Cuando se inicie el debate parlamentario sobre el proyecto de ley para la
creación de la Agencia Federal de Inteligencia, ¿se ventilarán cuáles serán las
doctrinas que guiarán el trabajo de los espías en el futuro?
En 1930, el arquitecto Alejandro Bustillo terminó el sobrio edificio Martínez de
Hoz ubicado en 25 de Mayo y avenida Rivadavia. Unos años después, Bustillo
encaró el edificio de la Casa Central del Banco Nación, ubicado frente al
edificio Martínez de Hoz. Cuentan que desde la oficina del Presidente de la
Nación podía verse la oficina del Presidente del Banco y que solían comunicarse
por señas, el hombre que manejaba los destinos del país con el hombre que
manejaba los dineros. Lo interesante es que el Estado compró, en 1940, el
edificio Martínez de Hoz para ocuparlo con los espías. Es decir, desde la Casa
Rosada, a través de algunos pasadizos subterráneos, podían ir y venir los
agentes que se ocupaban también de cosas subterráneas. En estos días, agitados,
en que la Presidenta decidió enviar un proyecto de ley para modificar la
actividad de los espías, cabe preguntarse si cambiará no sólo la sede, con olor
a la rancia oligarquía, sino también los objetivos y métodos de las tareas que
hacen los espías.
Antes de entrar en la vertiginosa coyuntura, vale la pena detenerse en alguno de
los documentos secretos que cada tanto llegan a manos de algún periodista y que
revelan qué hicieron los espías argentinos en la época en que José Alfredo
Martínez de Hoz era ministro de Economía. El facsímil que acompaña este artículo
es una de las páginas de los protocolos que manejaban los agentes de
inteligencia del destacamento de inteligencia 101 que operaba en La Plata en los
tiempos de la última dictadura y que actuaba con otras bandas provenientes de la
ultraderecha de esa ciudad y con otras fuerzas armadas y de seguridad. Cabe
consignar que hay una diferencia muy grande entre los servicios de inteligencia
estatales y los grupos de choque que circunstancialmente resultan funcionales al
Estado. Así como la Concentración Nacional Universitaria sirvió para el matonaje
y los crímenes en los setenta, la Liga Patriótica hizo lo propio en las huelgas
de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde, también en alianza con fuerzas
militares.
Nótese, en primer lugar, que las actividades de contrainteligencia de aquellos
años tenían por objeto dos países limítrofes (Brasil y Chile) con los cuales las
grandes potencias alimentaron conflictos froterizos, el Reino Unido –por
Malvinas– y tres países del arco llamado socialista, la URSS, Cuba y Nicaragua.
No es ningún secreto que este organigrama –salvo el Reino Unido– estaba en
sintonía con los mandamientos de la Escuela de las Américas y con las
actividades de la CIA en América latina. La pregunta parece obligada: ¿cambió en
algo el esquema de alineamiento de la inteligencia vernácula que, entre otras
cosas, espía gremialistas que trabajan en empresas norteamericanas o que borró
las pistas de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA a la medida de las
visiones de la CIA y la Mossad?
Cuando se inicie el debate parlamentario sobre el proyecto que enviará la Casa
Rosada al Senado en estos días, uno de los puntos salientes será el traspaso de
las escuchas telefónicas de las tareas de los espías a la Procuración General de
la Nación. Pero, ¿se ventilarán cuáles son las doctrinas que guiarán el trabajo
de la inteligencia? Hay en la Argentina una Escuela Nacional de Inteligencia
donde, se supone, quienes la cursan deben aprender geografía, relaciones
internacionales, falsificación de documentos y fabricación de explosivos, entre
otras materias. Pero, en un tiempo donde las tensiones mundiales se expresan
entre quienes se alinean con el Pentágono y la Casa Blanca y quienes no, la
sociedad debería saber en qué doctrinas y teorías abrevan quienes cumplen tareas
de inteligencia. Hasta ahora, cada vez que aparecen escenarios complejos como el
de la lucha contra la narcocriminalidad y la investigación de la AMIA, la
autonomía de la inteligencia vernácula parece escasa. Quienes se dedican a esos
temas suelen argumentar la dependencia en tecnologías sofisticadas. Eso es
cierto pero no es el fondo del asunto. En América latina –por ser el patio
trasero de la diplomacia y la inteligencia de Estados Unidos– los cuadros de las
fuerzas de seguridad y las agencias de espionaje siguen bajo la tutela de
infinidad de programas de intercambio y capacitación de distintas agencias
norteamericanas. Otro elemento sobre el que debería debatirse es sobre lo que
este documento titula como “AS” y que significa Antisubversión. El protocolo no
tiene eufemismos: puede verse un rubro que es “Ejecución de AS”. En los juicios
por delitos de lesa humanidad abundan los testimonios sobre las ejecuciones
sumarias y desaparición de personas. No hay, sin embargo, una explicación sobre
cuáles eran los protocolos –como éste– usados en esos años por los espías y en
qué se han modificado. Lo que es más inquietante: no se sabe en realidad cuántos
de los agentes de inteligencia de aquellos años lograron perduran hasta estos
días. Se habla mucho de Antonio Stiuso y se da por cierto que su ingreso a la
SIDE fue en 1972.
El análisis de este tipo de documentos –que por cierto deberían ser
desclasificados o rescatados de los expedientes donde se juzgan criminales de
lesa humanidad– debería aportar al debate sobre los cambios en los organismos de
inteligencia. Una advertencia para quienes no conocen nada sobre esto y, lo
mismo, pretenden descubrir primicias informativas: los cursos de formación de
espías se empeñan en capacitar a sus agentes en la desinformación y la
contrainformación. Ambas maniobras tienden a ocultar la verdad y a producir
cambios en la agenda de la información pública. La desinformación apunta a crear
confusión mientras que la contrainformación consiste en replicar a un emisor o a
una corriente de pensamiento. Una de las historias apasionantes de esta última
fue creada por el periodista y escritor Rodolfo Walsh quien, además, ocupó un
alto cargo en la organización Montoneros en temas de Inteligencia. Walsh creó la
Agencia de Noticias Clandestinas (Ancla), que difundía de modo muy rudimentario
datos destinados a desnudar los crímenes de la dictadura. Lo interesante es que
Walsh quiso confundir a los mandos del Ejército, sembrando algunas pistas para
que creyeran que Ancla era un boletín originado en espías del Servicio de
Información Naval. Las noticias de Ancla llegaban al escritorio de muchos
periodistas de los grandes medios quienes tiraban puntualmente al cesto de
basura esos boletines. Por esos años, el fervor de muchos editores y el miedo
reinante eran casi suficientes como para relevar de la tarea de espiar uno a uno
a los periodistas. Aquel intento de Walsh se explica como un método excepcional
en tiempos dictatoriales. Él mismo lo explicó en el primer párrafo de su carta
abierta a la junta militar, dada a conocer en marzo de 1977: “La censura de
prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre,
el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió
combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de
expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y
periodista durante casi treinta años”.
¿Dónde aprender Inteligencia? No todos los cursos para espías son en las
sombras. Concretamente, la Secretaría de Inteligencia cuenta con una Escuela
Nacional de Inteligencia, creada por el dictador Juan Carlos Onganía en 1967,
cuya sede desde 1982 está en uno de los barrios más coquetos de Buenos Aires, en
Libertad 1235, en un petit hotel que alguna vez fue del presidente Victorino de
la Plaza, uno de los prohombres de la Argentina conservadora. En varios
documentos todavía se cita a Silvia Cucovaz de Arroche, licenciada en Geografía
y profesora en varias universidades, como su directora.
La Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata ofrece un curso de
post-grado en Ayacucho 132, también en la Ciudad de Buenos Aires. El director es
Miguel Ángel Tello y una de las catedráticas es la mencionada Cucovaz. La
currícula del curso –anual– es ilustrativa de cuántas cosas es preciso saber
para ser un espía consumado: Inteligencia, Inteligencia Estratégica, Metodología
de la Investigación, Inteligencia Digital, Seguridad Humana, Seguridad
Societaria y Defensa Nacional, Visión Estratégica Mundial y Tendencia del
Sistema Internacional, Contexto Político Nacional: Argentina, Derechos Humanos,
Planeamiento Estratégico, Terrorismo, Narcotráfico, Lavado de dinero, Crimen
Organizado, Proliferación de Armas Pequeñas y de Destrucción Masiva, Migraciones
Ilegales, Delitos Informáticos, Inteligencia Competitiva y Económica,
Inteligencia Científico-Tecnológica e Inglés.
Es difícil saber cuánto pesa la formación académica en la vida diaria de espías
que hacen cosas tan diversas como analizar conflictos bélicos en Medio Oriente o
escuchar conversaciones telefónicas de ministros, sindicalistas o periodistas.
Sin embargo, es interesante reparar en el artículo “El nuevo imperio”, del
profesor Tello, que se nutre de una bibliografía que nada tiene en común con la
visión complaciente con el país más poderoso de la Tierra. Tello cita entre
otros a Atilio Borón, Michael Hardt y Antonio Negri.
Por último, una frase pronunciada por un psicoanalista puede resultar una
síntesis poco esperanzadora pero dura, como suelen ser las que dicen estos
profesionales en el consultorio. “Debemos concluir –le dijo el analista a un
paciente– que el mundo está manejado por espías. Putin en Rusia y, hace unos
años, Bush en Estados Unidos”. Efectivamente, Vladimir Putin llegó a ser el
hombre más importante de la Rusia post-soviética tras haber hecho carrera en la
KGB y luego al frente del Servicio Federal de Seguridad; es decir, la
continuidad de la KGB. En cuanto a George Bush padre, antes de llegar a la
presidencia, estuvo un tiempo al frente de la CIA. Habría que preguntarle al
psicoanalista qué relación hay entre el inconsciente colectivo y los métodos
engañosos y perversos que utilizan los espías. Porque pocos personajes de la
ficción resultaron más fascinantes que James Bond en la historia del cine.
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