En su comentario editorial publicado al día siguiente de la marcha de los
fiscales opositores, Joaquín Morales Solá le dedica un párrafo a Julio Piumato.
El analista del diario La Nación dice que “los fiscales le deben un favor
político a Julio Piumato” porque “él puso un mínimo sentido de orden en la
marcha y comandó el operativo de tal manera que los fiscales y la familia de
Nisman pudieran llegar al austero escenario en Plaza de Mayo”.
Hasta ahí el cumplido. Inmediatamente después, lo de siempre: cuando el felpudo
reúne una cantidad suficiente de pelos del perro, pelusas del patio y mugres de
la calle, se necesita un fuerte golpe contra el piso o el marco de la puerta
para que la alfombra vuelva a ser utilizable: “En rigor -dice Morales Solá-,
Piumato pasó del ultrakirchnerismo al antikirchnerismo sin hacer escalas. Hasta
se prestó en su momento a las campañas difamatorias del Gobierno en medios de
comunicación en poder del Gobierno. Pero es un dirigente sindical de la vieja
guardia y, como tal, sabe percibir el perfume de un final político”.
En rigor, una de las plumas mayores de la derecha vernácula se equivoca. Piumato
pasó sin escalas a los enemigos del kirchnerismo mucho antes que el miércoles 18
de febrero. El sindicato que conduce desde hace 25 años está en el libro de los
récords: fue el primero que le hizo un paro al gobierno de Cristina, apenas la
mandataria asumió su segundo mandato presidencial, el 20 de diciembre de 2011.
Fue a los pocos días de que Hugo Moyano declarara en Huracán que se iba del PJ
porque el partido se había convertido en “una cáscara vacía”.
O sea: Piumato no demostró hasta ahora tener una sensibilidad especial, que le
permita percibir con anticipación el perfume de un final político. Para empezar,
lo del fin de ciclo viene siendo anunciado con énfasis desde el mismo momento
que se inició, allá por mayo de 2003, cuando Claudio Escribano, que opera en el
mismo diario que Morales Solá, presentó un ultimátum a Néstor Kirchner, que el
santacruceño y después su esposa rechazaron.
El único “don” de Piumato es su olfato particular a la hora de perseguir el
único objetivo que realmente le importa: figurar y cuidar su interés personal,
que es uno solo: lograr una mescolanza electoral suficientemente dúctil,
atractiva y eficaz, que le permita conseguir una diputación por la ciudad de
Buenos Aires. Y en eso, vale la pena recordar, Piumato ha demostrado ser un
perfecto incapaz, tanto que en las últimas PASO su cosecha de votos no superó el
1,5 % del padrón, piso necesario para competir en las elecciones generales, y no
pudo presentarse al comicio junto a Julio Bárbaro en búsqueda de su tan ansiada
banca en el Congreso. En 2013, a Piumato no lo votaron ni los fiscales de
Comodoro Py a los que en la marcha del 18F mandó a cuidar con un corralito a
través de su aparato sindical, vestido de riguroso color negro.
Como Piumato, Roberto Santoro, poeta, militante revolucionario y periodista –en
ese orden- , también fue secuestrado por la dictadura. Pero a diferencia de
Piumato, que salió en libertad, nunca más se supo de él. Quedaron sus poemas,
uno de los cuales afirma que “no hay hijo pródigo:/ el que se va del pueblo es
un traidor”. Cada uno elige.
Se sabe: el traidor puede cumplir un rol más o menos secundario en la estrategia
política de los enemigos o rivales, pero en una función se vuelve fundamental e
irremplazable: quebrarlos moralmente. Ese es su rol. Fue cooptado (por dinero o
promesas de prestigio, cargos o tranquilidades varias) exactamente para eso. Y
no servirá para mucho más. Una vez que el traidor cumple su cometido, que sin
embargo no es menor, deja de ser relevante. Cuando es silbado, como Piumato en
la marcha de los fiscales apenas tomó el micrófono, los enemigos que lo
contrataron se sonríen socarronamente, se burlan hacia adentro, con miradas
cómplices, y encargan a sus escribas un retoque de chapa y pintura, como el que
hoy cumple Morales Solá.
El mascarón de proa del barco que navegan los enemigos del pueblo siempre es un
dirigente que tenga su origen en el pueblo. Como las banderas del clásico rival
que las hinchadas de fútbol exhiben en los partidos más bravos, Piumato es el
trofeo de guerra que la corporación judicial les arrebató brusca e
imprevistamente a los trabajadores de tribunales. Esos trabajadores son,
objetivamente, el primer obstáculo que los jueces más reaccionarios deben
sortear a la hora de defender desde el estrado los intereses de las clases
privilegiadas, desde los más claros hasta los inconfesables.
De ahí lo que sucede por estas horas en Tribunales: los trabajadores y
trabajadoras judiciales, analizando diversas estrategias de organización y
reagrupándose nuevamente, para converger en una nueva representación, que sea
funcional a los intereses del pueblo y los trabajadores, y ya no más a los de
los jueces y fiscales más reaccionarios que supimos conseguir.
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