Como sucediera en 2014 en varios de los países de la región, la construcción de
un referente del ideario neoliberal en defensa de los intereses concentrados
recorre las mismas fallidas estrategias mediáticas y de marketing político.
Por Aram Aharonian
Pese a la enorme ofensiva mediática, nacional e internacional, la derecha sigue
siendo derrotada en nuestros países. Y continúa mirando cómo gobiernos populares
se han venido consolidando, reeligiendo, con un común denominador, de poner en
marcha políticas sociales inclusivas en el continente más desigual del mundo,
recuperando el papel del Estado, estimulando políticas de integración
subregional y regional, combatiendo la centralidad del mercado.
No hubo magia: solamente pagar la deuda interna con las grandes mayorías. Y por
eso, Argentina, que había sufrido la peor crisis de su historia a comienzos de
este milenio, pudo retomar el crecimiento económico, con gran distribución de la
renta, mientras Brasil revivía de la grave recesión para protagonizar un ciclo
expansivo de su economía, mientras ponía en marcha una profunda democratización
social.
La crisis de identidad de nuestras derechas es sorprendente. En algunos casos,
pretenden desconocer la realidad de los avances logrados por los gobiernos
progresistas y hablan de un retorno al pasado, al fracaso. Otros intentan robar
las consignas e incorporarlas a sus discursos.
La derecha no ha logrado un fenotipo de candidato: en Ecuador propone un
banquero, en Bolivia y en Chile un gran empresario, en Venezuela y Uruguay a
jóvenes políticos que siguen proponiendo un regreso al neoliberalismo y su
inequidad. Podrán disfrazarse, trasvestirse de centroizquierdistas, autotildarse
socialistas, pero se les notan los grilletes del neoliberalismo.
Podrán encontrar caritas frescas y sonrientes, pero eso sólo no basta.
Falta creatividad, imaginación, incluso un baño de realidad… pese a contar con
grandes think tanks, las grandes agencias de publicidad y a toda la prensa
hegemónica.
Cristina Fernández lo dejó claro: hay dos proyectos de país. “El nuestro comenzó
a construir la noción de igualdad para llenar de contenido la libertad”, dijo, y
pidió que los opositores definan el suyo. Ese proyecto de país tiene resultados
concretos: inclusión social, como la Asignación Universal por Hijo, el nuevo
Código Procesal Penal, el plan Progresar, el plan Procrear, el plan Conectar
igualdad, el plan Arasat (del satélite de comunicación que envió Argentina al
espacio y que transmite ya a todo el país), el plan de infraestructura,el plan
de caminos y gasoductos de viviendas, de hospitales.
La derecha busca candidato, dice Alfredo Serrano: de ser posible, que sea joven.
Si es guapo y sonríe, mucho mejor. Cuanto menos confronte, más vale. Siempre
dispuesto a sacar un aprobado sin importar que sea sobresaliente. Se ruega
altamente disciplinado; sin tentaciones para salirse del guión. Cuanto menos
improvise, mucho mejor. No conviene exceso de verborragia; se prefiere la
palabra justa. Destreza y capacidad política no excluyente. Cuanto menos hábito
y experiencia, mucho mejor.
Todo se aprende y moldea en las técnicas de mercadeo político de moda. Este
patrón común responde al nuevo currículum exigido en América latina para ser
aspirante a ganar elecciones frente a los proyectos posneoliberales en el siglo
XXI.
Claro que ni Cobos, Alfonsín, Binner, Pino Solanas, Elisa Carrió, Sanz tienen
que ver con ese fenotipo. ¿Macri, Massa? A ninguno se le pega una idea siquiera.
¡Triste! Aunque pareciera que la más lúcida es la señora Carrió, que sabe bien
que si no se unen todos tras una candidatura fuerte (y no sólo consensuada), es
imposible soñar siquiera con la restauración conservadora.
Edgardo Mocca señala que la argumentación política de la oposición argentina
para rechazar las iniciativas del Gobierno ya puede ser considerada un género
literario. La retórica combina curiosamente la impugnación del estatismo y el
reclamo por la seguridad jurídica del capital con todo tipo de denuncias
“progresistas” sobre situaciones de injusticia social de diverso orden.
El Gobierno pasa –a veces en el mismo artículo o nota de opinión– de ser
autoritario porque pretende recortes, generalmente modestos, a la tasa de
ganancia o restricciones sobre posiciones monopólicas de mercado, a ser un
simulacro que esconde en una palabrería populista su verdadera intención
conservadora, solamente obsesionada por acumular poder y riqueza.
“Golpean desde todos lados y al mismo tiempo, desde la derecha y desde la
izquierda, desde el garantismo y la dureza punitiva, desde la ética y desde el
cinismo”, señala Mocca. Las dificultades para la emergencia de un candidato
opositor con chances de triunfo en octubre próximo no son ajenas a esta carencia
de una promesa política consistente en que pueda formularse con palabras y a la
vez pueda vivirse como una realidad.
A la derecha le sobran las campañas de terrorismo económico y mediático, las
presiones internacionales, las denuncias diarias sobre violencia y corrupción
(en gran medida vacías), el sensacionalismo apocalíptico que se renueva cada día
sin memoria ni vergüenza.
Tienen una sola cosa en claro: el intento (y las ganas) de desalojar del
gobierno a las fuerzas progresistas para entregarlo al poder económico y
mediático, multinacional, y a sus repetidoras vernáculas, en pos de la
restauración conservadora (achicamiento del Estado, fin de las políticas
sociales, volver a los tratados de libre comercio –tipo ALCA–, etc., etc.). Eso
sí está en sus programas y discursos.
Al celebrar los 31 años de democracia, Cristina Fernández preguntó si había
diferencia entre los que le decían a Manuel Belgrano que se rindiera a los
españoles “con los que me dicen a mí, negocien con los fondos buitre. No hay
ninguna diferencia. Claro, antes venían con armas y cañones, ahora vienen con
las armas de la economía y el mercado”.
Este gobierno debió soportar nueve corridas cambiarias precedidas por miles de
portadas de diarios anunciando catástrofes. Ahora, además, a los sicarios
mediáticos se les unen algunos sicarios judiciales.
Pero el mayor problema de aquellos que sueñan con restaurar el orden
conservador, es que se enfrentan a millones de jóvenes, que crecieron en un país
distinto, más justo, más equitativo.
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