Brasilia, febrero de 2015. A 50 días del inicio del segundo mandato de Dilma
Rousseff. En coincidencia con la debilidad que arrastra la economía y
propulsado por el "escándalo da Petrobras", nombre que dio la prensa a la
red ilegal por la cual corporaciones privadas financiaron partidos y
candidaturas políticas a través de la "caja" de esa petrolera, el
establishment brasileño usó de ariete a la oposición en el Congreso para
impulsar la implementación del "distritão". Es un sistema por el que son
electos los candidatos más votados hasta completar las diputaciones que cada
Estado tiene asignadas.
Con la excusa de ir al "rescate de las instituciones", la reforma prevé el
fin de la lista sábana –el país vecino la llama "proporcional"– y su
remplazo por aquel sistema, que alentará la individualidad y fragmentación
política. Postulantes de un mismo partido competirán entre sí, además de
contra los de otras fuerzas, para posicionarse entre los primeros. La
reforma prevé recortes en las potestades de los partidos y en la difusión de
sus ideas en los medios masivos.
"El sentimiento de confrontación con el (oficialista) PT y el debilitamiento
del gobierno en medio de la doble crisis económica y política, está
construyendo una (nueva) tendencia mayoritaria en el Congreso", escribió
días pasados el principal editorialista del diario restaurador O Globo,
Merval Pereira.
El "caso Nisman" parece no estar tan lejos del "escándalo Petrobras". No por
sus intrincadas y opacas particularidades, sino por la conmoción social de
ambos sucesos. Y, sobre todo, por la utilización de uno y otro como hecho
disruptivo en el que –sólo– la política es la institución que debe ser
reconvertida. El Poder Judicial, en lo sustancial, permanece intocado, al
igual que el funcionamiento de las corporaciones, que suelen actuan como
corruptoras.
La fragilidad económica como preámbulo del debilitamiento político. Los '90
en estado puro.
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