En la tarde del miércoles, Rafael Correa, presidente constitucional de Ecuador
denunciaba públicamente que hay “claros indicios de que los golpistas intentarán
tomarse Carondelet” (la casa de gobierno) durante una marcha convocada por la
oposición para el día siguiente. “Es algo que lo venían preparando desde hace
tiempo, como el 30 de septiembre” de 2010, cuando se intentó otro golpe contra
el mandatario.
Y fue más allá. Denunció que detrás de los intentos desestabilizadores están
“Mario Pazmiño, ex jefe de Inteligencia del ejército y muy cercano a la CIA, el
coronel César Carrión, millones de dólares de poderosos grupos económicos, los
‘periodistas’ de siempre”. El plan, añadieron ministros, preveía el bloqueo de
los aeropuertos de Guayaquil y Quito, así como los puentes fronterizos de
Rumichaca (con Colombia) y Huaquillas (con Perú).
Paralelamente, y tras un llamado de atención desde el Vaticano y la decisión de
Francisco de ni siquiera considerar la posibilidad de suspender su visita ante
los intentos desestabilizadores, la Iglesia Católica señaló que éste “no es el
momento” para convocar a nuevas manifestaciones. A pocas horas de la llegada del
Papa, señaló que “no es el momento de manifestar nuestras ideas ni nuestros
proyectos políticos. No es el momento de armar más polémicas y más divisiones”,
señaló el padre David de la Torre, portavoz de la Conferencia Episcopal
Ecuatoriana (CEE) para la visita del Papa.
Esta vez, la excusa para calentar la calle fue un nuevo impuesto a la herencia y
ganancias impulsado por el Poder Ejecutivo, gravando en forma progresiva el
patrimonio heredado y evitar evasiones impositivas. A pesar de que las nuevas
leyes afectarían apenas al 2% de la población, los partidos opositores, junto a
los alcaldes de Quito, Cuenca y Guayaquil, lograron movilizar a los sectores
medios para manifestar su rechazo a las leyes mientras Correa estaba en Bruselas
en la reunión Celac-Unión Europea, manifestaciones que continuaron tras su
regreso.
Todo indica que la idea no era dañar la imagen de Correa solamente, sino
propinar un golpe fuerte a la Celac (que preside), a la integración
latinoamericana. Pegarle a Correa es pegarle a la Celac y, a la vez, tratar de
crear un imaginario colectivo sobre un país en disputa, con enfrentamiento,
desestabilizado, ingobernable, para que el papa no lo visitara.
El lunes 15 de junio fue un día clave. En la mañana, el presidente Correa salió
al balcón del Palacio de Gobierno para proclamar ante miles de personas que
insistiría con el proyecto y acusó a los diferentes sectores opositores de
querer derrocarlo con violencia. La situación parecía tan grave que incluso el
secretario general de Unasur, Ernesto Samper, manifestó por twitter desde su
cuenta personal que dicho organismo se opondría firmemente a cualquier intento
antidemocrático.
Sin embargo, la noche del mismo lunes, por cadena nacional, el presidente dio un
paso atrás e informó que suspendería temporalmente el proyecto en aras de
mantener la paz en el país e invitó a un gran debate nacional sobre el tema. Por
otra parte, desafió a la oposición a que juntara firmas como lo indica el
artículo 105 de la Constitución para impulsar la revocatoria de su mandato. Y en
eso están…
Desde que Rafael Correa asumió como presidente por primera vez en 2007, ha
tenido que enfrentar numerosas protestas para minar su poder. En muchas de ellas
se unen fuerzas muy disímiles que van desde los históricos partidos de derecha y
los sectores más poderosos del país, hasta movimientos sociales que
–paradójicamente– califican a Correa como “de derecha”. Todos ellos, apoyados
por los tradicionales medios de comunicación, tienen un mismo objetivo: provocar
su caída.
Lo cierto es que el 2% de la población afectado por el proyecto de reforma de
los impuestos sobre la herencia y sobre la plusvalía inmobiliaria (exiguo por
décadas) ha tenido un excesivo protagonismo, de la mano de los medios de
comunicación masivos. Es el mismo porcentaje que jugó siempre en pro de un
sector público corporativizado a favor de sus intereses privados que les
garantizara un trato tributario beneficioso y muchos subsidios en detrimento del
98% restante. Es otro intento de restauración conservadora.
En las urnas no
Entre 2007 y 2009, Correa consiguió, sin tener diputados que le respaldaran,
acabar con el régimen instaurado en 1978 y el sistema de partidos (PSC, ID, DC…)
en el que se apoyaba. Es más, en 2009 y en 2013 dobló en votos a los candidatos
opositores en las presidenciales: en las urnas no tiene rival, y eso lo saben
sus opositores, que intentan calentar las calles, desestabilizar al gobierno
para poder hablar de ingobernabilidad, e intentar otro golpe blanco o ni tanto.
Con Correa y su Revolución Ciudadana llegó la nueva Constitución, con sus
renovadas reglas de convivencia, que permitieron iniciar cambios estructurales
caracterizados principalmente por una ampliación efectiva de derechos sociales,
lo que incluye que un millón y medio de ecuatorianos hayan salido de la pobreza
y que la tasa de desempleo esté por debajo del 5%.
Para algunos analistas, fueron el cambio de coyuntura económica (el país crecerá
en 2015 sólo al 1,9%) y la caída de los ingresos fiscales por la bajada del
precio del petróleo, los que han conducido a que Correa se vea obligado a tratar
de subir los impuestos. Pero ese intento de democratizar la economía se enfrentó
con una oposición que no sale a la calle a pedir mejoras en la salud o la
educación, sino para evadir la responsabilidad de pagar un impuesto al
incremento patrimonial. No quieren que la herencia sea objeto de discusión
económica, ni de políticas públicas que la regulen.
Ha sido precisamente la política tributaria una herramienta para que Ecuador
haya logrado crecer y redistribuir (obviamente los impuestos pagan los programas
sociales), además de ganar capacidad de reacción ante cualquier restricción
externa.
Los intentos de restauración conservadora seguirán usando todos los escenarios
menos el de las urnas, claro está, aunque en las elecciones municipales la
oposición ganara las alcaldías de Quito, Guayaquil y Cuenca (quizá por un error
de Correa de ser el portaviones de candidatos sin carisma o con mala gestión, y
creer que con eso solo se gana).
Hoy esa minoría de ricos que azuza la calle se envalentona ante el interrogante
sobre si Correa se presenta o no a un nuevo período, y por eso han optado por la
desestabilización, el acoso, el golpe suave. No sería raro, tampoco que se
travistan, disfracen con otras consignas que irán robando a la izquierda, como
en otros países de la región.
La llegada del papa Francisco movilizará a millones de personas que saldrán a
las calles para saludarlo. La pulseada política actual lo involucra, aunque él
no lo quiera.
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