30 ago 2014

Ucrania: Gardenia sin aroma

Olvidar no resuelve problemas. Puede crear otros o alimentar falsedades. La mentira, igual, provoca  accidentes telúricos. En 1992, el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, informó que Ucrania había exportado ese año armas por un valor ascendente a 400 millones de dólares. Se le ubicó en el noveno puesto como proveedor de diversos medios bélicos. También varios países acusaron a Kíev de violar el embargo que pesaba sobre las antiguas repúblicas yugoslavas, en ese momento en guerra.

En 1995, durante   la feria internacional de armamento efectuada en la capital de los Emiratos Árabes,  agentes y medios de prensa se dijeron asombrados ante los equipos bélicos presentados por Ucrania en aqquella exhibición. La ex república soviética no era una improvisada en tales menesteres. Al desarticularse la URSS,  una importante porción de la  industria militar de aquel gigante, permaneció en el país recién creado que, desde luego, siguió sacando partido a las 200 empresas de ese tipo heredadas.

Entonces ¿por qué se asombran en Washington y Bruselas por los medios con que cuentan los rebeldes de Donestk y Lugank?  Entre los cómodos olvidos que exhiben hoy día  altos personajes  occidentales está reconocer que la mayor parte de estas fábricas, en incluso algunos arsenales, están justo en la zona este del territorio ucraniano.

Los sublevados en contra quienes gobiernan en Kíev tras el golpe de estado en febrero pasado, decomisaron pertrechos a un ejército con pocas ganas de presentar batalla a sus iguales. Con estas bases, no vale suponer que los independentistas requieran de suministros rusos para llevar a cabo su lucha. Tampoco parece un hecho fortuito que solo unas horas después de concluir el tenso encuentro entre Vladimir Putin y Petro Poroshneko, en Minsk, se hayan soliviantado de forma intensa las cosas.

Por supuesto que existen motivos, y el primero a citar es el éxito alcanzado por los rebeldes que lograron recuperar territorio y cercaron a una importante cantidad de efectivos oficiales en dos grandes bolsones que les incomunican para recibir refuerzos o provisiones de cualquier tipo.

El presidente ruso, rápidamente, gestionó ante los independentistas la creación de corredores humanitarios para permitir la salida de los cercados. Con una arrogancia y oportunismo tan veloces que provocan suspicacias, las autoridades se negaron a aceptar la diligencia de Moscú. Prefieren darle curso a una arremetida superior. “Creo que es un error colosal que se traducirá en víctimas numerosas”, estimó Putin ante el nutrido auditorio del foro juvenil Seliguer 2014.  Ya se sabrá la evolución  del problema pero, por ahora, Porochenko tuvo que ordenar un reclutamiento forzado de ciudadanos, al ver que el llamado que hizo a los reservistas no tuvo la respuesta imaginada.

Mientras, ocurrían manifestaciones en la capital pidiendo la renuncia del mandatario y del ministro de defensa, ante la incapacidad de solucionar un dilema que ya provocó 2 200 muertes y una inestabilidad creciente.

Mucho sugiere que el modo esgrimido por el gabinete en funciones  se limita a culpar a Rusia de “invadir”  Ucrania. La excusa les sirve para subestimar el éxito insurgente que ya tiene abierto un tercer frente de batalla, con posible salida al Mar de Azov, si esos avances se mantienen.

El subterfugio al desviar la atención hacia el Kremlin sirve, además, para ocultar el fracaso de los operativos militares y postergar negociaciones que nunca tuvieron real voluntad. Si desde el inicio los jefazos de Kíev hubieran dialogado con los inconformes, no estaría abierta una herida difícil de curar ya. Aquellos que pedían una federalización, ahora exigen independencia.

Arseni Yatseniuk  (”nuestro hombre en Kíev”, recuerden) cada vez más siniestro, volvió a invocar a la OTAN ahora y como “solución” o amenaza, alega que Ucrania debe integrarse al pacto bélico. Desde allí le responde el no menos belicoso Rasmussen diciendo que lleva en agenda el caso a la reunión del pacto en los primeros días de septiembre.

Ahora bien, suponiendo que fuera cierto que Rusia envía armas a los ucranianos  sublevados ¿acaso no lo hacen continuamente EE.UU. y otros? ¿Tiene derecho Washington a mantener bases militares en cualquier sitio, decidiendo  el destino de muchas naciones, a las cuales no les une ningún tipo de nexo histórico ni cercanía? Negar a los demás lo que se auto otorga, no es justo y mucho menos ético.

Entre cuanto se oculta, tergiversa o cambia con descaro despampanante, hay hechos notables. Incluso con anterioridad a todos los problemas que  han ocurrido en Ucrania en los últimos meses, se dio la absurda situación de que los pobladores del sureste, pese a ser más del 15% de toda la población ucraniana (solo en Donestk y Luganrk habitan unos 7 millones de ciudadanos)  no tenían un solo representante en el parlamento.

Parece que tampoco van a tenerlo (difícilmente les permitan participar o ellos lo deseen a esas alturas) cuando se hagan –si ocurren- las apuradas elecciones legislativas ordenadas por Poroshneko para legitimar  el tufo a golpe de estado que persiste en el gabinete actual, acomodando, de paso,  la Rada Suprema a las conveniencias de los grupos oligárquicos afines, prescindiendo de posibles opositores.

La Casa Blanca y los gobernantes europeos, a falta de razones y fundamento sólido, solo tienen el recurso de amenazar con nuevas sanciones a Rusia y ayudas a Ucrania a quien le sabrán cobrar bien caro las actuales mercedes, tras las cuales hay un  interés geopolítico tan feroz como miope.

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