7 sept 2017

Según el presidente francés Macron, la época de la soberanía popular ha quedado atrás


En un discurso fundacional ante la cúpula de la diplomacia francesa, el presidente Emmanuel Macron expuso su concepción del mundo y cómo piensa utilizar las herramientas a su disposición. Según Macron, ya no existe la soberanía popular, ni en Francia, ni en Europa, así que no hay democracias nacionales ni democracia supranacional. Tampoco existe el interés colectivo, el interés de la República, sino un catálogo heteróclito de cosas e ideas que constituyen bienes comunes. Al describir a los embajadores el trabajo que habrán de hacer, les informó que ya no defenderán los valores de su país sino que buscarán oportunidades de actuar en nombre del Leviatán europeo. Al abordar los detalles de varios conflictos, lo que describió fue un programa de colonización económica del Levante y África.

En la tradicional Semana de los Embajadores, Emmanuel Macron pronunció su primer discurso sobre política exterior desde su llegada a la presidencia. Todas las citaciones entre comillas que aparecen en este artículo provienen de ese discurso. El presidente no pasó en revista las relaciones internacionales actuales ni explicó cómo concibe el papel que Francia debe desempeñar en el mundo sino cómo piensa él utilizar esa herramienta.

Según el presidente Macron, Francia debe ser capaz de adaptarse a los cambios que se han producido en el mundo desde 1989: caída del muro de Berlín, disolución de la Unión Soviética y triunfo de la globalización estadounidense. Estima que para reconstruir el país sería absurdo volver al antiguo concepto de soberanía nacional. Al contrario, hay que avanzar utilizando los medios disponibles. Es por eso que hoy «Nuestra soberanía es Europa».

Es cierto que la Unión Europea es un monstruo, «un Leviatán». Carece de legitimidad popular, pero la adquiere cuando protege a sus ciudadanos. En su actual formato se halla bajo el dominio del tándem franco-alemán. Así que él mismo, Emmanuel Macron, y la canciller Angela Merkel pueden gobernarla juntos. Eso le permitió viajar a Polonia, como presidente de Francia, y, de acuerdo con su socia alemana –que, por razones históricas, no podía darse el lujo de tratar duramente a Polonia–, hablar allí como implícito representante de la Unión Europea, insultar a la primer ministro polaca, recordarle que no es soberana e intimarla a hacer lo que decide la UE.

También con la bendición de la canciller alemana, él –Macron– ha decidido actuar en 4 sectores:

- la protección de los trabajadores
- la reforma del derecho de asilo y la cooperación europea en el tema migratorio
- la definición de una política comercial y de instrumentos de control de las inversiones estratégicas
- el desarrollo de la Europa de la defensa.

Esos objetivos determinan, evidentemente, las políticas nacionales de cada uno de los Estados miembros de la Unión Europea, incluyendo la de Francia.

Por ejemplo, las ordenanzas que su gobierno acaba de emitir sobre la reforma del Código Laboral imponen límites mínimos en materia de protección de los trabajadores, conforme a las instrucciones ya impartidas desde hace tiempo por los funcionarios de la Unión Europea. La cooperación en el tema migratorio impondrá la cantidad de migrantes que habrá que recibir para que funcione la industria alemana [3], mientras que la reforma del derecho de asilo fijará la capacidad de acogida de Francia dentro del espacio Schengen. Finalmente, la Europa de la defensa permitirá unir los ejércitos de la Unión Europea e integrarlos colectivamente a las ambiciones de la OTAN.

Francia y Alemania organizarán sistemas de cooperación reforzada sobre diferentes temas para acelerar el avance de la Unión Europea, seleccionando cuidadosamente a sus socios. Se conservará entonces el principio de adopción de decisiones por unanimidad, pero sólo entre los Estados preseleccionados, que ya estarán de acuerdo entre sí.

La cohesión de ese conjunto se mantendrá alrededor de 4 valores comunes:

«la democracia electiva y representativa, 
- el respeto de la persona humana, 
- la tolerancia en materia de religión y la libertad de expresión, 
- y la creencia en el progreso». 

«La democracia electiva y representativa» se aplicará sólo a nivel local (grupos de comunas y regiones administrativas ya que las comunas y los departamentos están llamados a desaparecer) puesto que ya no hay soberanía nacional.

«El respeto de la persona humana, la tolerancia en materia de religión y la libertad» habrá que entenderlas en el sentido del Convenio Europeo para la Protección) de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, no en el sentido de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, a pesar de que esta última se menciona como referencia en el preámbulo de la actual Constitución de la República.

«La creencia en el progreso» permitirá movilizar a los ciudadanos europeos en un momento en que todos están viendo como países del Medio Oriente que antes vivían holgadamente son abruptamente arrasados y prácticamente devueltos a la Edad de Piedra.

El sistema Macron

Francia tendrá que utilizar la herramienta europea para adaptarse al «mundo multipolar e inestable». Dando por sentado que no se trata de restablecer la alianza franco-rusa de los tiempos del presidente Sadi Carnot y el emperador Alejandro III porque la Unión Europea es la expresión civil de la OTAN, de nada sirve basar la diplomacia francesa en la Historia ni en valores.

Al contrario, lo conveniente es hacer el papel de «contrapeso» para mantener «los vínculos con las grandes potencias cuyos intereses estratégicos divergen». Pero, tenemos que entiender bien que el presidente de Francia no está hablando de los intereses divergentes entre, de un lado, Estados Unidos y, del otro, Rusia y China sino de mantener las relaciones que estas dos últimas superpotencias tienen que mantener con Estados Unidos.

«Para eso tenemos (…) que inscribirnos en la tradición de las alianzas existentes y, de manera oportunista, construir alianzas circunstanciales que nos permitan ser más eficaces». El papel de los diplomáticos ya no será defender a largo plazo los valores de Francia sino rastrear a corto plazo las oportunidades que el país pueda explotar.

«La estabilidad del mundo»

Ya planteados ese marco de trabajo europeo y ese método, la función de la diplomacia francesa será al mismo tiempo garantizar la seguridad de los franceses participando en «la estabilidad del mundo» y ganar en influencia defendiendo «los bienes comunes universales».

Dado el hecho que desde la caída del muro de Berlín y el fin de la soberanía nacional ya no hay enemigo convencional, Francia ya no necesita un ejército para defender su territorio. Pero tiene que enfrentar un enemigo no convencional, el «terrorismo islámico», que exige de ella a la vez una policía omnipresente y un ejército de proyección capaz de intervenir en los focos de terrorismo en el extranjero: Siria e Irak por un lado, Libia y el Sahel por el otro. Es evidentemente ese cambio de objetivo, no una cuestión de presupuesto, lo que llevó al presidente Macron a destituir el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas de Francia. Ahora le falta reformar la policía.

Francia seguirá protegiendo a sus ciudadanos musulmanes, aunque manteniendo un discurso que vincula la ideología política islamista a la religión musulmana. Así podrá mantener la vigilancia sobre la práctica del culto musulmán, moldearlo y, de hecho, influenciar a quienes lo practican.

La lucha contra el terrorismo incluye eliminar sus fuentes de financiamiento, trabajo que Francia prosigue a través de numerosas instituciones internacionales, aunque se sabe que debido a «crisis regionales y divisiones, a divisiones en África y divisiones en el mundo musulmán» algunos Estados participan secretamente en ese financiamiento. Pero, en primer lugar, como el terrorismo no es un grupo de personas sino una forma de combate; y, en segundo lugar, como las acciones terroristas están mucho mejor financiadas desde que su financiamiento está supuestamente prohibido, es evidente que ese dispositivo ha sido montado por Washington, pero no contra la Hermandad Musulmana sino contra Irán. Aunque no tiene aparentemente nada que ver con el financiamiento del terrorismo, el presidente Macron aborda entonces el tema del antagonismo entre Arabia Saudita e Irán, poniéndose del lado de Arabia Saudita y condenando Irán.

Desde los ataques de Daesh [el Emirato Islámico] contra «nuestros intereses, nuestras vidas, nuestro pueblo», la paz en Irak y en Siria constituye «una prioridad vital para Francia». Lo cual explica el cambio de método iniciado desde mayo. Claro, París «había sido dejado al margen» de las negociaciones de Astaná, pero ahora hace «avanzar concretamente la situación» discutiendo, uno a uno, con los participantes de las reuniones de Astaná. Los ha convencido para que adopten los objetivos trazados desde hace tiempo por el presidente Obama: prohibición de las armas químicas y acceso de la ayuda humanitaria a las zonas de conflicto. En fin, Francia ha creado un «grupo internacional de contacto» que se reunirá en ocasión de la Asamblea General de la ONU alrededor de ministro francés de Exteriores, Jean-Yves Le Drian. El regreso de Siria al Estado de derecho «tendrá que ir acompañado de justicia por los crímenes cometidos, principalmente por los dirigentes de ese país».

El presidente Macron retrocede así en relación con sus declaraciones anteriores. Ya no se trata, como había dado a entender en una entrevista concedida al Journal du Dimanche, de aceptar la República Árabe Siria y apoyarla en contra de Daesh sino, por el contrario, de continuar el doble juego anterior: utilizar el pretexto humanitario para armar a los yihadistas en contra del gobierno sirio. El anuncio del juicio contra los dirigentes sirios equivale a anunciar la derrota de la República Árabe Siria ya que nunca, absolutamente nunca, ningún Estado ha juzgado por crímenes de guerra a generales victoriosos. El presidente Macron no precisa qué tribunal juzgaría a esos dirigentes, pero su formulación remite al plan del director de Asuntos Políticos de la ONU, el estadounidense Jeffrey Feltman, quien ya en 2012 –o sea antes de que se generalizara la guerra– tenía prevista la «condena» de 120 dirigentes sirios en el marco de un plan redactado bajo la dirección de un funcionario de la señora Merkel, el señor Volker Perthes.

En cuanto a Libia y el Sahel, el presidente Macron recordó su iniciativa de La-Celle-Saint-Cloud, durante la cual acercó al «primer ministro libio» Fayez Sarraj y al «jefe del ejército nacional libio» Khalifa Haftar; cumbre donde el propio Macron garantizó a estos últimos el respaldo de la Unión Europea… con la condición de que den por perdidos los 100 000 millones de dólares que desaparecieron del tesoro nacional libio.

La primera consecuencia del derrocamiento de la Yamahiriya Árabe Libia fue la desestabilización de Mali, país cuya economía Trípoli subvencionaba ampliamente. Mali se dividió entonces en dos: de un lado, los sedentarios bantúes; del otro, los nómadas tuaregs. La intervención militar francesa comprobó ese hecho y detuvo sus consecuencias más inmediatas para los civiles. Francia creó el G5-Sahel para detener las consecuencias de la guerra contra Libia y prevenir el enfrentamiento entre negros y árabes, lo que sólo Muammar el-Kadhafi había logrado evitar.

La alianza por el desarrollo del Sahel apunta, con medios mucho menos importantes que los que garantizaba Kadhafi, a reemplazar el programa de desarrollo que Libia había aplicado en esa región. Esas medidas estabilizarán esa parte de África hasta que, en una decena de años, el Pentágono inicie la aplicación de su programa de extensión del caos al llamado continente negro.

El presidente Macron mencionó ante los embajadores franceses la declaración común que él mismo acaba de adoptar con socios de África y de Europa instituyendo en suelo africano oficinas europeas de inmigración. El objetivo es seleccionar desde el punto de partida los migrantes que la Unión Europea quiere aceptar y acabar con las actuales rutas del éxodo. «Las rutas de la necesidad deben convertirse en caminos de libertad». Esa fórmula resume claramente el pensamiento del presidente francés: África es la necesidad, Europa es la libertad.

Para Emmanuel Macron, «restablecer la seguridad» en África exige las 3 D: «Defensa, Desarrollo y Diplomacia», o sea la presencia del ejército francés de proyección, de inversiones francesas y de la administración francesa… el programa clásico de la colonización económica.

La defensa de los bienes comunes

Lejos de pasar por alto la carta de triunfo que constituyen la francofonía y el turismo, el presidente Macron le dedicó largas parrafadas. Se pronunció a favor de aprovechar el sistema jurídico francés para extender la influencia de Francia. Con ello adopta la «doctrina Korbel», la cual estipula que la manera de redactar un tratado amplía la influencia del país que ha concebido los conceptos de ese documento. Esa doctrina fue aplicada por la hija de Korbel, Madeleine Albright, y también por su hija adoptiva, Condoleezza Rice, para transcribir en derecho anglosajón los tratados internacionales.

El primer bien común es el planeta

El presidente francés Emmanuel Macron pronunció este discurso en el marco de la «Semana de los Embajadores», durante la cual el ministro de Exteriores había explicado a los diplomáticos franceses que, en lo adelante, su primera función es la diplomacia económica. Laurent Fabius, predecesor del actual ministro francés de Exteriores, había tenido la idea de movilizar la red diplomática francesa para desarrollar las exportaciones. Con ese objetivo creó Business France, un establecimiento público que puso bajo las órdenes de la señora Muriel Penicaud, quien utilizó los fondos públicos a su disposición para dar inicio a la campaña electoral de Macron en el extranjero, lo cual está trayéndole ahora problemas con la justicia. Muriel Penicaud es actualmente ministro del Trabajo y como tal ha redactado las ordenanzas que fijan los niveles de «protección de los trabajadores». Laurent Fabius se convirtió en presidente del Consejo Constitucional y, desde ese cargo y en violación del papel que le atribuye la Constitución de la República– redactó un Pacto por el Medioambiente que el presidente Macron presentará a la ONU.

El segundo bien común es la paz.

A través de la «Europa de la Defensa», el presidente Macron pretende «dar un nuevo aliento» a la OTAN. Esa alianza militar apunta, en efecto, a la promoción de «la paz»… como podemos comprobarlo en Afganistán, Irak, Libia, Siria y Ucrania.

El tercer bien común se compone de la justicia y las libertades.

El presidente Macron, que ya había mencionado anteriormente los valores comunes de la Unión Europea –«el respeto de la persona humana, la tolerancia en materia de religión y la libertad de expresión»–, dice ahora que «el lugar de las mujeres, las libertades de la prensa, el respeto de los derechos civiles y políticos» son valores universales. Aunque se las da de filósofo desde que se reunió con Paul Ricoeur, el presidente francés no parece haber reflexionado sobre la filosofía política y confunde en su discurso el Derecho Humanitario con los Derechos Humanos, y también confunde la significación que esos derechos tienen para los anglosajones (protección del individuo ante los abusos del Estado) y su significado francés (responsabilidad de las personas, de los ciudadanos y de la Nación).

El cuarto bien común es la cultura.

El presidente Macron dijo durante su campaña electoral que no hay una cultura francesa sino cultura en Francia. Además, Macron no concibe la cultura en general como una forma de desarrollo de la mente sino como un conjunto de bienes mercantiles. Debido a ello, proseguirá la acción de su predecesor a favor de la protección de los bienes culturales, no de la gente, en los lugares donde se desarrollan guerras.

Conclusión

Será necesario mucho tiempo para sacar en claro todo lo que debemos saber sobre la visión del mundo del presidente francés Emmanuel Macron.

Pero lo más importante es que, según él, la época de la soberanía popular ha quedado atrás, tanto para los franceses como para los europeos en general. El ideal democrático puede mantenerse como meta… a nivel local, pero no tiene sentido a nivel nacional.

Lo segundo es que la concepción del Bien Común (res publica), que abrazaron todos los regímenes políticos –monarquía, imperio o República– también le parece obsoleta. En la óptica de esos regímenes, se trataba de servir un interés colectivo –o de hacer como si sirviesen un interés colectivo. Macron habla, por supuesto, de la justicia y las libertades, pero de inmediato pone esos nobles ideales al mismo nivel que objetos, como la Tierra y los productos culturales de carácter mercantil, y propone algo que constituye un deshonor: rendir vasallaje a la OTAN. Parece que también ha muerto la República.

Al término de su exposición, el auditorio lo aplaudió calurosamente. La prensa francesa y los líderes de la oposición no han emitido ningún tipo de objeción.

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