El Che demostró sus dotes como teórico original del socialismo revolucionario,
de modo que se pudiera contar con las herramientas ideológicas adecuadas a la
realidad cubana, en un primer lugar, y que éstas, en un segundo plano, sirvieran
para orientar lo propio en otras latitudes a fin de destruir el orden imperante
de explotación y alienación creado por el sistema capitalista hegemónico
El 11 de octubre de 1967, Walt Rostow, asesor del presidente estadounidense
Lyndon Johnson, le envía a éste un memorando donde analiza las implicaciones del
ajusticiamiento de Ernesto Che Guevara: “Su muerte marca la desaparición de otro
de los agresivos revolucionarios románticos… En el contexto latinoamericano,
tendrá un gran impacto en descorazonar futuros guerrilleros”. A pesar de la
sensación de triunfo que embargó a los sectores dominantes estadounidenses y
latino-caribeños del momento, la desaparición física del Comandante Guevara no
impidió que se mantuviera latente la lucha de resistencia de los pueblos de
nuestra América por su liberación nacional.
Médico de profesión, pero revolucionario internacionalista de convicción, más
allá del mito, el Che representa un ejemplo permanente de pensamiento y de
acción en pos de la construcción de un modelo de civilización de nuevo tipo,
como lo demostrara en diversos momentos de su vida, reivindicando una tradición
de lucha revolucionaria que diera comienzo con el proceso independentista de las
naciones de nuestro continente. En él no tenían cabida los prejuicios
chovinistas exhibidos por algunos seudo revolucionarios para quienes la
revolución es un proceso a desarrollarse fronteras adentro de sus países, sin
llegar a comprender a cabalidad la dimensión de la lucha anticapitalista y
antiimperialista al lado de todos los demás pueblos del planeta.
Esa visión internacionalista de la revolución le llevó a dejar Cuba, donde
fácilmente pudo quedarse con su familia y ejercer funciones importantes de
gobierno. Sin embargo, en vez de ello decidió incorporarse a las guerrillas que
combatían el colonialismo belga en África. Incluso, tuvo la idea de unirse a la
lucha guerrillera en Venezuela, pero por diferencias con quienes estaban al
frente de la misma no pudo concretarse, teniendo que esperar su momento para ir
a Bolivia y, desde allí, crear las condiciones necesarias para que la América
nuestra insurgiera en masa contra el imperialismo y sus lacayos tradicionales.
Todo esto en un contexto generalizado de lucha antiimperialista, cuyos símbolos
más resaltantes entonces eran Vietnam y Cuba, enfrentados en una guerra
asimétrica contra el poderío militar y económico de Washington.
Pero, al margen de sus experiencias militares conocidas, el Che demostró sus
dotes como teórico original del socialismo revolucionario, de modo que se
pudiera contar con las herramientas ideológicas adecuadas a la realidad cubana,
en un primer lugar, y que éstas, en un segundo plano, sirvieran para orientar lo
propio en otras latitudes a fin de destruir el orden imperante de explotación y
alienación creado por el sistema capitalista hegemónico. Esto lo condujo a
teorizar sobre el hombre y la mujer nuevos, dejando a la posteridad un conjunto
de reflexiones fundamentales para emprender la transición hacia el socialismo.
Como lo recordara el Comandante Fidel Castro el 15 de octubre de 1967 durante la
velada en su memoria, el Che “no es que reuniera esa doble característica de ser
hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser hombre de acción sino que Che
reunía como revolucionario las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a
carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida
estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede
encontrar una sola mancha. Constituyó, por sus virtudes, lo que puede llamarse
un verdadero modelo de revolucionario”.
Para el Che Guevara, la conciencia revolucionaria mediante el trabajo
voluntario, sin percibir remuneración material alguna, como es habitual bajo la
lógica del capitalismo, era un modo apropiado de formar y elevar la conciencia
socialista de los revolucionarios y convertirla en fuerza vital para alcanzar
los cambios estructurales que debiera impulsar y consolidar la Revolución en
todo momento. Por ello, no elude la polémica (todavía vigente) frente al
dogmatismo soviético, el cual contradecía los postulados ideológicos del
materialismo científico y que, décadas después, confirmaría lo que ya anticipaba
el Che respecto al verdadero carácter contrarrevolucionario y reformista del
Estado y de la burocracia imperantes en la extinta Unión Soviética.
Del mismo modo que el Che lo alertara en su Mensaje a los pueblos del mundo a
través de la Tricontinental, en abril de 1967, “todo parece indicar que la paz,
esa paz precaria a la que se ha dado tal nombre, sólo porque no se ha producido
ninguna conflagración de carácter mundial, está otra vez en peligro de romperse
ante cualquier paso irreversible e inaceptable, dado por los norteamericanos. Y,
a nosotros, explotados del mundo, ¿cuál es el papel que nos corresponde? Los
pueblos de tres continentes observan y aprenden su lección en Vietnam. Ya que,
con la amenaza de guerra, los imperialistas ejercen su chantaje sobre la
humanidad, no temer la guerra es la respuesta justa. Atacar dura e
ininterrumpidamente en cada punto de confrontación, debe ser la táctica general
de los pueblos. Pero, en los lugares en que esta mísera paz que sufrimos no ha
sido rota, ¿cuál será nuestra tarea? Liberarnos a cualquier precio”.
En la actualidad, su legado revolucionario conserva toda una vigencia plena,
fuera de todo dogma que pretenda limitarlo y siempre abierto a las nuevas
generaciones de revolucionarios a profundizar en sus enseñanzas para la
construcción definitiva y verdadera de la revolución socialista.
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