De cada 100 dólares adicionales generados luego de la crisis, 116 dólares fueron
apropiados por el 10 por ciento más rico de la población. El absurdo resultado
es posible porque el 90 por ciento restante de los estadounidenses registró una
reducción en su nivel de ingreso.
Desde 2008 se ha producido la mayor transferencia de ingresos hacia los súper
ricos de la historia norteamericana.
Después de una de las peores crisis de su historia, Estados Unidos comenzó a
mostrar signos de recuperación. Con casi 3 billones de dólares inyectados en la
economía a través de políticas fiscales no convencionales, los diferentes
programas de adquisición de activos y salvataje directo de bancos desplegados
por el gobierno estadounidense facilitaron el saneamiento del sistema financiero
y propiciaron una incipiente mejora del nivel de actividad. Durante el último
trimestre del año pasado las estadísticas oficiales del Bureau of Economic
Analysis arrojaron un crecimiento interanual de 2,6 por ciento del PIB. Sin
embargo, se trata de una expansión anémica. Las mejoras en el nivel de ingreso
no son percibidas por la mayoría del país, sino que son apropiadas por una
reducida porción de la sociedad. La magnitud de la concentración del crecimiento
económico fue estimada por Pavlina Tcherneva, investigadora del Levy Economics
Institute of Bard College: cada 100 dólares adicionales generados luego de la
crisis, 116 dólares fueron apropiados por el 10 por ciento más rico de la
población. El absurdo resultado es posible porque el 90 por ciento restante de
los estadounidenses registró una reducción en su nivel de ingreso. Ese proceso
constituye la mayor transferencia de ingresos hacia los súper ricos de la
historia norteamericana.
“Para la amplia mayoría de la gente en Estados Unidos el crecimiento económico
se convirtió en poco más que una atracción estadística secundaria totalmente
desconectada de sus recibos de sueldo. La gravedad de la desigualdad en la
distribución del ingreso en Estados Unidos es simplemente insostenible”,
advierte Tcherneva, que incorpora un factor prácticamente ignorado en los
análisis dominantes sobre la evolución de la economía en los países
desarrollados. La primera conclusión no es novedosa para las sociedades
latinoamericanas: el efecto derrame no funciona. La segunda advertencia trazada
por la economista en cambio sí: incluso si el camino no es la austeridad fiscal,
la expansión de la inversión pública en momentos depresivos debe direccionarse
hacia la creación directa de puestos de trabajo desde el Estado para garantizar
una dinámica de crecimiento inclusivo y sostenible. La redistribución del
ingreso es una condición necesaria para el desarrollo.
Anemia garantizada
A partir de la base de datos de largo plazo elaborada por la dupla francesa que
conforman Emmanuel Saez y Thomas Piketty, la profesora de la Universidad de
Missouri-Kansas estimó cómo se distribuyeron los frutos del crecimiento
económico entre la sociedad norteamericana desde 1920:
- Ordenando a la población en diez partes de acuerdo con su nivel de ingreso,
identificó que durante las tres décadas que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial (1946-1976) el 10 por ciento más rico de los hogares se apropió del 30
por ciento del crecimiento del ingreso. El resto de la población capturó en
promedio el 70 por ciento de la ampliación de la torta.
- Cuando se hace zoom sobre ese período de tres décadas, es posible identificar
como la redistribución se fue deteriorando. Entre 1949-1953, 8 de cada 10
dólares adicionales fueron apropiados por la gran mayoría de la población, los
primeros nueve deciles de ingresos de la pirámide distributiva. Desde entonces,
la porción de la expansión de la renta percibida por el 90 por ciento de la
población se redujo al punto que, a comienzos de los años ochenta, el 10 por
ciento más rico comenzó a apropiarse de la mayoría del crecimiento del ingreso.
- De 1977 a 2007, el ingreso real promedio en Estados Unidos aumentó casi tanto
como durante el período de posguerra. Con la hegemonía neoliberal, lo único que
cambió fue quién se quedó con las mejoras: el 90 por ciento de las ganancias
fueron apropiadas por el 10 por ciento más rico de los hogares. Los pobres no se
hicieron necesariamente más pobres, pero la brecha con los ricos se amplió
significativamente. “A quienes no se conmueven con consideraciones sobre la
Justicia, les digo que la inequidad en la distribución del ingreso es un factor
central para la inestabilidad financiera en Estados Unidos. En ausencia de un
aumento de sus ingresos, los hogares en el 90 por ciento más pobre de la
sociedad fueron forzados a depender cada vez más del endeudamiento para
financiar su consumo”, sostiene Tcherneva.
-La ampliación más rápida en la desigualdad se observó durante la eufórica
primera década del siglo XXI, justo antes del estallido de la crisis financiera.
El único otro momento de la historia en el que Estados Unidos vio una erosión
tan dramática en su distribución del ingreso fue durante la década de 1920. En
ambos períodos, el 10 por ciento de la población capturó todas las mejoras en el
ingreso mientras que la mayoría de la población registró una contracción en su
poder de compra.
- Según advierte la investigadora del Levy Economics Institute, existe una
diferencia fundamental entre esas dos experiencias. Durante la Gran Depresión se
registró un colapso generalizado en los ingresos sin importar su posición social
y la totalidad de las mejoras que se observaron en los años siguientes fue
apropiada por la gran mayoría de la población. En cambio, la incipiente
recuperación luego del estallido de la última crisis fue completamente capturada
por el 10 por ciento más rico y, fundamentalmente, por el todavía más exclusivo
grupo del 1 por ciento. En otras palabras, el período reciente fue testigo de la
más amplia y rápida transferencia de ingresos hacia los súper ricos en la
historia.
El huevo y la gallina
“El mecanismo del derrame de la política fiscal contemporánea funciona a través
del restablecimiento, en primer lugar, de los ingresos de las firmas y el flujo
de caja, relegando a un efecto secundario cualquier incremento en el empleo y el
ingreso de los hogares”, lamenta la economista de la Universidad de
Missouri-Kansas City. “Por eso, no es extraño que la mejora en el ingreso
agregado haya ido mayoritariamente para el 10 por ciento más rico (y más
precisamente para el 1 por ciento) de la pirámide distributiva, mientras que la
ausencia de una sólida recuperación pro-empleo aseguró que los ingresos del
restante 90 por ciento de la población hayan declinado”, expresa en el
documento.
Reorientando la política fiscal luego de la Gran Recesión
Existe un amplio consenso entre los economistas de distintas corrientes de
pensamiento, de que el objetivo primario de la política fiscal es estimular la
inversión y el crecimiento. Desde esa visión, las mejoras en el mercado de
trabajo son un subproducto de esas políticas fiscales. El gasto público es
necesario y determinante para reactivar una economía, pero Tcherneva considera
que no es suficiente para garantizar un proceso sostenido de reducción del
desempleo y mejora en la distribución del ingreso. El resultado distributivo de
los 3 billones de dólares invertidos por el Estado para los salvatajes del
sector financiero ponen en evidencia esas limitaciones. “Se requiere una
reorientación fundamental de la política fiscal”, advierte. La investigadora
argumenta que ese rediseño debería apuntar a la creación directa de puestos de
trabajo a través del Estado.
“Cuando faltan oportunidades de empleo para los individuos con bajo nivel
educativo y escasas calificaciones, la tarea para una política contracíclica de
empleo público es proveerles un trabajo en el sector estatal. La creación
directa de puestos de trabajo es una red de seguridad contracíclica del empleo
que no depende de efectos secundarios o terciarios de una reactivación para
mejorar las condiciones de empleo para aquellos en el fondo de la distribución
del ingreso”, afirma la economista que es una activa militante de planes como el
jefes y jefas de hogar.
Sin embargo, los programas de creación directa de empleo estatal fueron
gradualmente eliminados del herramental macroeconómico estadounidense a partir
de la década de 1970, cuando comenzó la hegemonía de los programas de
“incentivos impositivos”. La marginación de las iniciativas coincidió con el
proceso de flexibilización y precarización de las condiciones laborales. “Así,
cuando más se necesitaban el empleo público y la inversión para contrarrestar la
erosión de las del mercado laboral, esas opciones de política ya no estaban
disponibles”, advierte Tcherneva.
Precisamente, una de las consecuencias más profundas de la crisis fue sobre el
mercado de trabajo norteamericano. Después de mantener un nivel de desempleo
superior al 9 por ciento entre 2009 y 2011, los indicadores comenzaron a
retroceder. Durante el último trimestre del año pasado la tasa de desocupación
fue 5,6 por ciento. Sin embargo, esas “mejoras” en el mercado de trabajo no
responden a una creación masiva de empleos, sino que son explicadas por la
profundización de una tendencia decreciente de la tasa de actividad que cayó
alrededor de 6 puntos porcentuales (10 por ciento) desde que estalló la crisis.
Una aproximación más precisa al escenario laboral norteamericano en un contexto
deteriorado son las medidas alternativas que ofrece el Bureau of Labour
Statistics (BLS), el organismo estadístico del Departamento de Trabajo del
gobierno estadounidense. Cuando se suman a la estimación del desempleo los
desalentados y trabajadores a medio tiempo la desocupación trepa hasta el 11,2
por ciento. Históricamente, la diferencia entre esa medición más amplia y el
guarismo tradicional rondó entre 3 y 4 puntos porcentuales. Durante la crisis la
brecha se duplicó hasta llegar a los 7 puntos porcentuales. Los analistas más
rigurosos advierten que esa estimación más amplia también subestima el
desempleo, ya que ignora 2 y 5 millones de personas que recibieron el seguro de
desempleo durante más de dos años.
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