Un montón de intelectuales y artistas, con miles de trabajadores, pibes y pibas,
gente humilde, clase media, un océano de agua por arriba y un océano de gente en
la calle. Eso fue el regreso de Cristina Kirchner al campo de juego de la
política. Un fenómeno que la derecha haría bien en no minimizar y en tratar de
entender para no meter la pata. Para los que tienen memoria de tránsitos al
desastre, las reacciones que produjo en el universo anti K ese inmenso acto bajo
la lluvia generan un dejo agorero de repeticiones amargas de la historia. Tantas
cosas se dijeron de Perón, recargadas con un odio justificador de las peores
violencias, que el mismo odio reproducido por el mismo sector social, contra la
representación contemporánea de la misma fuerza, y hasta con los mismos
argumentos, aunque hayan pasado más de cincuenta años, tendría que preocupar a
los dirigentes del oficialismo y de la oposición, tendría que angustiar y
prevenir, por las consecuencias que tuvo ese odio que hundió a la sociedad en la
violencia durante 35 años.
Es probable que Mauricio Macri haya sido el más medido. Dijo que el acto fue
“desafortunado”. Nadie espera que se haga kirchnerista, es lógico que defienda
sus diferencias. Pero en el caso de Margarita Stolbizer, que aspira a un puesto
en la Corte y ha colocado gente de su partido en cargos oficiales (el segundo de
Patricia Bullrich y su protocolo represivo es del GEN), la mostró en una actitud
tipo comando civil, una antigüedad de temer, lo mismo que Elisa Carrió y que la
vicepresidenta Gabriela Michetti. Hay furia y hay odio frente a un hecho de
masas. Decenas y decenas de miles de personas se convierten en blanco de esas
inquinas.
Los odios personales de un político no son personales, son odios políticos,
tienen impacto social, envenenan los relacionamientos y resquebrajan la
convivencia. La persecución judicial contra la ex presidenta es vivida como
propia por cientos de miles de personas. Porque Cristina Kirchner se relaciona
desde la política con todos ellos a quienes desde ese lugar ha podido
representar. Cada vez que hablan con odio contra la persona Cristina Kirchner
hay cientos de miles de personas que se sienten representadas por ella y se dan
por agredidas. Y hay otros cientos de miles representados por los/las que
formulan ese odio y lo reproducen y amplifican. La consecuencia es un país
sentado sobre un barril de dinamita.
El antikirchnerismo no basó su estrategia desde la oposición en la discusión
política o en el debate de ideas y proyectos. Ese fue un discurso tangencial. El
eje pasó por la descalificación del kirchnerismo como sujeto de la política. Le
desconoció cualquier intención de gobernar para producir hechos en la sociedad y
denunció que sólo lo hacía para enriquecerse. El corazón del discurso anti K
discurrió por ese andarivel, lo mismo que en el primer peronismo. Una
redundancia: es impopular oponerse o criticar medidas populares. Es más fácil
arremeter contra el gobierno que las toma, con denuncias de corrupción y
minimizar lo demás, decir que no le agregan nada a la gente o que las
desventajas de la corrupción son más grandes que cualquier beneficio. Es un
discurso elemental, está sostenido por los afectados por esas medidas pero tiene
penetración en otros sectores de la sociedad si está implementado por un sistema
de medios masivos muy concentrado y corporativo, con la colaboración de un Poder
Judicial aristocrático. Ambas corporaciones se sienten amenazadas por medidas
que, por ser populares, democratizan y restringen privilegios.
Pero los que inventaron que el kirchnerismo es sólo discurso vacío y corrupción
pueden llegar a creerlo y equivocarse. Porque si el kirchnerismo fuera así
hubiera perdido anclaje en la sociedad. La gente no se moviliza porque le
contaron de la Asignación Universal por Hijo, sino porque la cobra, ni porque le
contaron de programas de vivienda, sino porque consiguieron su casa con el
Pro.Cre.Ar, ni porque les dijeron que repartirían millones de computadoras en
las escuelas, sino porque las recibieron, ni porque les hablaron de trabajos que
nunca se concretaron, sino porque cientos de miles consiguieron trabajo, ni
porque les prometieron que se iba a promover la ciencia en Argentina, sino
porque encontraron ámbitos para poder investigar. La lista es muchísimo más
larga. Se puede estar en contra o a favor, se pueden hacer muchas críticas o no.
Lo que no se puede es decir que todo es una mentira –el famoso “relato”– porque
hubo millones de ciudadanos beneficiados.
Los que fueron a respaldar a Cristina Kirchner el miércoles –y los que no fueron
pero la respaldan igual– son personas decentes y trabajadoras como la mayoría de
las personas de cualquier pensamiento político. No les gusta la corrupción y
detestan a los ladrones. Simplemente no creen y rechazan las acusaciones contra
la ex presidenta porque son conscientes en el contexto interesado en que son y
fueron promovidas. Hay una deshonestidad básica en el discurso antikirchnerista.
No dice: “estoy contra la asignación universal porque prefiero las AFJP”, en
cambio denuncia que ese dinero va “a la corrupción kirchnerista”. La ex
presidenta no tiene una causa abierta sino muchas, y algunas verdaderamente
absurdas como la del dólar a futuro, en un contexto político donde los que
denuncian fueron afectados por medidas que tomó y por lo tanto son opositores,
pero formulan un discurso que oculta sus intereses. Y además es una metodología
que se aplica contra todos los líderes populares latinoamericanos, al igual que
en su momento fueron los golpes militares. No es un proceso judicial sino una
metodología política disfrazada de proceso judicial. Eso es persecución judicial
y política.
La sociedad no convive con el delincuente. Lo margina y encarcela. La estrategia
de la derecha anti K ha generado una sociedad donde una mitad considera que la
otra mitad debería ir a la cárcel o ser marginada. No solamente Cristina
Kirchner, sino lo que la identifica e identifica a esa otra mitad. La
perspectiva de Cristina Kirchner encarcelada tiene ese efecto simbólico para los
K y los anti K, un efecto que se expresa en la forma inhumana de los despidos en
el Estado o en el desinterés por la epidemia de dengue o en el mazazo de los
tarifazos como formas de inducir marginalidad, de demarcar el “adentro”
ciudadano y el “afuera” de la sociedad como no sujeto de derechos ya sea
trabajo, jubilación, electricidad o fútbol, porque todo tiene un precio y el que
no puede pagar está fuera. Es una puerta abierta al suicidio. Seguir por ese
camino desemboca en una lógica de la violencia muy difícil de desmontar una vez
que se motoriza, como ya lo ha demostrado la historia. Cuando intentaron pararla
se tuvieron que tragar todo lo que habían dicho de Perón, pero ya era tarde,
había una inercia más fuerte que llevaba al genocidio.
Así fue el miércoles en Comodoro Py a pantalla partida entre tribunales
devaluados y jueces bonadios por un lado y la política con toda su potencia en
la calle, por el otro. Un escenario judicial artificial establecido por un
oficialismo conservador que evita la política. Y su exacta contrapartida: un
escenario democrático, esencialmente político, de masas y propuestas.
El oficialismo demostró en las últimas sesiones parlamentarias que puede ganar
en política, es un camino donde no tiene todo perdido y en estos meses le ha ido
bien: consiguió aglutinar a los anti K de derecha y seudoprogresistas y a los
prófugos del PJ y logró dividir al Frente para la Victoria. La otra vía, la
estrategia de judicializar al kirchnerismo, en cambio, abre una puerta peligrosa
para todos, incluyendo a una Justicia históricamente amañada por la derecha, una
justicia que ha sido complaciente con las corporaciones económicas y cuya voz
crítica solamente se ha escuchado para hostigar a gobiernos populares, nunca
para denunciar dictaduras o a gobiernos desastrosos de la derecha como los del
menemismo con sus jueces de servilleta o el de la Alianza. No hubo jueces
comedidos para frenar la flexibilización laboral ni el corralito o el sablazo a
las jubilaciones como sí los hubo en masa para obstruir una ley antimonopólica
como la ley de medios.
Desde la derecha temen que el retorno de Cristina Kirchner les recorte el
espacio que habían ocupado este verano. Con la nueva jugadora, que en realidad
es conocida pero que ahora juega en el llano, se demarcan territorios, se miden
las fuerzas y los melones se acomodan. Se reducen los espacios para el libre
tránsito, cada quien ocupa un lugar y actúa desde allí. Cristina hizo un acto de
masas, se reunió con el bloque de diputados y convocó a un Frente Ciudadano que
recoja los nuevos reclamos que generan las políticas de ajuste y devaluación.
Hizo críticas pero no salió a matar, definió su entorno y desde allí abrió el
juego a los demás peronistas y no peronistas. Es un jugador que elige el camino
democrático de la política. El de la judicialización es la antipolítica, es la
persecución y la incapacidad democrática que se esconde detrás de los falsos
moralistas.
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