3 feb 2015

Toda una vida de servicio

Siempre se la llamó la cueva de los espías. A la SI, SIDE, o cual fuera la sigla que se la daba. Se la conoce así. Quizás, por cerrada, por impenetrable, por secreta; o por sórdida, por oscura, por tenebrosa. Como una caverna. Como la de Platón, la de su alegoría, en la cual están esos hombres, prisioneros desde el mismísimo momento de su nacimiento. Sus cuellos y piernas se encuentran encadenados a una pared. Ellos, de frente a ésta no pueden girar sus cabezas, con cual, durante sus aciagas vidas sólo pueden ver lo que en ella se proyecta: sombras.

Entre los encadenados y el exterior hay hogueras. Y los movimientos de los de afuera llegan a los ojos de los prisioneros deformados por los huecos de las cavernas y los juegos de luz que construye el fuego. Así, el único mundo que conocen es el de las sombras, porque sólo ese han visto. El mundo real, para ellos, sólo puede tener pinceladas de sombrío. Así nacieron, así son.

Dicen que hay veces que cuando uno cruza determinada puerta, ya no puede volver atrás. Hubo uno que parece haber ingresado a ese mundo cavernoso y todo indica que lo eligió como propio. Y optó porque el mundo de las sombras fuera el suyo.

Su nombre no era desconocido, pero un día su fama estalló. Con una denuncia, que primero fue pública, televisiva y televisada, y sin detalles. Luego se conoció el texto, un escrito perfecto para el escándalo, pero pobre para la prueba. Lo explicaron varios, los de fuste y de los otros. No resiste el paso por ninguna instancia de seriedad judicial. Pero era magnífico para el teatro, para el circo romano, para el show.

Y poco, excesivamente poco tiempo después de su palabra estrepitosa: la muerte. El tiro de una pistola 22, el mismo calibre de la que usó Rodolfo Walsh cuando pensaba –ridículamente y hasta él mismo reía de eso- que con un arma así iba a salvarse de sus perseguidores. A veces, no hay más remedio que coincidir con Jorge Luis Borges en aquello de que: “que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...”[i] Y es en ese texto del traidor y el héroe que el genial escritor nos cuenta sobre Fergus Kilpatrick, “un conspirador, un secreto y glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado”.

La literatura, por estos días, parece un buen punto de fuga. Debe ser por eso que pululan tantas historias fantasiosas, tantas teorías, tantas elucubraciones y tantas sospechas. Por mi parte, si me permiten esta reflexión en primerísima primera persona, lo que me sobran son preguntas. Tengo cientos, decenas de miles de ellas. Sobre todo acerca de qué hizo y qué hizo hacer este hombre que se inició en el mundo de sombras en el mismo lugar donde se quedó: en La Tablada; en esta historia circular que tiene a Alberto Nisman en el centro pero que ni se inicia ni termina en él.

Con ese áspero y nada cálido lenguaje jurídico, la Corte Suprema de Justicia de La Nación había hecho lugar a la queja de los querellantes y habían admitido el “retardo de justicia”. A través de su fallo, los Supremos habían ordenado a la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal que "se dicte sentencia a la brevedad”. Por conocer esto sabíamos que a mediados de 2015 iba a realizarse el juicio que tiene como imputados a Juan José Galeano, Hugo Anzorreguy, Juan Carlos Anchezar, los comisarios Carlos Castañeda y Jorge Alberto Fino Palacios, Rubén Beraja, Carlos Telleldín y los ex fiscales Eamon Müllen y José Carlos Barbaccia, entre otros. ¿Las acusaciones? Nada livianas: elaboración de pistas falsas, detenciones ilegales y el pago de 400 mil dólares al mismo Telleldín para desviar la investigación del atentado. Hay una esquina más en esta historia repleta de bordes y de cavernas: el sobreseimiento por parte del entonces juez Gabriel Cavallo y actual abogado de Ernestina Herrera de Noble a Galeano en 1997 no había ayudado. ¿El meollo de todo? Simple y el mismo: el encubrimiento de la voladura.

Horacio Verbitsky escribió estos días que “es más posible encontrar la clave de esta historia en el gobierno de Carlos Menem que en el actual. Menem es de origen sirio y antes de las elecciones presidenciales de 1989 se reunió en Damasco con el presidente Hafez al Assad, que le brindó apoyo financiero. La participación argentina en la Operación Tormenta en el Desierto contra el aliado de Siria, Irak, en 1991, arruinó ese romance. En 1992 fue demolida la embajada de Israel en la Argentina y en 1994 voló la mutual judía”.

“Documentos secretos desclasificados en 2003 revelaron que el primer ministro israelí Yitzhak Rabin mandó a la Argentina un enviado personal apenas horas después del ataque de 1994 con el propósito de concertar una versión común de los hechos. En ese momento, Rabin enfrentaba la presión política de los opositores a las conversaciones de paz con los palestinos en Oslo, que por primera vez contaban con la aprobación siria”. De Siria no se habló más y los dedos que mandan señalaron a Irán.

Yo tenía apenas 24 años. Y estaba desde hacía sólo 5 años empezando a vivir de esto que los más pomposos igualan a la libertad de expresión: el periodismo. Vuela la sede de la AMIA y mi editor me envía a ver. Decirle “cubrir” a eso que iba a hacer ya era exagerado porque apenas si podíamos siquiera asomarnos a lo que implicaba esa bomba. Lo primero que me llamó la atención, lo recuerdo, fue que decenas de personas con genuina solidaridad pisoteaban los escombros; lo que era lo mismo que aniquilar la poca prueba que allí podía quedar. “¿Nadie controla que no se pierdan las pruebas?”, me acuerdo que pensé. “¡Qué inocente!”, me digo hoy. Se trataba exactamente de eso. De encubrir –a veces con las propias coberturas periodísticas- lo que allí había ocurrido.

Durante unos días seguí lo poco que se podía encontrar de información. Importantes conocedores de la realidad internacional -radicales varios- explicaban aquello que llamábamos “la pista siria” y la “conexión local”. Hubo que desenrollar varias veces la madeja para comprender de qué hablaban. Pero hacia allí iban las interpretaciones más serias y sólidas de esas jornadas. Sin embargo, algo detuvo el andar de la rueda.

“Desde hoy, vamos con Irán”, me dijo aquel mismo editor. Sonaba a orden. “Pero a mí nadie me habla de Irán”, respondió la cándida reportera con ilusión de periodista. “Bueno, entonces el tema lo sigue M”. Y así fue como de un momento a otro, sobre la explosión de la mutual judía dejé de escribir y pasó a hacerlo un -super amable, encantador y gran bon vivant- compañero de redacción pero confeso miembro de la SIDE con permiso de portación de máquina de escribir.

Después vino la historia conocida. Pero mi pequeñísima anécdota me tatuó el descreimiento sobre todo lo que se dijo luego.

Las dudas de aquellos años vuelven hoy bajo la taladrante pregunta de ¿por qué?, ¿Por qué? ¿Por qué a menos de 24 horas de la visita de Nisman a TN, Carlos Pagni –el único que se toma en serio su trabajo de intelectual orgánico de la derecha argentina archi opositora- le dejó al oficialismo servido en bandeja el banquete que nadie había elaborado aún para desechar de un plumazo la denuncia de Nisman.

¿Por qué él, que lee al kirchnerismo con detalle único y con precisión quirúrgica?

¿Por qué él, que conoce como pocos qué es una operación?

¿Por qué él, que está procesado por formar parte de una asociación ilícita destinada a utilizar escuchas ilegales (junto con el ex mano derecha de Julio Ramos en Ámbito Financiero y actual Perfil, Roberto García; el ex titular de la SIDE, Juan Bautista “Tata” Yofre y el editor de una servicial página online Edgard Mainhard, investigados todos por la jueza ex esposa del fallecido Nisman, Sandra Arroyo Salgado –la misma tildada de vejatoria cuando le tocó obtener ADN de Marcela y Felipe Noble por el diario que ahora sólo parece acongojarse frente a ella-) a horas de la denuncia en TV de ese Nisman de hablar pastoso, le propinó semejante cantidad de potenciales desde la tapa de La Nación?

¿Por qué le tira el baldazo de que en su denuncia hay mucho de político pero muy poco de jurídico?

¿Por qué él muestra antes que nadie que los intercambios (las bases de la denuncia: el comercio y las bajas de alertas rojas) no tuvieron lugar y se interroga haciéndose el sonso con un párrafo perfecto para la audiencia en la cual, sólo con eso los diputados oficialistas, podían comerse crudo al fiscal?


“El activismo de los espías, que otorga al expediente el aspecto de arenas movedizas, inspira interrogantes sobre la jugada del fiscal. ¿Por qué denunció recién ayer episodios que fueron detectados hace tiempo? ¿Se podría haber evitado lo que ahora se ventila si se hubieran expuesto estas novedades mucho antes?”, fue el regalito con moño para los legisladores K. Una ofrenda nada menos que de las manos de Pagni. ¿Por qué?

¿Qué sabía, suponía, conocía, deducía, elucubraba Pagni?

¿Por qué no se montó con el mismo oportunismo de Clarín sobre la denuncia de Nisman para, así, acribillar al gobierno?

¿Por qué aparece también en La Nación una cortita pero lapidaria nota el sábado 17 de enero, en la cual vuelven a sopapear el fiscal denunciante?


“Incógnitas que surgen de la denuncia. Las dudas que dejó la acusación. ¿Si el plan era librar de responsabilidad a Irán, por qué los iraníes no aceptaron el memorándum en vez de cortar las negociaciones? ¿Por qué Nisman mantuvo dos años en secreto la investigación sin avisar a un juez ni hacer una denuncia ante los primeros indicios?”, publican. ¿Por qué? Me pregunto yo. ¿Por qué lo publican?

Clarín y La Nación son diarios de estrecho vínculo con la embajada de los Estados Unidos. Clarín, además, suele ser especialmente generoso con Israel. No así La Nación en cuyas páginas muchas veces se encuentran versiones menos fanáticas sobre lo que ocurre en Gaza.

Jurídicamente la acusación de Nisman es humo. Lo dijo Raúl Zaffaroni, lo dijo Julio Maier y ninguno que se precie de penalista la sostuvo. Y es más, el ahora ex miembro de la Corte, con el correr de los días fue incluso más terminante: "A Nisman le dieron pistas falsas", “fue víctima de una operación”.
Tampoco era fácil de sostener en Tribunales la película de los agentes. Los supuestos espías Yrimia y Bogado no sólo no eran de la SIDE sino que además habían sido denunciados por la propia Secretaría por irregularidades no precisamente leves.

Políticamente la denuncia era disparatada. Ya se dijo: el comercio con Irán no creció, las alertas jamás bajaron y hasta el ex jefe de Interpol, Roberto K Noble -por más de una década jefe de los servicios secretos de Estados Unidos- hizo trizas a Nisman: “miente”, dijo terminante.

Todo era absurdo, imbricado y casi delirante. Pero además, de telón de fondo teníamos un hecho indiscutible: Cristina Fernández de Kirchner le dio al esclarecimiento del atentado a la AMIA escala de tema de Estado: lo llevó a los foros internacionales junto Malvinas y con la batalla contra el anarcocapitalismo. Y junto con el padecimiento del pueblo Palestino. ¿Molestó, acaso, que no fueran tres, sino cuatro las preocupaciones presidenciales? ¿Por qué?

Todo fue desde un inicio absurdo, imbricado, delirante: EEUU e Israel ofrecen un testigo en 1994: Manoucher Moattamed, quien desde Venezuela se presentaba como un ex funcionario iraní, escapado de su país.

Hubo un juicio escandaloso en el cual se acusaron unos a otros; un desarmador de autos con 400 mil dólares ofrecidos por un juez y por el entonces Presidente de DAIA, Rubén Beraja; policías locales involucrados falsamente; un ex embajador iraní Hadi Soleimapour, detenido sin pruebas en Londres, al punto que hubo que indemnizarlo con 200 mil libras esterlinas.

Jorge Elbaum es un sociólogo que fue director ejecutivo de la DAIA. Estos días escribió: “en vez de apuntarle a lo obvio se internan en culpas, medias palabras y chapucerías de panel televisivo: Nisman se suicidó porque lo dejaron colgado del pincel. Porque le prometieron ´escuchas´ que no existían y/o falsas evidencias que terminaron siendo humo. Lo utilizaron durante los últimos años, generándole una dependencia ´informativa´”.

“Algunos jugadores del tablero internacional fueron cambiando sus prioridades de acuerdo a la conformación de los enemigos de turno –continúa-: Nissman terminó siendo cooptado por la CIA y el Mossad durante el conflicto por las plantas nucleares construidas por Teherán. En una deriva que los familiares de la muertos de la AMIA percibieron como obvia, el fiscal fue aislándose de quienes eran sus defensores más acérrimos y se asoció con la derecha israelí. Una acusación contra los iraníes y al mismo tiempo la negativa a profundizar la ´pista Siria´ servía para presionar a Teherán. Nisman se introdujo en el juego escabroso del ajedrez internacional con una ingenuidad y ambivalencia constitutiva: creyendo ilusamente que escalaba en la jerarquía jurídica de la guerra contra el terrorismo, pero dependiendo de ´informes´ que siempre le ´prometían´ y no siempre llegaban a sus manos”.

Hace no mucho, pero lo suficiente como para que parezca una eternidad, porque fue antes de esta bala que atravesó el cráneo del fiscal, pero el corazón de la institucionalidad nacional, el diario La Nación publicaba una nota sobre un tal Jaime Stiles. Un ilustre desconocido para los mortales comunes y corrientes de este a veces macondiano país.

“Malas horas para un agente poderoso”, era el título y salió publicada el domingo 28 de julio de 2013. “La crisis de la Secretaría de Inteligencia -pequeña o grande, ya veremos- está atada a la suerte de su agente más poderoso, Jaime Stiles, director de Contrainteligencia. Y son malas horas para él, por dos motivos esenciales”, decía el diario.

“El más notorio es la muerte de ´el Lauchón´, uno de sus hombres de confianza de la Dirección de Contrainteligencia, a quien vio crecer a su mando desde que lo tiene como subalterno, a mediados de los ochenta. ´Los tiros fueron para mi´, dicen que dice. El otro foco que enturbia el presente de Jaime es el caso AMIA. Es él, antes que nadie, el dueño del expediente que administra el fiscal Alberto Nisman” (...) “La decisión de Cristina Kirchner de buscar un marco de negociación con Irán dejó a Jaime desacomodado frente a todos sus aliados”.

Era una nota chiquita, perdida, cortita y en el suplemento Enfoques. Pero lo dijeron. Lo escribieron porque lo querían decir. Y La Nación no dice nada que no quiera decir.

Fue sólo un artículo, pero hoy es imposible noleer aquella nota como parte de una secuencia: El 18 de octubre de 2014, la revista Noticias elabora una más de sus permanentes escandalosas tapas. “La SIDE al desnudo. Sin control. Es el jefe de un ejército de espías insubordinados. La interna salvaje. Cristina furiosa contra las filtraciones y con Larcher”.

“Icazuriaga no logra domar la salvaje interna entre sus agentes, que huelen el despoder de fin de ciclo. Parece la tormenta perfecta: una campaña presidencial en ciernes, agentes fuera de control. La campaña hacia el 2015 empieza a calentarse. Hay demasiados protagonistas en la sombra”. ¿Periodismo de anticipación? ¿Algún indicio desde las cavernas?

El 23 de noviembre, Clarín informa que: “Amenazan a uno de los jefes de la ex SIDE: Es Horacio Stiusso, director de Asuntos Externos”. El periodista Nicolás Pizzi escribe: “Algo está pasando en la Argentina. Uno de los hombres más temidos dice que se siente amenazado (…) Las amenazas contra Stiuso responden a la interna feroz que se disputa por estos días dentro de la SIDE y que tiene repercusión inmediata en los tribunales de Comodoro Py. Todo es posible en el mundo de los espías”.

Días después, el 13 de diciembre, es decir ANTES de que la Presidenta anunciase su decisión de cambiar la cabeza de la Secretaría de inteligencia, sin motivo aparente, sólo la explicación de que “Noticias decidió comunicarse con Stiuso por las amenazas que había recibido el espía y que publicó el diario Clarín”, ese semanario publicó una entrevista con el agente bajo esta letra: “Stiusso, hombre fuerte de la SIDE, rompe el silencio. Guerra entre agentes, dictadura y amenazas de muerte”.

Media lengua, respuestas cortas, negaciones a la mayoría de lo que la nota propone como dato. Y de repente:

“Noticias: ¿Quién atentó contra la AMIA?

Stiuso: Son secretos de Estado. Yo no te puedo decir a vos quién voló la AMIA, porque yo dependo de lo que tengo que informar a la Justicia.

Noticias: ¿Pero usted sabe quién voló la AMIA?

Stiuso: No es que yo sepa, yo tengo que presentar las cosas. Eso no te lo puedo decir a vos”.


El 16 de diciembre, la Presidenta le pide la renuncia a Héctor Icazuriaga, a Larcher y 24 horas después, el nuevo señor 5 echa a Jaime Stiusso.

Es en ese marco que Alberto Nisman hace su denuncia y en ese contexto que aparece muerto con un balazo en la cabeza proveniente de una bersa calibre 22 que le presta un asistente que por asistirlo en solucionar sus inconvenientes informáticos cobraba la módica suma de 40800 pesos. El mismo atlético joven self made en zona norte que explicó que le prestó la pistola porque Nisman tenía miedo de que “algún loquito se me venga y me diga traidor hijo de puta”.

¿Traidor? Puede que “el argentinito” suba las ventanillas por miedo a los pibes que limpian el parabrisas. Pero ¿que un fiscal tenga miedo a alguien que lo considera traidor? ¿Por qué? ¿Traidor a qué?

Hay otras –entre las cientos- dos preguntas que no puedo hacer a un lado: 1) ¿no es evidente que el memorándum fue una propuesta creada, justamente, porque la causa AMIA estaba detenida y el fiscal a cargo no la podía hacer mover?; 2) ¿por qué alguien que es fiscal y está convencido de que los culpables están en Irán, no está ansioso por viajar a Teherán y tener frente a sí a quienes considera responsables, para hacerles todas y cada de las preguntas que harán con los montones de prueba que dice tener para hacer caer de una vez y para siempre a los culpables?; 3) ¿Por qué ese fiscal, en lugar de acelerar su viaje a Irán, da una lucha sin igual en la justicia argentina para que el memorándum sea declarado inconstitucional y le impida entonces, justamente a él tener por fin cara a cara quienes él considera los asesinos?

Hay hombres, como decía, con sus cuellos y piernas atados con cadenas mirando a la pared. No tienen modo de girar la cabeza, por lo tanto, lo único que ven son las sombras que se proyectan. Así han aprendido a mirar. No conocen otro modo, ni otro mundo, sólo el sombrío.

El 30 de diciembre de 2014 nos enteramos que, por fin, La Corte Suprema de Justicia de la Nación, revocaba un fallo de la Sala I de la Cámara Federal de Casación Penal que había confirmado el sobreseimiento por prescripción de Alfredo Arrillaga y Jorge Eduardo Varando, imputados por el homicidio agravado de Iván Ruiz y José Alejandro Díaz durante el copamiento de La Tablada.

En criollo: la Corte Suprema de justicia de la Argentina reabría la causa Tablada y cumplía, así, el Estado nacional con lo indicado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que en el año 1997, al expedirse en el Informe N°55/97 (caso 11.137 “Abella, Juan Carlos”) declaró que el Estado Argentino había faltado a su obligación de investigar de “manera exhaustiva, imparcial y concluyente” la ejecución de Díaz y Ruíz.

El 23 de enero de 1989, un grupo de militantes del Movimiento Todos por la Patria copó el regimiento de infantería “General Belgrano” de La Tablada. Fueron horas de sangre y fuego y en la retina de todos quedará el Presidente Raúl Alfonsín recorriendo el predio entre cadáveres incendiados custodiado por hombres de uniforme, Fal y rostros pintados con betún.

En la causa reabierta se investiga qué ocurrió con Ruiz y con Díaz, dos de los integrantes del grupo que aparecen en una fotografía tomada por Eduardo Longoni arrodillados y rindiéndose ante los militares que recuperaron el cuartel. Los cuerpos de ellos aún están desaparecidos.

Cristina Fernández había ordenado en 2008 (mediante el decreto 1578) a los servicios de inteligencia que brindaran al juez federal de Morón Germán Castelli toda la documentación secreta sobre el modo en que se combatió y reprimió a los ocupantes del cuartel.

La represión estuvo al mando de un comando encabezado por Arrillaga. Ya el 18 de enero de 2004, José Almada, un sargento que había sido parte de quienes recuperaron el cuartel, había denunciado las desapariciones y los fusilamientos de los detenidos. “Presencié la captura de dos. Uno delgado, más alto, con pantalón y camisa y de tez blanca, el otro más bajo, con el torso desnudo y con una camisa o camiseta que cubría su cabeza hasta la frente, de tez morena”, contó. “Los tiraron sobre el pasto, boca arriba, estaban heridos, conscientes, se los interrogaba sobre sus identidades y sobre la organización atacante y se los golpeaba en cuerpo y extremidades. Yo estaba allí y vi y escuché cuando los oficiales de inteligencia los interrogaban y cuando eran golpeados y allí ellos manifestaron: ‘Me llamo Iván’ y el otro decía: ‘Me llamo José’ y me acuerdo perfectamente que en ese duro trance en que ellos era atormentados y flagelados imploraban por sus vidas. Uno de ellos decía: ‘Por favor señor, regáleme la vida, estoy arrepentido’”.

Según relató Almada, ambos prisioneros fueron torturados luego dentro del cuartel y después “subidos a un Ford Falcon color blanco. Me consta que Iván Ruiz y José Díaz estaban heridos, pero con vida y conscientes. La conclusión es directa: se les aplicó ejecución sumaria”.

Los abogados de aquella farsa llamada juicio y los actuales querellantes vieron y ven con asco a Gerardo Larrambebere, el juez que llevó adelante la instrucción. El entonces magistrado había delegado en su secretario de investigación específicamente dos casos: el de Ruiz y el de Díaz. Estaban las fotografías de Longoni, el testimonio de Almada y algunas otras voces, que si se quería, podían ser escuchadas. Pero la versión sobre la cual el diligente entonces joven funcionario judicial se recostó fue la de los dichos y las explicaciones del Ejército del betún en la cara y de los servicios de inteligencia de aquella SIDE, en la cual nada, pero nada de nada, de la democracia había ingresado aún. Puede haber sido miedo, desconocimiento, impericia o la decisión de jugar desde allí y para siempre en ese lado de la caverna; de hacer de la suya toda una vida de servicio. El secretario del juez Larrambebere tenía nombre. Y hoy para algunos es cartel. Estaba a punto de mostrar a su rey desnudo en la audiencia en el Congreso, a meses de quedar mal parado él y toda la operación de encubrimiento del atentado a la AMIA y a poco tiempo de tener que dar alguna explicaciones sobre dónde están los cuerpos de Iván Ruiz y de José Alejandro Díaz. Ese secretario, al que mandaron a averiguar qué le había ocurrido a estos dos jóvenes, se llamaba Alberto Nisman.

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