liberación nacional. Pero después de 1959 se configuraron diferentes posiciones respecto a la transición socialista dentro del campo revolucionario que, aunque podían referirse a aquellas dos tendencias básicas, en los años sesenta estaban mediadas por los hechos, las situaciones complejas, los dilemas y las opciones que enfrentaba la Revolución en el poder. Las polémicas de aquellos tiempos son una expresión parcial de las contradicciones y los conflictos que se vivían; la libertad y la ausencia de temores con que se libraron expresaban las potencias formidables desatadas por un proceso que sabía que estaba obligado a ser intencionado y creador, impulsor de la conciencia y el criterio, autocrítico y expositor de sus propias contradicciones y defectos, movilizador de voluntades y forjador de consensos de hombres y mujeres revolucionados.
Pero esos debates hermosos no son ejercicios de libertades secundarias para solaz de lectores “objetivos” actuales. Contienen testimonios de encrucijadas que pueden resultar de vida o muerte para un pueblo, elementos para la búsqueda de decisiones acertadas en un proceso de liberación, repertorio de cuestiones cuya vigencia es permanente, y constituyen una gran enseñanza que nos brinda nuestra historia.
Fidel debió asumir sobre todo las funciones de dirigente supremo y de educador popular, y el Che, que desempeñó un cúmulo de responsabilidades prácticas en numerosos terrenos, elaboró al mismo tiempo, en aquellos años, una obra teórica que es el más importante monumento intelectual de la Revolución en su primera etapa. Ambos estaban forzados a ser polémicos, y lo fueron a cabalidad. Recordemos, solo para ilustrar esa cuestión cardinal, que ellos sostuvieron que nuestra revolución socialista no podía sujetarse a “etapas” que “cumplieran tareas”, lo que la hubiera reducido a convenirse en un régimen intermedio de dominación. Que para ser socialista y comunista en los países que habían sufrido el colonialismo y el neocolonialismo era ineludible ir mucho más lejos que la mejor evolución: había que subvertir, romper, crear, transformar profundamente a las personas, sus relaciones, las instituciones y la sociedad, una y otra vez. Que, a diferencia del pensamiento clásico y de la magna consigna de aquel momento, había que hacer el socialismo primero, para desde él aspirar al desarrollo. Que el socialismo es un puesto de mando sobre la economía: sostener que ella “se dirige a sí misma” es una piedra miliar de la ideología del capitalismo. Que hay que crear riquezas con la conciencia, no conciencia con las riquezas.
Desde hace varias décadas vengo escribiendo y hablando sobre el Che, su específica concepción teórica y la gran batalla intelectual que libró dentro del campo revolucionario, el entramado que tejió entre la producción de ideas, la conducta, la actuación y la formación de una cultura de liberación, las experiencias prácticas que condujo y aspectos determinados de su vida y su obra. Esto incluye análisis circunstanciados de El socialismo y el hombre en Cuba. No repetiré nada de ello en este texto, por no alargarlo aún más, pero sobre todo porque nada puede sustituir el estudio de este ensayo del Che. Constituye un gran acierto hacerlo reaparecer en su cincuentenario, trayendo su luz inmensa al escenario problemático de la Cuba actual.
Me permito sintetizar solamente una aproximación general a su extraordinaria riqueza. El socialismo y el hombre en Cuba es, desde el propio título, una exposición acabada de la dialéctica necesaria para la creación del socialismo y el comunismo, que relaciona al individuo ―“actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de una comunidad”―, la masa, los dirigentes, la conciencia, la producción, el trabajo, la educación, la coerción social, las relaciones mercantiles, el subdesarrollo, los estímulos morales y materiales, la vanguardia, el Estado, las instituciones, la comunidad, el arte, la juventud, el partido, el revolucionario, el internacionalismo proletario. Y lo hace siempre en función de la creación entre todos de un hombre nuevo, que deberá desarrollarse “por métodos distintos a los convencionales”, y avanzar hacia “la última y más importante ambición revolucionaria, que es ver al hombre liberado de su enajenación”.
La ideología regida por las leyes “objetivas” derivadas de “lo material” puede servir para fundamentar instituciones y para obedecer orientaciones que no transgredan lo esencial del orden existente, puede “enseñarles” a todos qué es lo correcto y qué no lo es. Ella obliga al individuo, lo subordina a la necesidad; su función no es desatar sus fuerzas ni sus iniciativas, ni alentarlo a saltar más allá del terreno acotado. Es natural que para ella el ser humano no ocupe un lugar central.
El Che reclama que el factor subjetivo sea el dominante en toda la época histórica de la transición socialista, y que en ella ocupe un lugar central el ser humano en revolución y revolucionado por la práctica, que se cambia a sí mismo junto con la sociedad, se realiza en la actividad revolucionaria y trasciende el individualismo y el egoísmo al ejercer el trabajo, la organización, la lucha, la solidaridad o los sacrificios.
La creación de otra realidad desde la existente, sin lo cual no hay socialismo, tiene que incluir el espíritu crítico, fomentar la independencia de los criterios y la capacidad de pensar y valorar con cabeza propia, y aprender a distinguir los caminos, sus implicaciones y sus resultados. A la par que participaba en el duro y hasta agobiador trabajo cotidiano, el Che analizaba los graves peligros de copiar mecánicamente y no ver los callejones sin salida del socialismo que llamaban real, y se oponía al burocratismo, la inercia y la resignación a lo que existe. Y logró ―al mismo tiempo― reflexionar sobre la circunstancia en curso, la actuación inmediata y los métodos y fines mediatos, y teorizar acerca de los asuntos fundamentales.
Este texto, y la obra entera del Che, pueden ser de gran valor como instrumento para comprender las circunstancias y los problemas actuales del mundo, plantear conductas acertadas y estrategias viables frente a ellos, y combatir el formidable desarme ideológico al que han sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
En cuanto a Cuba, envuelta en un proceso y abocada a una coyuntura cuya conjunción puede tornarse decisiva para el gran movimiento histórico iniciado aquí hace sesenta años, hay que decir que el pensamiento del Che está como suspendido en una región brumosa, separado del fervor que siguen despertando su actuación, su trayectoria y su ejemplo. Sintetizo lo que podríamos recibir si asumimos todo el Che:
-un referente ético-político general socialista sin igual, fortalecido por su consecuencia y su ejemplo imperecederos, por su caída heroica y por ser nuestro;
-la confianza que hoy resulta vital, en lo que sí es posible hacer y lograr para volverse superior a las circunstancias;
-las experiencias prácticas que puso en marcha de la economía cubana, sus instrumentos e ideas, y su articulación con su concepción general de las transformaciones revolucionarias de las personas, las relaciones sociales y las instituciones;
-un extraordinario instrumento teórico ―conceptos, preguntas, ideas, hipótesis, principios― y el método dialéctico marxista que el Che utilizó en el análisis de las realidades, los conflictos y los proyectos de Cuba, América Latina, y el Tercer Mundo;
-una crítica revolucionaria marxista de las realidades y las teorías del capitalismo y el socialismo;
-un cuerpo de pensamiento idóneo para realizar análisis concretos;
-una de las fuerzas principales con que contamos en el terreno, tan urgido de trabajo eficaz, de la formación política, ideológica y cultural.
Hace veinticinco años, al terminar de escribir un libro sobre la concepción teórica y la batalla intelectual del Che, le puse al inicio un epígrafe que tomé de José Martí: “El único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”. Quise hermanar así el sentido de las ideas, los proyectos y las vidas de dos de los más grandes revolucionarios radicales de la historia de Cuba, y enfatizar el valor, el alcance y la función de esa corriente, que es fundamental para nuestro futuro. La posteridad de los grandes no depende de ellos, sino de aquellos que, en nuevas situaciones y con nuevas actuaciones e ideas, reivindican y utilizan su legado. El Socialismo y el hombre en Cuba tiene mucho trabajo por delante.
Hace veinticinco años, al terminar de escribir un libro sobre la concepción teórica y la batalla intelectual del Che, le puse al inicio un epígrafe que tomé de José Martí: “El único hombre práctico, cuyo sueño de hoy será la ley de mañana”. Quise hermanar así el sentido de las ideas, los proyectos y las vidas de dos de los más grandes revolucionarios radicales de la historia de Cuba, y enfatizar el valor, el alcance y la función de esa corriente, que es fundamental para nuestro futuro. La posteridad de los grandes no depende de ellos, sino de aquellos que, en nuevas situaciones y con nuevas actuaciones e ideas, reivindican y utilizan su legado. El Socialismo y el hombre en Cuba tiene mucho trabajo por delante.
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