Quizá algunos no lo sepan, pero no hay nada más gramsciano que el concepto de hegemonía. Y si la palabra hegemonía sonaba fuerte antes de las PASO, después, literalmente explotó. Una parte de la explicación es que los momentos post eleccionarios son los minutos de fama de los politólogos, que son gramscianos hasta sin saberlo. Que la Alianza Cambiemos no haya experimentado un fuerte retroceso tras el censo a padrón abierto del pasado domingo sería una prueba irrefutable de la consolidación del nuevo bloque histórico. Y no en cambio de la más terrenal “persistencia de la esperanza en un futuro mejor” que todavía subsiste, ya no en el núcleo duro de su base electoral, esa derecha transgeneracional pura y dura que tiene muy claro su modelo económico, sino en el voto complementario que redondea hacia arriba y define la “voluntad popular”.
Los politólogos fueron también los primeros en descubrir el “secreto” de Cambiemos, su capacidad de interpelar científicamente los ánimos sociales, especialmente, los de la denigrativamente mayoritaria clase media y la “heterogeneidad” de sus demandas de época. Como describió el historiador Ezequiel Adamovsky en su Historia de la clase media, sectores que no funcionan políticamente como clase, sino como una “identidad” colectiva. Una identidad que hoy aparece fundida con los valores tácitos de Cambiemos, es decir blanca, antiliberal y antipatriota, casualmente lo contrario del peronismo, pero también unida a sus valores explícitos, es aspiración, moderadamente antiestética y creyente en el progreso individual, que a su vez sería tributario del espíritu inmigrante. Es el mundo del rubio teñido de las Elisa Carrió y las Mirtha Legrand, del trabajador aristocrático al que le molestan “los planes”, del hombre suburbano que desde tiempos inmemoriales repite que los políticos “son todos chorros”, mientras los empresarios no, “porque ya tienen”. Esos que refunfuña si un dirigente político tiene un auto nuevo, mientras consumen con fruición las notas sobre el “estilo” de Juliana Awada, ese ominoso símbolo de época.
Por detrás aparece la realidad concreta. El gran éxito de la Alianza gobernante está en su “disciplina partidaria”. Una disciplina que junto con la lectura científica de la realidad le permitió en 2015 unificar discursos y campañas para llegar al poder y que en el presente, ya con todo el poder del Estado, el gobierno y el dinero, le permite construirse como partido nacional. En este escenario, a pesar de la inteligencia de los politólogos, la manipulación de los resultados electorales con la finalidad de reforzar un efecto victoria parece no haber sucedido. Los cultores de la nueva hegemonía dejan de lado que la fuerza más demonizada de los últimos años por la abrumadora mayoría de los medios de comunicación se impuso en el principal distrito electoral del país. Porque en política no existen los empates técnicos, sino que se gana o se pierde, como sucedió en el balllottage de 2015. Y esa victoria se obtuvo desde el llano, con una campaña austera, con un sello partidario nuevo y contra todos los factores de poder, locales y globales.
Pero supongamos que toda la lectura anterior es equivocada, que efectivamente la construcción partidaria nacional desde el aparato de Estado es un indicio verdadero de la nueva hegemonía de un partido de “derecha moderna”. Sin ser fundamentalistas del marxismo teórico, es decir siguiendo con Gramsci, no existe consolidación superestructural sin una sólida base material, lo que lleva inmediatamente a preguntarse por la economía de Cambiemos, por las posibilidades reales del funcionamiento exitoso del neoliberalismo en una economía capitalista periférica de tamaño medio como la argentina. La respuesta ofrece menos dudas que la dimensión estrictamente política. Con prescindencia de la evolución de los indicadores puramente coyunturales, el dato estructural es que el actual modelo económico se sostiene exclusivamente con entrada de capitales y que no hay en él nada que lo libere de esta dependencia. Es decir, la presunta hegemonía política es un fenómeno de patas cortas en tanto el modelo económico es insustentable. Volver inviables los procesos políticos desde lo económico no es una predicción, sino un fenómeno conocido y repetido en la región. La única contratendencia podría encontrarse en la voluntad del resto del mundo de continuar financiando la contrarreforma, pero no debería sobrevaluarse el peso estratégico de Argentina en la geopolítica mundial.
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