Siempre se la llamó la cueva de los espías. A la SI, SIDE, o cual fuera la sigla
que se la daba. Se la conoce así. Quizás, por cerrada, por impenetrable, por
secreta; o por sórdida, por oscura, por tenebrosa. Como una caverna. Como la de
Platón, la de su alegoría, en la cual están esos hombres, prisioneros desde el
mismísimo momento de su nacimiento. Sus cuellos y piernas se encuentran
encadenados a una pared. Ellos, de frente a ésta no pueden girar sus cabezas,
con cual, durante sus aciagas vidas sólo pueden ver lo que en ella se proyecta:
sombras.
Entre los encadenados y el exterior hay hogueras. Y los movimientos de los de
afuera llegan a los ojos de los prisioneros deformados por los huecos de las
cavernas y los juegos de luz que construye el fuego. Así, el único mundo que
conocen es el de las sombras, porque sólo ese han visto. El mundo real, para
ellos, sólo puede tener pinceladas de sombrío. Así nacieron, así son.
Dicen que hay veces que cuando uno cruza determinada puerta, ya no puede volver
atrás. Hubo uno que parece haber ingresado a ese mundo cavernoso y todo indica
que lo eligió como propio. Y optó porque el mundo de las sombras fuera el suyo.
Su nombre no era desconocido, pero un día su fama estalló. Con una denuncia, que
primero fue pública, televisiva y televisada, y sin detalles. Luego se conoció
el texto, un escrito perfecto para el escándalo, pero pobre para la prueba. Lo
explicaron varios, los de fuste y de los otros. No resiste el paso por ninguna
instancia de seriedad judicial. Pero era magnífico para el teatro, para el circo
romano, para el show.
Y poco, excesivamente poco tiempo después de su palabra estrepitosa: la muerte.
El tiro de una pistola 22, el mismo calibre de la que usó Rodolfo Walsh cuando
pensaba –ridículamente y hasta él mismo reía de eso- que con un arma así iba a
salvarse de sus perseguidores. A veces, no hay más remedio que coincidir con
Jorge Luis Borges en aquello de que: “que la historia hubiera copiado a la
historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura
es inconcebible...”[i] Y es en ese texto del traidor y el héroe que el genial
escritor nos cuenta sobre Fergus Kilpatrick, “un conspirador, un secreto y
glorioso capitán de conspiradores; a semejanza de Moises que, desde la tierra de
Moab, divisó y no pudo pisar la tierra prometida, Kilpatrick pereció en la
víspera de la rebelión victoriosa que había premeditado y soñado”.
La literatura, por estos días, parece un buen punto de fuga. Debe ser por eso
que pululan tantas historias fantasiosas, tantas teorías, tantas elucubraciones
y tantas sospechas. Por mi parte, si me permiten esta reflexión en primerísima
primera persona, lo que me sobran son preguntas. Tengo cientos, decenas de miles
de ellas. Sobre todo acerca de qué hizo y qué hizo hacer este hombre que se
inició en el mundo de sombras en el mismo lugar donde se quedó: en La Tablada;
en esta historia circular que tiene a Alberto Nisman en el centro pero que ni se
inicia ni termina en él.
Con ese áspero y nada cálido lenguaje jurídico, la Corte Suprema de Justicia de
La Nación había hecho lugar a la queja de los querellantes y habían admitido el
“retardo de justicia”. A través de su fallo, los Supremos habían ordenado a la
Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal que "se dicte sentencia a la
brevedad”. Por conocer esto sabíamos que a mediados de 2015 iba a realizarse el
juicio que tiene como imputados a Juan José Galeano, Hugo Anzorreguy, Juan
Carlos Anchezar, los comisarios Carlos Castañeda y Jorge Alberto Fino Palacios,
Rubén Beraja, Carlos Telleldín y los ex fiscales Eamon Müllen y José Carlos
Barbaccia, entre otros. ¿Las acusaciones? Nada livianas: elaboración de pistas
falsas, detenciones ilegales y el pago de 400 mil dólares al mismo Telleldín
para desviar la investigación del atentado. Hay una esquina más en esta historia
repleta de bordes y de cavernas: el sobreseimiento por parte del entonces juez
Gabriel Cavallo y actual abogado de Ernestina Herrera de Noble a Galeano en 1997
no había ayudado. ¿El meollo de todo? Simple y el mismo: el encubrimiento de la
voladura.
Horacio Verbitsky escribió estos días que “es más posible encontrar la clave de
esta historia en el gobierno de Carlos Menem que en el actual. Menem es de
origen sirio y antes de las elecciones presidenciales de 1989 se reunió en
Damasco con el presidente Hafez al Assad, que le brindó apoyo financiero. La
participación argentina en la Operación Tormenta en el Desierto contra el aliado
de Siria, Irak, en 1991, arruinó ese romance. En 1992 fue demolida la embajada
de Israel en la Argentina y en 1994 voló la mutual judía”.
“Documentos secretos desclasificados en 2003 revelaron que el primer ministro
israelí Yitzhak Rabin mandó a la Argentina un enviado personal apenas horas
después del ataque de 1994 con el propósito de concertar una versión común de
los hechos. En ese momento, Rabin enfrentaba la presión política de los
opositores a las conversaciones de paz con los palestinos en Oslo, que por
primera vez contaban con la aprobación siria”. De Siria no se habló más y los
dedos que mandan señalaron a Irán.
Yo tenía apenas 24 años. Y estaba desde hacía sólo 5 años empezando a vivir de
esto que los más pomposos igualan a la libertad de expresión: el periodismo.
Vuela la sede de la AMIA y mi editor me envía a ver. Decirle “cubrir” a eso que
iba a hacer ya era exagerado porque apenas si podíamos siquiera asomarnos a lo
que implicaba esa bomba. Lo primero que me llamó la atención, lo recuerdo, fue
que decenas de personas con genuina solidaridad pisoteaban los escombros; lo que
era lo mismo que aniquilar la poca prueba que allí podía quedar. “¿Nadie
controla que no se pierdan las pruebas?”, me acuerdo que pensé. “¡Qué
inocente!”, me digo hoy. Se trataba exactamente de eso. De encubrir –a veces con
las propias coberturas periodísticas- lo que allí había ocurrido.
Durante unos días seguí lo poco que se podía encontrar de información.
Importantes conocedores de la realidad internacional -radicales varios-
explicaban aquello que llamábamos “la pista siria” y la “conexión local”. Hubo
que desenrollar varias veces la madeja para comprender de qué hablaban. Pero
hacia allí iban las interpretaciones más serias y sólidas de esas jornadas. Sin
embargo, algo detuvo el andar de la rueda.
“Desde hoy, vamos con Irán”, me dijo aquel mismo editor. Sonaba a orden. “Pero a
mí nadie me habla de Irán”, respondió la cándida reportera con ilusión de
periodista. “Bueno, entonces el tema lo sigue M”. Y así fue como de un momento a
otro, sobre la explosión de la mutual judía dejé de escribir y pasó a hacerlo un
-super amable, encantador y gran bon vivant- compañero de redacción pero confeso
miembro de la SIDE con permiso de portación de máquina de escribir.
Después vino la historia conocida. Pero mi pequeñísima anécdota me tatuó el
descreimiento sobre todo lo que se dijo luego.
Las dudas de aquellos años vuelven hoy bajo la taladrante pregunta de ¿por qué?,
¿Por qué? ¿Por qué a menos de 24 horas de la visita de Nisman a TN, Carlos Pagni
–el único que se toma en serio su trabajo de intelectual orgánico de la derecha
argentina archi opositora- le dejó al oficialismo servido en bandeja el banquete
que nadie había elaborado aún para desechar de un plumazo la denuncia de Nisman.
¿Por qué él, que lee al kirchnerismo con detalle único y con precisión
quirúrgica?
¿Por qué él, que conoce como pocos qué es una operación?
¿Por qué él, que está procesado por formar parte de una asociación ilícita
destinada a utilizar escuchas ilegales (junto con el ex mano derecha de Julio
Ramos en Ámbito Financiero y actual Perfil, Roberto García; el ex titular de la
SIDE, Juan Bautista “Tata” Yofre y el editor de una servicial página online
Edgard Mainhard, investigados todos por la jueza ex esposa del fallecido Nisman,
Sandra Arroyo Salgado –la misma tildada de vejatoria cuando le tocó obtener ADN
de Marcela y Felipe Noble por el diario que ahora sólo parece acongojarse frente
a ella-) a horas de la denuncia en TV de ese Nisman de hablar pastoso, le
propinó semejante cantidad de potenciales desde la tapa de La Nación?
¿Por qué le tira el baldazo de que en su denuncia hay mucho de político pero muy
poco de jurídico?
¿Por qué él muestra antes que nadie que los intercambios (las bases de la
denuncia: el comercio y las bajas de alertas rojas) no tuvieron lugar y se
interroga haciéndose el sonso con un párrafo perfecto para la audiencia en la
cual, sólo con eso los diputados oficialistas, podían comerse crudo al fiscal?
“El activismo de los espías, que otorga al expediente el aspecto de arenas
movedizas, inspira interrogantes sobre la jugada del fiscal. ¿Por qué denunció
recién ayer episodios que fueron detectados hace tiempo? ¿Se podría haber
evitado lo que ahora se ventila si se hubieran expuesto estas novedades mucho
antes?”, fue el regalito con moño para los legisladores K. Una ofrenda nada
menos que de las manos de Pagni. ¿Por qué?
¿Qué sabía, suponía, conocía, deducía, elucubraba Pagni?
¿Por qué no se montó con el mismo oportunismo de Clarín sobre la denuncia de
Nisman para, así, acribillar al gobierno?
¿Por qué aparece también en La Nación una cortita pero lapidaria nota el sábado
17 de enero, en la cual vuelven a sopapear el fiscal denunciante?
“Incógnitas que surgen de la denuncia. Las dudas que dejó la acusación. ¿Si el
plan era librar de responsabilidad a Irán, por qué los iraníes no aceptaron el
memorándum en vez de cortar las negociaciones? ¿Por qué Nisman mantuvo dos años
en secreto la investigación sin avisar a un juez ni hacer una denuncia ante los
primeros indicios?”, publican. ¿Por qué? Me pregunto yo. ¿Por qué lo publican?
Clarín y La Nación son diarios de estrecho vínculo con la embajada de los
Estados Unidos. Clarín, además, suele ser especialmente generoso con Israel. No
así La Nación en cuyas páginas muchas veces se encuentran versiones menos
fanáticas sobre lo que ocurre en Gaza.
Jurídicamente la acusación de Nisman es humo. Lo dijo Raúl Zaffaroni, lo dijo
Julio Maier y ninguno que se precie de penalista la sostuvo. Y es más, el ahora
ex miembro de la Corte, con el correr de los días fue incluso más terminante: "A
Nisman le dieron pistas falsas", “fue víctima de una operación”.
Tampoco era fácil de sostener en Tribunales la película de los agentes. Los
supuestos espías Yrimia y Bogado no sólo no eran de la SIDE sino que además
habían sido denunciados por la propia Secretaría por irregularidades no
precisamente leves.
Políticamente la denuncia era disparatada. Ya se dijo: el comercio con Irán no
creció, las alertas jamás bajaron y hasta el ex jefe de Interpol, Roberto K
Noble -por más de una década jefe de los servicios secretos de Estados Unidos-
hizo trizas a Nisman: “miente”, dijo terminante.
Todo era absurdo, imbricado y casi delirante. Pero además, de telón de fondo
teníamos un hecho indiscutible: Cristina Fernández de Kirchner le dio al
esclarecimiento del atentado a la AMIA escala de tema de Estado: lo llevó a los
foros internacionales junto Malvinas y con la batalla contra el
anarcocapitalismo. Y junto con el padecimiento del pueblo Palestino. ¿Molestó,
acaso, que no fueran tres, sino cuatro las preocupaciones presidenciales? ¿Por
qué?
Todo fue desde un inicio absurdo, imbricado, delirante: EEUU e Israel ofrecen un
testigo en 1994: Manoucher Moattamed, quien desde Venezuela se presentaba como
un ex funcionario iraní, escapado de su país.
Hubo un juicio escandaloso en el cual se acusaron unos a otros; un desarmador de
autos con 400 mil dólares ofrecidos por un juez y por el entonces Presidente de
DAIA, Rubén Beraja; policías locales involucrados falsamente; un ex embajador
iraní Hadi Soleimapour, detenido sin pruebas en Londres, al punto que hubo que
indemnizarlo con 200 mil libras esterlinas.
Jorge Elbaum es un sociólogo que fue director ejecutivo de la DAIA. Estos días
escribió: “en vez de apuntarle a lo obvio se internan en culpas, medias palabras
y chapucerías de panel televisivo: Nisman se suicidó porque lo dejaron colgado
del pincel. Porque le prometieron ´escuchas´ que no existían y/o falsas
evidencias que terminaron siendo humo. Lo utilizaron durante los últimos años,
generándole una dependencia ´informativa´”.
“Algunos jugadores del tablero internacional fueron cambiando sus prioridades de
acuerdo a la conformación de los enemigos de turno –continúa-: Nissman terminó
siendo cooptado por la CIA y el Mossad durante el conflicto por las plantas
nucleares construidas por Teherán. En una deriva que los familiares de la
muertos de la AMIA percibieron como obvia, el fiscal fue aislándose de quienes
eran sus defensores más acérrimos y se asoció con la derecha israelí. Una
acusación contra los iraníes y al mismo tiempo la negativa a profundizar la
´pista Siria´ servía para presionar a Teherán. Nisman se introdujo en el juego
escabroso del ajedrez internacional con una ingenuidad y ambivalencia
constitutiva: creyendo ilusamente que escalaba en la jerarquía jurídica de la
guerra contra el terrorismo, pero dependiendo de ´informes´ que siempre le
´prometían´ y no siempre llegaban a sus manos”.
Hace no mucho, pero lo suficiente como para que parezca una eternidad, porque
fue antes de esta bala que atravesó el cráneo del fiscal, pero el corazón de la
institucionalidad nacional, el diario La Nación publicaba una nota sobre un tal
Jaime Stiles. Un ilustre desconocido para los mortales comunes y corrientes de
este a veces macondiano país.
“Malas horas para un agente poderoso”, era el título y salió publicada el
domingo 28 de julio de 2013. “La crisis de la Secretaría de Inteligencia
-pequeña o grande, ya veremos- está atada a la suerte de su agente más poderoso,
Jaime Stiles, director de Contrainteligencia. Y son malas horas para él, por dos
motivos esenciales”, decía el diario.
“El más notorio es la muerte de ´el Lauchón´, uno de sus hombres de confianza de
la Dirección de Contrainteligencia, a quien vio crecer a su mando desde que lo
tiene como subalterno, a mediados de los ochenta. ´Los tiros fueron para mi´,
dicen que dice. El otro foco que enturbia el presente de Jaime es el caso AMIA.
Es él, antes que nadie, el dueño del expediente que administra el fiscal Alberto
Nisman” (...) “La decisión de Cristina Kirchner de buscar un marco de
negociación con Irán dejó a Jaime desacomodado frente a todos sus aliados”.
Era una nota chiquita, perdida, cortita y en el suplemento Enfoques. Pero lo
dijeron. Lo escribieron porque lo querían decir. Y La Nación no dice nada que no
quiera decir.
Fue sólo un artículo, pero hoy es imposible noleer aquella nota como parte de
una secuencia: El 18 de octubre de 2014, la revista Noticias elabora una más de
sus permanentes escandalosas tapas. “La SIDE al desnudo. Sin control. Es el jefe
de un ejército de espías insubordinados. La interna salvaje. Cristina furiosa
contra las filtraciones y con Larcher”.
“Icazuriaga no logra domar la salvaje interna entre sus agentes, que huelen el
despoder de fin de ciclo. Parece la tormenta perfecta: una campaña presidencial
en ciernes, agentes fuera de control. La campaña hacia el 2015 empieza a
calentarse. Hay demasiados protagonistas en la sombra”. ¿Periodismo de
anticipación? ¿Algún indicio desde las cavernas?
El 23 de noviembre, Clarín informa que: “Amenazan a uno de los jefes de la ex
SIDE: Es Horacio Stiusso, director de Asuntos Externos”. El periodista Nicolás
Pizzi escribe: “Algo está pasando en la Argentina. Uno de los hombres más
temidos dice que se siente amenazado (…) Las amenazas contra Stiuso responden a
la interna feroz que se disputa por estos días dentro de la SIDE y que tiene
repercusión inmediata en los tribunales de Comodoro Py. Todo es posible en el
mundo de los espías”.
Días después, el 13 de diciembre, es decir ANTES de que la Presidenta anunciase
su decisión de cambiar la cabeza de la Secretaría de inteligencia, sin motivo
aparente, sólo la explicación de que “Noticias decidió comunicarse con Stiuso
por las amenazas que había recibido el espía y que publicó el diario Clarín”,
ese semanario publicó una entrevista con el agente bajo esta letra: “Stiusso,
hombre fuerte de la SIDE, rompe el silencio. Guerra entre agentes, dictadura y
amenazas de muerte”.
Media lengua, respuestas cortas, negaciones a la mayoría de lo que la nota
propone como dato. Y de repente:
“Noticias: ¿Quién atentó contra la AMIA?
Stiuso: Son secretos de Estado. Yo no te puedo decir a vos quién voló la AMIA,
porque yo dependo de lo que tengo que informar a la Justicia.
Noticias: ¿Pero usted sabe quién voló la AMIA?
Stiuso: No es que yo sepa, yo tengo que presentar las cosas. Eso no te lo puedo
decir a vos”.
El 16 de diciembre, la Presidenta le pide la renuncia a Héctor Icazuriaga, a
Larcher y 24 horas después, el nuevo señor 5 echa a Jaime Stiusso.
Es en ese marco que Alberto Nisman hace su denuncia y en ese contexto que
aparece muerto con un balazo en la cabeza proveniente de una bersa calibre 22
que le presta un asistente que por asistirlo en solucionar sus inconvenientes
informáticos cobraba la módica suma de 40800 pesos. El mismo atlético joven self
made en zona norte que explicó que le prestó la pistola porque Nisman tenía
miedo de que “algún loquito se me venga y me diga traidor hijo de puta”.
¿Traidor? Puede que “el argentinito” suba las ventanillas por miedo a los pibes
que limpian el parabrisas. Pero ¿que un fiscal tenga miedo a alguien que lo
considera traidor? ¿Por qué? ¿Traidor a qué?
Hay otras –entre las cientos- dos preguntas que no puedo hacer a un lado: 1) ¿no
es evidente que el memorándum fue una propuesta creada, justamente, porque la
causa AMIA estaba detenida y el fiscal a cargo no la podía hacer mover?; 2) ¿por
qué alguien que es fiscal y está convencido de que los culpables están en Irán,
no está ansioso por viajar a Teherán y tener frente a sí a quienes considera
responsables, para hacerles todas y cada de las preguntas que harán con los
montones de prueba que dice tener para hacer caer de una vez y para siempre a
los culpables?; 3) ¿Por qué ese fiscal, en lugar de acelerar su viaje a Irán, da
una lucha sin igual en la justicia argentina para que el memorándum sea
declarado inconstitucional y le impida entonces, justamente a él tener por fin
cara a cara quienes él considera los asesinos?
Hay hombres, como decía, con sus cuellos y piernas atados con cadenas mirando a
la pared. No tienen modo de girar la cabeza, por lo tanto, lo único que ven son
las sombras que se proyectan. Así han aprendido a mirar. No conocen otro modo,
ni otro mundo, sólo el sombrío.
El 30 de diciembre de 2014 nos enteramos que, por fin, La Corte Suprema de
Justicia de la Nación, revocaba un fallo de la Sala I de la Cámara Federal de
Casación Penal que había confirmado el sobreseimiento por prescripción de
Alfredo Arrillaga y Jorge Eduardo Varando, imputados por el homicidio agravado
de Iván Ruiz y José Alejandro Díaz durante el copamiento de La Tablada.
En criollo: la Corte Suprema de justicia de la Argentina reabría la causa
Tablada y cumplía, así, el Estado nacional con lo indicado por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, que en el año 1997, al expedirse en el
Informe N°55/97 (caso 11.137 “Abella, Juan Carlos”) declaró que el Estado
Argentino había faltado a su obligación de investigar de “manera exhaustiva,
imparcial y concluyente” la ejecución de Díaz y Ruíz.
El 23 de enero de 1989, un grupo de militantes del Movimiento Todos por la
Patria copó el regimiento de infantería “General Belgrano” de La Tablada. Fueron
horas de sangre y fuego y en la retina de todos quedará el Presidente Raúl
Alfonsín recorriendo el predio entre cadáveres incendiados custodiado por
hombres de uniforme, Fal y rostros pintados con betún.
En la causa reabierta se investiga qué ocurrió con Ruiz y con Díaz, dos de los
integrantes del grupo que aparecen en una fotografía tomada por Eduardo Longoni
arrodillados y rindiéndose ante los militares que recuperaron el cuartel. Los
cuerpos de ellos aún están desaparecidos.
Cristina Fernández había ordenado en 2008 (mediante el decreto 1578) a los
servicios de inteligencia que brindaran al juez federal de Morón Germán Castelli
toda la documentación secreta sobre el modo en que se combatió y reprimió a los
ocupantes del cuartel.
La represión estuvo al mando de un comando encabezado por Arrillaga. Ya el 18 de
enero de 2004, José Almada, un sargento que había sido parte de quienes
recuperaron el cuartel, había denunciado las desapariciones y los fusilamientos
de los detenidos. “Presencié la captura de dos. Uno delgado, más alto, con
pantalón y camisa y de tez blanca, el otro más bajo, con el torso desnudo y con
una camisa o camiseta que cubría su cabeza hasta la frente, de tez morena”,
contó. “Los tiraron sobre el pasto, boca arriba, estaban heridos, conscientes,
se los interrogaba sobre sus identidades y sobre la organización atacante y se
los golpeaba en cuerpo y extremidades. Yo estaba allí y vi y escuché cuando los
oficiales de inteligencia los interrogaban y cuando eran golpeados y allí ellos
manifestaron: ‘Me llamo Iván’ y el otro decía: ‘Me llamo José’ y me acuerdo
perfectamente que en ese duro trance en que ellos era atormentados y flagelados
imploraban por sus vidas. Uno de ellos decía: ‘Por favor señor, regáleme la
vida, estoy arrepentido’”.
Según relató Almada, ambos prisioneros fueron torturados luego dentro del
cuartel y después “subidos a un Ford Falcon color blanco. Me consta que Iván
Ruiz y José Díaz estaban heridos, pero con vida y conscientes. La conclusión es
directa: se les aplicó ejecución sumaria”.
Los abogados de aquella farsa llamada juicio y los actuales querellantes vieron
y ven con asco a Gerardo Larrambebere, el juez que llevó adelante la
instrucción. El entonces magistrado había delegado en su secretario de
investigación específicamente dos casos: el de Ruiz y el de Díaz. Estaban las
fotografías de Longoni, el testimonio de Almada y algunas otras voces, que si se
quería, podían ser escuchadas. Pero la versión sobre la cual el diligente
entonces joven funcionario judicial se recostó fue la de los dichos y las
explicaciones del Ejército del betún en la cara y de los servicios de
inteligencia de aquella SIDE, en la cual nada, pero nada de nada, de la
democracia había ingresado aún. Puede haber sido miedo, desconocimiento,
impericia o la decisión de jugar desde allí y para siempre en ese lado de la
caverna; de hacer de la suya toda una vida de servicio. El secretario del juez
Larrambebere tenía nombre. Y hoy para algunos es cartel. Estaba a punto de
mostrar a su rey desnudo en la audiencia en el Congreso, a meses de quedar mal
parado él y toda la operación de encubrimiento del atentado a la AMIA y a poco
tiempo de tener que dar alguna explicaciones sobre dónde están los cuerpos de
Iván Ruiz y de José Alejandro Díaz. Ese secretario, al que mandaron a averiguar
qué le había ocurrido a estos dos jóvenes, se llamaba Alberto Nisman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario