2 feb 2015

¿Cambió algo el espionaje?

Cuando se inicie el debate parlamentario sobre el proyecto de ley para la creación de la Agencia Federal de Inteligencia, ¿se ventilarán cuáles serán las doctrinas que guiarán el trabajo de los espías en el futuro?

En 1930, el arquitecto Alejandro Bustillo terminó el sobrio edificio Martínez de Hoz ubicado en 25 de Mayo y avenida Rivadavia. Unos años después, Bustillo encaró el edificio de la Casa Central del Banco Nación, ubicado frente al edificio Martínez de Hoz. Cuentan que desde la oficina del Presidente de la Nación podía verse la oficina del Presidente del Banco y que solían comunicarse por señas, el hombre que manejaba los destinos del país con el hombre que manejaba los dineros. Lo interesante es que el Estado compró, en 1940, el edificio Martínez de Hoz para ocuparlo con los espías. Es decir, desde la Casa Rosada, a través de algunos pasadizos subterráneos, podían ir y venir los agentes que se ocupaban también de cosas subterráneas. En estos días, agitados, en que la Presidenta decidió enviar un proyecto de ley para modificar la actividad de los espías, cabe preguntarse si cambiará no sólo la sede, con olor a la rancia oligarquía, sino también los objetivos y métodos de las tareas que hacen los espías.

Antes de entrar en la vertiginosa coyuntura, vale la pena detenerse en alguno de los documentos secretos que cada tanto llegan a manos de algún periodista y que revelan qué hicieron los espías argentinos en la época en que José Alfredo Martínez de Hoz era ministro de Economía. El facsímil que acompaña este artículo es una de las páginas de los protocolos que manejaban los agentes de inteligencia del destacamento de inteligencia 101 que operaba en La Plata en los tiempos de la última dictadura y que actuaba con otras bandas provenientes de la ultraderecha de esa ciudad y con otras fuerzas armadas y de seguridad. Cabe consignar que hay una diferencia muy grande entre los servicios de inteligencia estatales y los grupos de choque que circunstancialmente resultan funcionales al Estado. Así como la Concentración Nacional Universitaria sirvió para el matonaje y los crímenes en los setenta, la Liga Patriótica hizo lo propio en las huelgas de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde, también en alianza con fuerzas militares.

Nótese, en primer lugar, que las actividades de contrainteligencia de aquellos años tenían por objeto dos países limítrofes (Brasil y Chile) con los cuales las grandes potencias alimentaron conflictos froterizos, el Reino Unido –por Malvinas– y tres países del arco llamado socialista, la URSS, Cuba y Nicaragua. No es ningún secreto que este organigrama –salvo el Reino Unido– estaba en sintonía con los mandamientos de la Escuela de las Américas y con las actividades de la CIA en América latina. La pregunta parece obligada: ¿cambió en algo el esquema de alineamiento de la inteligencia vernácula que, entre otras cosas, espía gremialistas que trabajan en empresas norteamericanas o que borró las pistas de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA a la medida de las visiones de la CIA y la Mossad?

Cuando se inicie el debate parlamentario sobre el proyecto que enviará la Casa Rosada al Senado en estos días, uno de los puntos salientes será el traspaso de las escuchas telefónicas de las tareas de los espías a la Procuración General de la Nación. Pero, ¿se ventilarán cuáles son las doctrinas que guiarán el trabajo de la inteligencia? Hay en la Argentina una Escuela Nacional de Inteligencia donde, se supone, quienes la cursan deben aprender geografía, relaciones internacionales, falsificación de documentos y fabricación de explosivos, entre otras materias. Pero, en un tiempo donde las tensiones mundiales se expresan entre quienes se alinean con el Pentágono y la Casa Blanca y quienes no, la sociedad debería saber en qué doctrinas y teorías abrevan quienes cumplen tareas de inteligencia. Hasta ahora, cada vez que aparecen escenarios complejos como el de la lucha contra la narcocriminalidad y la investigación de la AMIA, la autonomía de la inteligencia vernácula parece escasa. Quienes se dedican a esos temas suelen argumentar la dependencia en tecnologías sofisticadas. Eso es cierto pero no es el fondo del asunto. En América latina –por ser el patio trasero de la diplomacia y la inteligencia de Estados Unidos– los cuadros de las fuerzas de seguridad y las agencias de espionaje siguen bajo la tutela de infinidad de programas de intercambio y capacitación de distintas agencias norteamericanas. Otro elemento sobre el que debería debatirse es sobre lo que este documento titula como “AS” y que significa Antisubversión. El protocolo no tiene eufemismos: puede verse un rubro que es “Ejecución de AS”. En los juicios por delitos de lesa humanidad abundan los testimonios sobre las ejecuciones sumarias y desaparición de personas. No hay, sin embargo, una explicación sobre cuáles eran los protocolos –como éste– usados en esos años por los espías y en qué se han modificado. Lo que es más inquietante: no se sabe en realidad cuántos de los agentes de inteligencia de aquellos años lograron perduran hasta estos días. Se habla mucho de Antonio Stiuso y se da por cierto que su ingreso a la SIDE fue en 1972.

El análisis de este tipo de documentos –que por cierto deberían ser desclasificados o rescatados de los expedientes donde se juzgan criminales de lesa humanidad– debería aportar al debate sobre los cambios en los organismos de inteligencia. Una advertencia para quienes no conocen nada sobre esto y, lo mismo, pretenden descubrir primicias informativas: los cursos de formación de espías se empeñan en capacitar a sus agentes en la desinformación y la contrainformación. Ambas maniobras tienden a ocultar la verdad y a producir cambios en la agenda de la información pública. La desinformación apunta a crear confusión mientras que la contrainformación consiste en replicar a un emisor o a una corriente de pensamiento. Una de las historias apasionantes de esta última fue creada por el periodista y escritor Rodolfo Walsh quien, además, ocupó un alto cargo en la organización Montoneros en temas de Inteligencia. Walsh creó la Agencia de Noticias Clandestinas (Ancla), que difundía de modo muy rudimentario datos destinados a desnudar los crímenes de la dictadura. Lo interesante es que Walsh quiso confundir a los mandos del Ejército, sembrando algunas pistas para que creyeran que Ancla era un boletín originado en espías del Servicio de Información Naval. Las noticias de Ancla llegaban al escritorio de muchos periodistas de los grandes medios quienes tiraban puntualmente al cesto de basura esos boletines. Por esos años, el fervor de muchos editores y el miedo reinante eran casi suficientes como para relevar de la tarea de espiar uno a uno a los periodistas. Aquel intento de Walsh se explica como un método excepcional en tiempos dictatoriales. Él mismo lo explicó en el primer párrafo de su carta abierta a la junta militar, dada a conocer en marzo de 1977: “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años”.

¿Dónde aprender Inteligencia? No todos los cursos para espías son en las sombras. Concretamente, la Secretaría de Inteligencia cuenta con una Escuela Nacional de Inteligencia, creada por el dictador Juan Carlos Onganía en 1967, cuya sede desde 1982 está en uno de los barrios más coquetos de Buenos Aires, en Libertad 1235, en un petit hotel que alguna vez fue del presidente Victorino de la Plaza, uno de los prohombres de la Argentina conservadora. En varios documentos todavía se cita a Silvia Cucovaz de Arroche, licenciada en Geografía y profesora en varias universidades, como su directora.

La Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata ofrece un curso de post-grado en Ayacucho 132, también en la Ciudad de Buenos Aires. El director es Miguel Ángel Tello y una de las catedráticas es la mencionada Cucovaz. La currícula del curso –anual– es ilustrativa de cuántas cosas es preciso saber para ser un espía consumado: Inteligencia, Inteligencia Estratégica, Metodología de la Investigación, Inteligencia Digital, Seguridad Humana, Seguridad Societaria y Defensa Nacional, Visión Estratégica Mundial y Tendencia del Sistema Internacional, Contexto Político Nacional: Argentina, Derechos Humanos, Planeamiento Estratégico, Terrorismo, Narcotráfico, Lavado de dinero, Crimen Organizado, Proliferación de Armas Pequeñas y de Destrucción Masiva, Migraciones Ilegales, Delitos Informáticos, Inteligencia Competitiva y Económica, Inteligencia Científico-Tecnológica e Inglés.

Es difícil saber cuánto pesa la formación académica en la vida diaria de espías que hacen cosas tan diversas como analizar conflictos bélicos en Medio Oriente o escuchar conversaciones telefónicas de ministros, sindicalistas o periodistas. Sin embargo, es interesante reparar en el artículo “El nuevo imperio”, del profesor Tello, que se nutre de una bibliografía que nada tiene en común con la visión complaciente con el país más poderoso de la Tierra. Tello cita entre otros a Atilio Borón, Michael Hardt y Antonio Negri.

Por último, una frase pronunciada por un psicoanalista puede resultar una síntesis poco esperanzadora pero dura, como suelen ser las que dicen estos profesionales en el consultorio. “Debemos concluir –le dijo el analista a un paciente– que el mundo está manejado por espías. Putin en Rusia y, hace unos años, Bush en Estados Unidos”. Efectivamente, Vladimir Putin llegó a ser el hombre más importante de la Rusia post-soviética tras haber hecho carrera en la KGB y luego al frente del Servicio Federal de Seguridad; es decir, la continuidad de la KGB. En cuanto a George Bush padre, antes de llegar a la presidencia, estuvo un tiempo al frente de la CIA. Habría que preguntarle al psicoanalista qué relación hay entre el inconsciente colectivo y los métodos engañosos y perversos que utilizan los espías. Porque pocos personajes de la ficción resultaron más fascinantes que James Bond en la historia del cine.

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