6 ago 2014

El nieto de tod@s

“¡Alegría, emoción, es verdad, Estela está abrazando a su nieto!”, apenas me senté frente al monitor, vi en el Facebook de la entrañable Perla Carella Maguid. Fue como si en una clave general, la que llevamos dentro desde el primer día que acompañamos la lucha de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, alcanzara para descifrar que se trataba de Guido, el nieto de Estela de Carlotto.

Coincido con el periodista Mario Wainfeld en que esa pequeña línea contiene una historia grande como toda la Argentina y que nos atraviesa a cada uno de los que creemos que la Verdad, la Justicia y la Memoria solo pueden ir juntas para ser unas y otras. Que para sabernos no precisamos muchas palabras. También la colega y amiga Miriam Lewin, con esa carga de haber sido rehén del terror genocida, nos contó en la virtualidad del espacio cibernético que sus lágrimas eran incontenibles y sentí que eso nos acercaba a millones en el día en que la amada Estela supo que el hijo de Laura encontró a su abuela. A ella, que tanta celebración compartió por cada uno de los bebés, hoy mujeres y hombres enteros, que recuperaban de las telarañas siniestras tejidas por la complicidad y la barbarie de la dictadura cívico-militar.

“El nieto de todas y todos”, pensé y automáticamente lancé en las redes sociales como un suspiro de alivio y felicidad colectiva. A casi 5 mil kilómetros de distancia me sentí transportado desde el corazón para abrazar a todos: nietos, abuelas, compañeras y compañeros, además mis compatriotas. Es que en Brasil, con una larga tiranía encima, cuando aún no se saben de manera completa los crímenes por ella cometidos, es difícil explicarle a la gente cómo se convirtieron en botín y prolongaron con sus vidas el sufrimiento de varias generaciones. Así como aberrante fue la desaparición de personas, las torturas, el arrojar de cadáveres y seres vivos desde aviones sobre las aguas del Río de la Plata o el Mar Argentino, del mismo modo dantesco es la supresión de la identidad de criaturas nacidas en cautiverio o arrancados junto a su familia por la represión clandestina. Una práctica que no tiene parangón entre las dictaduras del Continente latinoamericano y sólo se emparenta con la que el régimen franquista, y la Iglesia Católica colaborando, separaba a los niños de las presas y presos republicanos. Sin embargo, Videla, Massera y la runfla que asaltó el poder el 24 de marzo de 1976, superaron a su admirado Generalísimo y emularon a la Alemania nazi.

En medio de tanto tironeo imperial, patoterismo financiero y cambalache de políticos que por derecha e izquierda, mediática y no, para quienes todo lo bueno merece ser oscurecido y ocultado, brillan Guido y los otros 113 nietas y nietos que se encontraron consigo mismo y pudieron conocer el amor de esos abrazos esperanzados. Los de sus familias y los de todo un pueblo sincero, herido, pero feliz.

Lejos, muy lejos, hundidos en la letrina de la Historia, quedarán los ejecutores y apañadores de estas atrocidades. Y si acaso existe un Dios, de perfecta bondad, no será aquel que la Biblia dice creó al Hombre a su imagen y semejanza. O al menos a estos no.

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